La inercia desmiente que tenga cuentas en países centroeuropeos que no sean Liechtenstein, que pague en B (ni en Ç tan siquiera) a sus colaboradores y que celebre los aumentos de visitas con fiestas en las que se gaste más de 7.000 euros en serpentinas y cocaína. Nuestra contabilidad la lleva un mono con un excel. Todo lo que se ha publicado es mentira, salvo alguna cosa, como lo del Muro de Berlín y el 11-S, que es verdad. A los que nos atacan: pronto tendrán noticias de nuestros abogados. De momento, ahí van tres canciones contra la infamia, la calumnia y la desaceleración de la moral en la que vivimos.

La elección de V the Wanderer

WE WERE PROMISED JETPACKS – MEDICINE

Hay gente que escucha música por las tetas de la cantante y yo lo hago por los nombres de las bandas o de las canciones, que es una forma tan inválida como la primera de meterle drogaína al oído. Más de una hora muerta he echado con los compadres de aquí abajo pensando nombres de bandas que nunca formaremos ni falta que nos hace, bautizando nuestro primer hitazo, dándole titular a nuestro primer grandes éxitos.

Con esa debilidad, no se va a extrañar nadie de que una banda llamada «Nos prometieron jetpacks» me entre por los ojos. Nombre largo, difícil, enemigo de le mnemotecnia, una puta frase entera. Es, en sí mismo, un micro-relato de esos que se pusieron de moda: tiene queja, reproche, hasta algo de pataleta infantil, y deja intuir una historia intrigante: ¿quién prometió jetpacks a estos señores? ¿En qué les han metido con tan genial promesa? ¿Se los van a dar o qué?

A mí me prometen un jetpack y les pongo un piso o les mato a la suegra. Pocos objetos más magníficos se me ocurren a bote pronto (tal vez un hovercraft, y ya). Cuando seamos corruptos y ricos compraremos jetpacks para todos, que lo de las putas y el confetti ya está pillado; quien sabe, incluso puede que usted se lleve uno si nos sigue leyendo. Por ahora, un hombre puede soñar, y esperar pacientemente su jetpack mientras escucha esta resultona banda de rock británico.

 

 La elección de Raúl

GOOSE – BLACK GROVES

A Amsterdam ni fue viaje loco adolescente en busca de crapuleo, coffee shop y golferío, ni resultó experiencia de desfases legendarios contados ahora al portador. Podría explicar yo ahora que nos fuimos de putas hasta las siete de la mañana y acabamos en comisaría, y ganar este texto en literatura a base de ‘captatios  benevolentiae’. Pues nanai. El ADN ya lo llevamos pardillo: a uno que venía con nosotros casi se queda en un ridículo blancazo tras tomar no sé qué y a mí el Barrio Rojo me bloqueó de tan excesivo y delictivo; una cosa atribulada y sórdidamente artificial. Zapatero aún no reconocía la crisis, el Nàstic acababa de bajar de Primera y yo visité Holanda dos veces en 15 días. En la primera vi tocar a Goose, un grupo belga que actuaba en Paradiso, una discoteca embutida en un edificio antiguo con solera.

Gonzo, que ya andaba en sus electroniqueces, nos condujo hasta allí en busca de francachela. Nos cachearon en la entrada, a mí me abrieron la cartera y me sacaron el cromo de Andrés Palop que me protege (fliparía el segurata tulipán). Me lo devolvieron sano. La noche estuvo bien, festivalera y etílica en su punto, pero lejos, como digo, del mito que se le presupone a unos pocos chavales danzando por la Plaza Dam y a más de dos países de distancia de casa. Aquella velada descubrimos a los tales Goose, un trío con camisas de leñadores y unos cuantos sintetizadores que encendieron el imperial inmueble aquel.

Despacharon algún que otro melocotonazo, pero sucedió que mitificamos la ración de electro-rock. Goose nos parecían grandes, efervescentes, una bocanada de zapatilla buena, un fenomental hallazgo, sin saberlo, sometido en la libérrima Amsterdam a la sobredimensión. Ponérselos a la vuelta en casa ya no fue lo mismo. Ya no estábamos en la inmensa y laberíntica Paradiso entre miles de personas. Y, aunque el viaje a Holanda no fuera el colmo de la perversión y lo prohibido (más bien al contrario: sostenido como siempre en mimbres de antianécdota), Goose fuera de contexto me parecieron pochos, sin fuerza, sin gancho; en fin, que ahí van.

La elección de Withor

ALPHAVILLE – NIETZSCHE

Toda la vida pensando que Friedrich Wilhelm Nietzsche era un amargado, una persona oscura y con un corazón desbordado por la pena, y resulta que en realidad era un cachondo mental.  No hasta el punto de titular su obra magna como ‘Así habló Zarathustra, quillo’, pero casi.

Así lo explica un tal Pedro González Calero (de profesión barrendero y titiritero frustrado) en su libro: ‘Filosofía para bufones’. “Yo me cuento a mí mismo tantos chistes idiotas, se me ocurren tantas payasadas, que a veces me pongo a reír socarronamente durante media hora en plena calle”, afirmó el poseedor de uno de los mejores bigotes de la historia de la filosofía antes de enloquecer.

Pongo un par de ejemplos. Tenga en cuenta el lector que Los Morancos aún no habían nacido y no habían revolucionado el concepto de humor. Sobre las Sagradas Escrituras, y para burlarse de Dios, Nietzsche dijo: “Es una fineza que Dios aprendiese griego cuando quiso hacerse escritor, y que no lo aprendiese mejor”. Ahí va otra. Después de formular su teoría del eterno retorno, este cachondo sajón proclamo que la única objeción que veía es que “tendré que soportar eternamente a mi hermana y a mi madre”.

Y escribiendo esto me viene a la cabeza que nosotros –los inercios- ya usábamos a Nietzsche como elemento humorístico. A veces, cuando las ganas de defecar nos obligaban a alguno de nosotros a visitar el baño, decíamos: “Como dijo Nietzsche, me voy a cagar. Alguna vez en su vida lo diría, ¿no?”. Lamentablemente, el libro no aclara este punto.