Sabido es que únicamente leer La inercia comportará la salvación del mundo. Por si a estas alturas, indómito lector, taimada lectora, entrañable especie humana en general, quedara alguna duda, ahí van tres canciones que son el búnker del buen gusto, la altísima literatura y la redención espiritual. Luego no querremos llantos.

La elección de V the Wanderer

GIGI D’AGOSTINO – L’AMOUR TOUJOURS

Lo petaba en el Planet Port, Mancuco y demás lugarones que sólo recuerdo entre las brumas del alcohol. Era entrar el riff de sintetizador y levantar todo cristo las manos o ponerse a repartir cartas en el aire, Ta, ta-tarará, ta-tarará, tara-rara tarará, un festival de los de creerse en la cima del electro.

Y a mí, sin embargo, me ponía melosón. Tiene esa letra básica y simplona, de romanticismo de receta, ideal para ponerse a aprender inglés o cantarla mientras se hunde el Titanic. No sé si a Gigi le importaba, si se creía artista o quería hacer llegar tal o cual mensaje, pero algo debía de haber porque recuerdo hasta versión intimista con voces y piano. Gigi gustándose. Gigi creyéndose Celine Dione. A mí me convenció, el bastardo italotechno.

Ahora, desde el mirador serio, reflexivo y hostiable que da la distancia, me dirán ustedes que es mala estampa: un pirado en cabina hablándole del «amor siempre» a una panda de chavales uniformados con Alphas y pelocenicero. Y yo ahí en medio, otro pardillo, creyendo que escuchaba la mejor canción de amor del mundo. Ingenuo, loco, inocente. Menos mal que he madurado. Hoy sólo me parece la segunda mejor.

 

La elección de Raúl

JOAQUÍN PASCUAL – TODOS LOS DÍAS TENGO UN ACCIDENTE

¿Quién dice que hay que explicar las vidas de otros? ¿No es colocar la lupa en la calle un gaje aborrecible del plúmbeo cantautor? A mí me gusta la canción onanista; el tipo que se mira al ombligo y retrata nimiedades o narra cómo el día más soleado puede acabar jodiéndose. Nada hay tan creativo como pintar nuestra ociosidad en la letra de una canción. Pensé algo así el otro día, que me puse excursionista y cameltrófico, cuando di con mis huesos en el Mercadona y allí descubrí todo un mundo lejos de mi rutina inmovilizadora de trabajo: me sentí bien en el mediodía caminando en soledad por los pasillos y escuchando por megafonía un ‘hit’ dance muy apañado.

Mientras buscaba el vino (todo un reto, ríanse de Miguel de la Quadra-Salcedo), atendí a ver si nombraban el título de la canción porque yo andaba pensando en esta recomendación (ya ve el lector que nos desvivimos ‘full time’ por nutrir de consejos a vuesa merced). Me quedé con las ganas, pero luego me acordé de estas anticanciones que tanto borda Joaquín Pascual (Surfin’ Bichos, Mercromina). Ahí le ven, que se pueden caer las Torres Gemelas o haber seis millones de parados, que él le hace una composición a su drama cotidiano, a sus accidentes diarios, que no por cercanos van a ser menos tragedia.

Con la crudeza de una guitarra y un tecladillo, Pascual me atrapa con esa mirada árida y perpleja que en solitario la mezcla más con humor. Me lo imagino aburrido en Albacete (que no deja de ser esto un pleonasmo), increíblemente contemplativo y perezoso, viendo catástrofes en la tele ajeno a eso, enfrascado en sus cuitas livianas, en esos percances que intuyo tontorrones. No puedo dejar de identificarme con ese egoísmo maravillosamente entendido.

(Y recuerdo, sin venir muy a cuento, el chiste aquel que ilustra un poco toda esta dicotomía: -Oye, ¿a ti qué te parece la postura chechena? -No sé, a mí lo que me gusta es que me la chupen).

 

La elección de Withor

LOS SECRETOS – OJOS DE GATA

Si esto no es un jodido bucle, explíquenme ustedes qué es. Sucede cada dos o tres años. Un día pongo la televisión y allí los veo. Se trata de otra gira, un nuevo disco, quizás un libro… El producto es lo de menos. Ellos siempre vuelven. Cuando por fin los había olvidado completamente, cuando estaba convencido de que su existencia había sido un sueño o una fantasía, tengo que volver a afrontar la realidad: Los Secretos todavía existen.

No existe grupo más cansino que los Secretos. Y más previsible. Que si el hermano yonqui, que si cómo lo echamos de menos, pero que la vida sigue, oye. Que si tenemos unos fans increíbles, que siempre nos sorprenden, que nos siguen hagamos lo que hagamos. Y las pintas. Siempre con caras tristes. Y las canciones. Menudo coñazo.  ¿Se puede ser más pesado que ellos? ¿Se puede ser tan igual aunque pasen y pasen los años? ¿No se aburren de ellos mismos?

Sé que lo mío es odio irracional –como me pasa con Presuntos Implicados- pero me impacta que aún haya gente que vaya a sus conciertos o tenga la osadía de escuchar sus canciones. Yo también tuve mi época, me gustaba “Déjame”, incluso aún recuerdo la letra de memoria. Pero tengo un reloj interno y avanzo. Ellos no. Como Jordi Hurtado, parecen estancados en un tiempo y un lugar. ¿Cuál es el secreto de los Secretos?