Ya lo dice el refrán: «A las cosas de La inercia, muéstrales tú querencia». O: «Si La inercia leyeras, placeres gozares». Como la sabiduría popular no se puede equivocar, haga caso al pueblo, a esa calle palpitante que siempre ha sido el mejor autor. Ya lo cuenta ese viejo decrépito que lleva décadas anclado en el bar y que, en sus palabras, hallamos siglos de sapiencia y sentido común: «Viernes de bienes, ahí tres canciones tienes».

La elección de Raúl

LA FUGA – SUEÑOS DE PAPEL

Han pasado 12 años. Rebobinen al cambio aquel de siglo y de milenio y díganme si no fue (si no fuimos todos) culpables. Aquello sí que fue un burbujón, ríanse del ladrillazo. Con la orgía de la tochana, todos cómplices: de los políticos que miraron hacia otro lado, a los bancos, o al currito que se creyó Rockefeller. Pues con Operación Triunfo, igual: ¿o no estuvimos todos delante de la tele, embobados ante el nacimiento folkloroide de Rosa de España y su subida a los altares? (vale, sí, que al fin y al cabo fue un ‘rise and fall’). Pero, claro, el porcentaje de culpa es distinto: no es el mismo el de Javián que el nuestro, que apenas contribuimos inflando la causa con share. He leído una entrevista a Mai Meneses o Nena Daconte y me han venido a la mente los ‘triunfitos’. Fue la última vez que se vendieron discos en España. Luego la burbuja estalló perramente y ‘Europe’s living a celebration’ suena hoy a cachondeo pérfido.

Alguien vendrá, algún gurú, que dirá que él ya lo avisó en tal o cual artículo. La Fuga no lo vieron venir pero sí retrataron el error de concepto. Nada nuevo en esta canción cortada por un patrón de balada rockera: el cuento viejísimo de la fama, de la prefabricación de artistas y de la cara amarga del éxito, todo muy populista y de lugar común, pero con alguna verdad. OT fue un muy buen programa pero tramposo. En lo de enseñar a triunfar hay mucho de obsceno, y al primero que agarraba la guitarra o se lanzaba al piano a componer, lo echaban. Fue un espectáculo entretenido, blanco, impecable y ya. No es cuestión de renegar de la bonanza, pero hace gracia ver cómo la década ha reubicado a todos.

OT vendía discos a porrillo, se reventaban los Sofres, se llenaban estadios, se escribían libros, se montaban musicales, se rodaban películas, ¡se editaba un álbum a la semana con la gala!. Hasta Adri era del club de fans de Chenoa (¡trapos sucios en La inercia!). Pero no se vio venir el colapso y ahora hay material en abundancia para no parar de jugar a ¿qué fue de…?. Al mismo tiempo en que el banco repartía con alegría hipotecas a 40 años que no podríamos pagar nunca, Enrique Anaut tenía un single en el mercado. Eran situaciones insostenibles. Así nos luce el pelo ahora.

 

La elección de V the Wanderer

R.L. BURNSIDE – WALKIN’ BLUES

A veces se levanta uno con cuerpo de tópico y tiene ganas de decir «ay, los negros del Delta, qué grandes eran» y meterse un par de buenos calambrazos con sus guitarras y sus voces tensas, quebradas, doloridas. A veces, y sin saber por qué, se encuentra uno pidiendo sol, mecedora y Mississippi, quizá sin haber sido consciente hasta ese momento de que albergaba tales necesidades en su fuero interno. Pasa y puede pasar, ojo, incluso a usted, ávido lector, insaciable lectora, que lee ahora mismo estas líneas con las orejas abiertas.

Por eso, porque más vale prevenir que curar, nunca está de más tener a mano a tipejos como Robert Lee Burnside, que se ganaba la vida como pescador y agricultor y tocaba, imagino, en antros llenos de humo y pegajosa nocturnidad veraniega. Con su cara de enfado o estoicismo perenne, vayan a saber cual de las dos, quitándose la tristeza o saludándola a golpe de guitarra, slide, fingerpicking y todo el arsenal. Perra vida, que solemos recordar, pero vida al fin y al cabo.

A veces uno tiene ganas de dejarse de zarandajas, híbridos y experimentos, y quiere escuchar a un tipo con gorra y camisa tocarse algo que lleve «blues» en el título. Cosas peores pasan.

La elección de Withor

WOODY ALLEN & HIS NEW ORLEANS JAZZ BAND – LONESOME BLUES

Últimamente ando obsesionado con el inicio de Annie Hall. Ya saben, aparece un primer plano de Woody Allen que mirando a cámara compara su vida con un chiste. Trata de dos señoras de la tercera edad que están en un restaurante. Una dice: “No me gusta nada este sitio. La comida es realmente terrible”, y la otra contesta “sí, y además las raciones son tan pequeñas…”.  Y después apostilla Woody que a sus treintaydiez (que ya no estamos tan lejos) eso es lo que le parece la vida. Un montón de mierda que sin embargo se acaba demasiado rápido.

Últimamente me ha dado por profundizar en la filmografía de Allen y estoy disfrutando como un chivo loco en un putiferio. Hasta el punto de entender el porqué de la mitificación del neoyorquino. Quiero decir, he llegado a ese punto de madurez necesario, ya que empiezo a acumular quilómetros y he tenido que cambiar de ruedas y revisar el aceite un par de veces.  Lo cierto es que sin haber dejado unas cuantas botellas de whisky por el camino, un par de recuerdos dolorosos y unas cuantas frustrantes discusiones parejiles, uno no puede disfrutar de Woody Allen en su máximo esplendor.

Por cierto, se me olvidó explicar que últimamente también ando obsesionado con el final de Annie Hall. Vuelve a aparecer Woody mirando a cámara y compara, de nuevo, su vida con un chiste. El de una persona que va al psiquiatra y le dice “Doctor, mi hermano está loco y se cree que es una gallina”. El psiquiatra le responde, “Y por qué no lo mete en un manicomio?” y la persona le contesta, “lo haría, pero es que necesito los huevos…”.  ¡Qué razón tiene Woody! El mundo estará loco, loco, loco. Pero todos continuamos necesitando los huevos.