Hasta donde sabemos, las Tres Canciones de La Inercia no son parte de una conspiración masónica para lavar mentes y suplantar a toda la población por cruces entre lagarto y simio con corbata. Hasta donde sabemos.

La elección de Raúl

LA COSTA BRAVA – OLÍMPICOS

Como si hubiera que pedir perdón por el triple atentado folclórico-siglo XX de la semana pasada, me resarzo con algo indie, aunque no tanto, pienso ahora, porque La Costa Brava siempre han tenido un aire sixtie y algo de influencias setenteras. Un poco éste sería el cóctel: ingenuidad, cultura popular, emoción exhibida sin pudor, canciones centelleantes pero también amargas, habitando la frustración. O sea, pop de corte clasicón, ligero y melódico, donde la voz manda y la letra llega clara en la forma e intrigante en el fondo. No serán históricos, pero a mí me parecen resultones esos títulos raros, los referentes costumbristas, las imágenes que deslizan. Hablo, por ejemplo, de bautizar un disco con el nombre ‘Se hacen los interesantes’ o ‘Llamadas perdidas’.

Menos sentimentaloides que Tachenko, más humorísticos y livianos que El Niño Gusano, por comparar con la banda predecesora, y mucho menos míticos (la supervivencia se hacía dura por las pocas ventas), La Costa Brava siempre fueron lúcidos, nada tópicos (y no ininteligibles del todo), y siempre regalaban canciones insólitas como ésta, que empieza: «Olímpicos en la piscina juegan a romperme el corazón». Ya, desde ese inicio tan suyo, puede venir lo que sea: como una base electrónica o reverberaciones un poco lejanas, con eco y recargada la cosa, en las antípodas de las baladas acústicas que alguna vez firmaron. Intuyo que el tema puede ir de la recreación antigua de una escena infantil en algún campamento. O algo así, no sé. Tampoco importa mucho, la verdad. A veces me pongo La Costa Brava porque me gusta cantar y casi no entender, o entender poco.

La elección de V the Wanderer

HOLY FUCK – LOVELY ALLEN

Notas, 1: Los guiones de nuestro show radiofónico llevan acento y son una cosa en constante cambio y composición, un parcheado que viaja de aquí para allá sumando apellidos como NuevaVersión o V4. En uno de esos cambios ha pasado por el apartado Canción de arranque ‘Red Lights’ de Holy Fuck; no me pregunten si ha sonado, sonará o acabó cayéndose pero la intención está ahí y tiene que ser lo que cuenta.

Notas, 2: Me atrevo al fin con ‘The Holy Mountain’ de Jodorowsky y me pone un poco loco. Entre la estafa y la genialidad o con mucho de ambas al mismo tiempo. Estallo de risa con el señor gordo y barbudo disfrazado de virgen María o la puta y el chimpancé, me flipan los colores y los planos simétricos, arrugo la nariz ante la acartonada interpretación del psicomago y su pelucón. Concluyo, en una de estas asociaciones sin sentido que tanto le gustan a mi cerebro, que tengo querencia por las cosas con ‘Holy’: ‘Holy Mountain’, ‘Holy Motors, ‘Holy Fuck’.

Notas, 3: Enchufo ‘Fallo de sistema’ en clase de Realización y atendemos a cómo trabajan la música y los espacios en el sumario. Los alumnos se revolucionan un poco, sacan el móvil (mal) y tiran de Shazam (bien): ‘Lovely Allen, de Holy Fuck, anuncian. Un temazo de subir nota.

La elección de Withor

MUDDY WATERS & JAMES COTTON – GOT MI MOJO WORKING

La idea se había instalado en mi cabeza hacía bastante tiempo. Intentaba no hacerle demasiado caso. Será el estrés, será el sueño, será la resaca, me excusaba. Pero ella seguía allí, inmóvil, sin querer irse. Era una fiel escudera. La idea, me gustase o no, siempre estaba ahí, conmigo.

Hace unas semanas, todo estalló. Me desinhibí. Lo grité en mitad de la noche. A pleno pulmón. Para que todo el mundo lo supiera. No me importó que mis fieles compañeros de fatigas estuvieran ahí conmigo, y pudieran llegar a pensar que me había vuelto loco, que era una de esas ideas impulsivas a las que me agarro fuertemente sin llegar a medir los tiempos. La situación había cambiado: o daba un paso adelante, o la idea moriría para siempre.

El conflicto se solucionó en Estambul. A unos pocos cientos de metros y no demasiadas horas antes del desalojo forzado de Gezi, ahí estaba yo, ante un escaparate, en una calle ciertamente empinada, contemplando el elemento que podía poner fin al dilema mental. Medité. Y me decidí por dar el paso adelante.

Ahora tengo una armónica en casa. Y quiero aprender a tocarla. Con  saber hacer cuatro cosas me conformo. El tiempo dictará si saco algún provecho a la armónica o acabará pillando polvo haciendo compañía a la guitarra. Sólo el tiempo sabe si mi decisión fue acertada o no.