Por aquí hay quien salió del cine tras ‘Jurassic Park’, aún tierno infante, y corrió a grabarse silbando la melodía principal de su banda sonora para poder conservarla. Nos chiflan y rechiflan el cine y sus sonidos, sus scores, la conjunción de música con imágenes y todas esas movidas. Ahí van tres cortes que nos sirven para recomendarles tres películas y sus respectivas o ese tes.

La elección de V the Wanderer

TREVOR JONES – MEMORIES OF SHELL BEACH

‘DARK CITY’
(ALEX PROYAS, 1998)

Se te enquista una película debajo de la piel, de la razón y de los discursos y se convierte en una experiencia vital. Te encuentras en sus calles, en el parpadeante halo de sus luces, en los húmedos reflejos de su interminable noche. Hay una parte de ti ahí adentro y nunca sabrás decir si la dejaste tú o estaba esperándote antes de tu llegada.

‘Dark City’, en mi caso, es ese tipo de película. Les podría defender la cinta objetiva pero luego estaría ese otro lugar, ese espacio propio al que no podría (y, tal vez, no siempre querría) llevarles. Es un espacio cargado de música que marca un pulso constante, imparable, que borra inexorable un tiempo hecho de retales y pone nombres al anhelo y la añoranza. Uno de esos nombres, para ser concretos, es Shell Beach, escenario perdido de un pasado más luminoso, y así suenan sus recuerdos.

Empieza con el retumbar de un mal latente y el aviso de los metales, se desplaza sobre los sonidos pulsantes de una noche irreal y avanza con firmeza hacia una línea de cuerdas dulcísima, romántica hasta el dolor. Casi podemos sentir la melancolía de «lo que podíamos haber sido, en otro tiempo, en otro lugar», casi podemos echar de menos nuestras vidas posibles y sus oportunidades perdidas. Otro aviso de peligro, un contrabajo que apuntala y la línea de violines vuelve, ahora revelada como un gesto hiriente. Suena el acordeón y aún queda una última vuelta, una repetición vibrante, intensa, llorosa. Ya nos hemos convertido en sal, en estatuas construidas con la sal de esa playa que ya no existe, que tal vez no haya existido jamás. En esclavos de los recuerdos de otro, de un lugar que es un poco todos los lugares perdidos.

La elección de Raúl

ROBERT RODRÍGUEZ – GRINDHOUSE

‘PLANET TERROR’
(ROBERT RODRÍGUEZ, 2007)

Volví a ver ‘Planet Terror’ y me pareció que el (breve) tiempo no le había sentado muy bien. En casa, de refilón, y sin el énfasis grupal y desfasado del cine, me pareció que perdía parte de su sentido. Eché en falta el pulso colectivo por la siguiente locura en pantalla, los vítores frente a la salvajada, la estupefacción dichosa ante el asco por ver, por ejemplo, un recipiente lleno de cojones que acaban esparcidos por el suelo. El detalle puede resumir, en parte, el tono, pero también esta canción, una intro instrumental a cuenta del propio director. Robert Rodríguez es guitarrista y compone con su grupo Chingón.

La canción lanza la película pero también el experimento conjunto del mismo nombre, que luego continuaría Quentin Tarantino con ‘Death Proof’. Y ubica bastante bien en lo que vendrá: esos universos ya conocidos de Rodríguez pasados por el homenaje a la serie Z, y los excesos por todas partes, que van de los litros de sangre a los zombies, los pivones, los chistes malos y el humor negrísimo. En fin, la libertad en grado extremo (otros dirían que gamberrada) en manos de esta dupla de directores. Sana licencia para la ida de olla.

Todo ese batiburrillo de ingredientes, ante nuestras vidas plomizas, previsibles y grises, es un caramelito, un gancho sugerente que no se desperdicia en los créditos. Las guitarras arrastradas y los aires fronterizos (‘Abierto hasta el amanecer’ sobrevuela, claro) nos dan la bienvenida a ese mundo desquiciado, hipnótico, infernal, vicioso y banal, repleto de personajes más patéticos que crápulas. Nunca esperé reírme de esa manera ni celebrarlo tanto en el cine. Luego el segundo visionado matizó aquella euforia, que en un principio fue la diversión neta, el entretenimiento gozoso. Nada más y nada menos.

La elección de Withor

RODRÍGUEZ – I WONDER

‘SEARCHING FOR SUGAR MAN’

(MALIK BENDJELLOUL, 2007)

Aunque sea un tópico gastadísimo, es cierto que la realidad llega a veces a superar a la ficción. Porque ya me dirán ustedes si no es inconcebible que una persona sea un chicano más, un paleta anónimo para todo el mundo excepto en un país, Sudáfrica, en el que es un auténtico ídolo de masas.

Rodríguez, vestido siempre de negro y sin quitarse jamás las gafas de sol, como un Cash en versión hispana, llegó a vender millones de copias piratas de sus discos en el país africano mientras su discográfica le mandaba la carta de despido a casa ya que apenas habían despachado unas decenas de vinilos en los Estados Unidos. Agárrense los machos. Güey.

‘Searching for sugar man’, sin embargo, es mucho más que una sorprendente historia. Es una reflexión sobre el azar y destino, el que separan los millones de John Lennon de la casa vieja y sucia de Rodríguez. Es también una búsqueda infatigable por recuperar la memoria de un ídolo que según cuenta la leyenda se voló la tapa de los sesos en el escenario para lograr el final más impactante que se recuerda en un concierto.

Sirve también, sin apenas tener que rascar en la superficie, como una reflexión sobre la globalización, el racismo y muy especialmente sobre lo mucho que han cambiado nuestras vidas en los últimos años sin que apenas nos hayamos parado en pensarlo.