Esta ignominiosa web paramusical vive con la pena de que Miguel de Unamuno nunca la recomendara, ni en vida ni en muerte. Ni siquiera la citó en su bibliografía. Tampoco Luis de Góngora, muy perraco él, hizo la más mínima mención. Ni siquiera el bueno de Lope de Vega, ni el ínclito Valle-Inclán, ni el zorrón de Rosalía de Castro. Pudiendo haberlo hecho, nunca cedieron. Eso no quiere decir, lector erudito, lectora sagaz, que estas tres canciones no sean de una calidad excelsa, así que basta de cuchicheos de viejilla y lean, escuchen, disfruten.

La elección de V the Wanderer

KRAUKA – ÓDINN

No oculto mi querencia por los sonidos lejanos y las fonaciones guturales, por toda aquella rareza de aire tribal y grotesco que encaje en el pedante paraguas de «músicas del mundo». Aquello que uno escucha entre la fascinación, el estupor y la prepotencia, con el mentón hacia arriba y la ceja arqueada; música entre lo animal y lo copavinista, en fin.

Tampoco niego, aunque aún no la haya exhibido demasiado por aquí, mi fascinación por el mundo nórdico y sus rudos orígenes. Soy un vikingo frustrado y respondo gustoso cada vez que alguien pregunta por el vegvisir que llevo tatuado en el brazo. Estando así las cosas no se va a alarmar nadie de que hoy les traiga un calambrazo danés que suena a mar encabritado, a barbas, a brindis con los cráneos de las víctimas. La esencia de lo vikingo (la vikinguez) hecha sonido y furia.

Krauka son cuatro zumbados de Dinamarca con cara de oficinistas locos y gesto de pasarlo muy bien que investigan y mezclan la música tradicional de sus cafres ancestros con sonoridades eléctricas y trallazos modernos. Así, pasan de lo meramente arqueológico a la renovación entusiasta de los votos, de la tradición momificada a las raíces vivas. A ver quién la escucha sin que se le despierte, ni que sea un poquito, el vikingo frustrado que todos deberíamos llevar dentro.

La elección de Withor

THE RAMONES – ROCK & ROLL HIGH SCHOOL

Debe ser un coñazo ser Marky Ramone. No niego que hace 15 o 20 años ser Marky Ramone pudiera ser un buen objetivo que perseguir en la vida. Pero hoy, no quiero ni sus pintas, ni su DNI, ni su nombre. Y muy especialmente, no quiero su trabajo.

El trabajo de Marky Ramone consiste en enarbolar una bandera que lleva siglos carcomida. Hacer giras mundiales para responder siempre las mismas preguntas, que giran en torno a personas que no son él y situaciones en las que él intervino como simple espectador, en el mejor de los casos. No puede cortarse el pelo, ni ponerse ropa sin el dichoso simbolito, ni hablar de otras cosas que no sean su pasado. Porque a nadie le interesa su presente, ya no digamos su futuro.

Debido a su trabajo, vuelve a España cada dos o tres años y tiene que ver las mismas caras, hablar con los mismos fans pesados, responder a las mismas preguntas que hacen los mismos periodistas, para que los mismos medios hagan los mismos reportajes que nosotros, los mismos consumidores, ya habíamos olvidado.

Ser Marky Ramone es vivir por y para el pasado. Es reconocer que tu vida acabó hace 20 años. Es darse cuenta de que formas parte del club de las garrapatas. Él antes molaba. Pero hoy, ya nadie quiere ser Marky Ramone.

La elección de Raúl

THE FEELIES – CRAZY RHYTHMS

Esto suena a la razón de ser de la música, a la máxima: cuatro chavales con poca pretensión juntándose en un garaje para intentar algo, para imitar a sus ídolos. A golpe de chicos de instituto a los que no les gusta el fútbol avanza la historia de la música. Sólo hay que ver esos caretos de pardillos, seguramente apocados y pusilánimes, gafapastiles 30 años antes y sin pretenderlo, con una americanidad como sacada de un episodio de ‘Aquellos maravillosos años’. Uno, que es también lo que ha visto toda la vida en series y películas, se los imagina sacudiéndose traumas y vengándose del chulito de clase a base de guitarrazos y descaro en el escenario, en plan Marty McFly.

El resultado es un rock rápido que suena fresco, que dirían los críticos, enérgico, vivo, con una felicidad ochentera y hasta una pátina, si me apuran, veraniega y de empezar a proponerse eso de comerse el mundo. ‘Crazy Rhythms’, que así se llamaba también el disco (año 1980), desparrama rabia, punk pop, tensión y melodía. Seis minutazos con pasaje de percusión incluido, con tiempo para la aceleración y el frenetismo en la batería, pero también para bajar revoluciones y gustarse instrumentalmente.

Sacando el nombre del grupo de ‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley, lo mejor es que cualquiera de sus temas parece un contraataque a la abulia imperante en los barrios de la aburrida New Jersey donde vivían. Pienso, llevándome a mí mismo al romanticismo facilón, que no hay mejor acto de rebeldía que juntarse una pandilla de amigos y hacer canciones (o libros o cortometrajes o un blog, no sé: proyectos). The Feelies, con ese pelaje de rancios perdedores e impopulares en el recreo, sobrevivían así a la monotonía castradora. Que luego hicieran buena música fue lo de menos. La victoria ya era agarrar la guitarra y ametrallar la desidia con esa dosis de vitalismo y juerga.