Esa tonadilla que se les queda en la sesera tras oírla, casi sin darse cuenta, en una película. Esa película que no pueden evitar asociar a una canción que la sintetiza. Ese audio y ese visual que les traen locos, que se suman y se cambian entre sí en montaje métrico, rítmico o hasta tonal. De eso va la cosa una semana más, de música y cine, canciones de bien que aparecen en peliculacas. Dos por uno y pura economía de la recomendación en ésta, su web de referencia. Besis.

La elección de V the Wanderer

MASAYOSHI YAMAZAKI – ONE MORE TIME, ONE MORE CHANCE

‘A CINCO CENTÍMETROS POR SEGUNDO’
(‘秒速5センチメートル’, MAKOTO SHINKAI, 2007)  

La línea que separa lo sensible de lo empalagoso es estrictamente personal. Cada uno traza su frontera entre emoción y cursilería: en mi caso, bien podría tratarse de esta canción. Tomada en frío suena a balada melosa y vómito arco iris, pero si me dejo atrapar es pura melancolía, dolor sordo, aceptación de la pérdida.

Influyen también las asociaciones mentales, claro. Para mí, este tema es parte de ‘Byösoku Go’ o ‘Cinco centímetros por segundo’, la cinta con la que descubrí el cine de Makoto Shinkai. Que es, a su vez, otra frontera, arriesgado funambulismo entre lo poético y el shojo ñoño y odioso. Por suerte cae del lado del primero (y de qué manera). Puedo intentar disociarlas pero los posos ya están ahí; ambas me remiten a la misma añoranza, al mismo erial de amores perdidos, distancias irreparables y soledades incurables. Los tres capítulos de esta breve película conducen sin piedad hacia esta canción, última inyección letal de añoranza.

Leo sobre el «wabi-sabi», idea estética en el corazón del arte japonés que es toda perplejidad y fascinación. Nada es eterno, nada está completo, nada es perfecto. Como una buena novela de Murakami, esta canción (y la película a la que la asocio) me conmueven y enfrentan con crueldad a esa belleza triste. Efímera, incompleta, imperfecta.

La elección de Withor

METALLICA – BATTERY

‘HESHER’
(‘HESHER’, SPENCER SUSSER, 2010) 

Hesher es heavy. Y esa no es una buena carta de presentación. Especialmente porque Hesher escribe su nombre alargando de manera nada disimulada, en forma de rayo, el rabito izquierdo de la hache inicial y el derecho de la erre final, imitando el logotipo de Metallica.

Hesher tiene dos grandes tatuajes en la espalda y en el pecho. Una especie de esqueleto y un puño con el dedo corazón (¿quién fue el imbécil que puso estos nombres a los dedos?) levantado. Hesher nunca se pone la camiseta y acostumbra a ir sin pantalones. Lo cual, tampoco es una buena carta de presentación.

Hesher es violento e irresponsable. Pensándolo fríamente, es escoria. Un elemento que no hace ningún favor a la humanidad. Y sí, cómo están imaginando, pese a todo, a Hesher se le coge algo de cariño, porque todos tenemos nuestro corazoncito (sí, los heavys también) y porque se hace difícil no adorar a alguien que compara la pérdida de una madre con la de un testículo y aún así sale victorioso con la metáfora.

‘Hesher’ es un peliculón que no conoce casi nadie. Y me gustaría ponerle remedio.

La elección de Raúl

THE KINKS – ALL DAY AND ALL OF THE NIGHT

‘RADIO ENCUBIERTA’
(‘THE BOAT THAT ROCKED’, RICHARD CURTIS, 2009)

Veo que la gente se caga en tó si chapan Icat o cercenan a golpe de reprogramación y eufemísticos planteamientos varias patas de Radio 3. Es más: nos quitan de la FM a los Especialistas Secundarios y nos atontan el día, lo dejan torpón, incompleto. Me he adelantado más de medio siglo pero no ando tan desencaminado. Podría hollar lugares comunes y hablar de la cercanía mágico-sentimental de la radio y de las ansias de libertad y desmelene del rock para imaginarme en plenos 60 a millones de ingleses escuchando las radios piratas en ebullición, poniéndose erecto y bailongo el personal en ritual clandestino.

Retrato la peli que nos ocupa empujada en los créditos iniciales por esta canción básica y pujante (¡ese riff universal!) que es pura épica de guateque y tarareo popular: la desbocada juventud saltando sobre sus camas, el ama de casa soñadora o la familia díscola e irreverente escuchando el transistor emitir sonidos desenfadados e ignominiosos, o sea rock, como el que comete un delito. Esas escenas domésticas que se van sucediendo, como en un collage, en el arranque del film, le dan un toque entrañable que se mantiene todo el rato. Uno se encariña entonces con ese puñado de locos y peludos locutores que hacen radio pirata en un barco y pervierten a la multitud desde alta mar, siempre destrangis y frente al acoso, físico e ideológico, del gobierno de Londres.

Da igual el final agridulce o que luego las cajas de vinilos en los camarotes vayan a acabar a la deriva. Importa la tesis de revolución, contracultura o ‘resistance’ romántica, pero me quedo con la reivindicación de las joyitas secretas, con esa comunicación bien que premiamos en nuestro programa, o con esas parcelillas que parecen nimias pero que para nosotros, y de vez en cuando, se nos antojan reveladoras, enormes. Y que, en cierto modo, no salvan un poco de lo mediocre, igual que aquel rock arrebatado, rápido y epicúreo rescataba al hogar inglés de su insoportable formalidad.