He aquí varios inéditos de la obra visible de Pierre Menard, autor del Quijote. Entre sus sonetos simbolistas, sus monografías sobre enriquecer el ajedrez, sus artículos de réplica a Luc Durtain y sus análisis de las costumbres sintácticas, la baronesa de Bacour encontró en la Biblioteca de Babilonia estos tres documentos extraídos del libro llamado ‘A First Encyclopaedia of Tlön Vol. XI Tres canciones ahí que van’. Néstor Ibarra ha negado que existan tales textos. Ezequiel Martínez Estrada y Drieu La Rochelle han refutado, quizá victoriosamente, esa duda. Que el lector juzgue.

La elección de Withor

GOTAN PROJECT– RAYUELA

Rayuela es una antinovela, una orgía de palabras no siempre con sentido. Es gigantesca por muchos motivos, pero a mí me deslumbra por los conceptos rompedores que contiene. La propia estructura del libro, que puede ser una, dos o infinitas historias (por una vez esto es real y no un tópico). O Morelli, que es a la vez referencia, autor y personaje, dependiendo del camino que haya escogido el lector. Con Rayuela, además, me estoy pegando unas carcajadas que últimamente sólo La conjura de los necios me había conseguido sacar. Me quedo, por ejemplo, con la historia de Gregorovius, esa persona que asegura tener tres madres. ¿Cómo es posible?

Cuando Gregorovius se emborracha con whisky o coñac, su madre es “una lesbiana autora de un tratado seudocientífico sobre la carezza (traducción a cuatro idiomas)”. Si la borrachera se produce con aliento a ginebra, entonces la madre resulta ser una mujer que acabó “de puta en Malta”.

Y si el estado etílico es producto de vino tinto francés, la cosa se desmadra, ya que su madre puede llegar a tener tres nombres y vivir en Herzegovina o Nápoles. Y además, “viaja a Estados Unidos con una compañía de vaudeville, es la primera mujer que fuma en España, vende violetas a la salida de la Ópera de Viena, inventa métodos anticonceptivos, muere de tifus, está viva pero ciega en Huerta, desaparece junto con el chófer del Zar en Tsarkoie-Selo, extorsiona a su hijo en los años bisiestos, cultiva la hidroterapia, ha muerto al nacer Gregorovius…”, y así unas cuantas locuras más. Para que vean: metanovela, antinovela y profundidad, pero además con descojone garantizado.

 

 La elección de V the Wanderer

TOKIKO KATO – LE TEMPS DES CERISES

Aún, pese a los palos y las cornadas, no me he deshecho de mi carné de los Últimos Románticos. A ciertas alturas de la película uno ya conoce los errores que va a repetir toda su vida, cuál es el rumbo de colisión que le aboca al tortazo: el mío es la afiliación a tan condenado club. Hay días tontos en que le veo la poética a todo, hasta (o especialmente) a los fracasos acumulados. Hay días tontos, como hoy, en los que brindo por las batallas que mereció la pena perder.

Marco, o Porco, perdió varias batallas, la más importante consigo mismo, y sobrevuela cementerios en las nubes mientras su amor imposible canta esta ‘Le temps des cerises’ en ‘Porco Rosso’, del maestro Miyazaki. Es una tonada evocadora, llena de añoranza y cálidos anhelos inalcanzables, que se asocia a la caída de la Comuna de París, ese sueño histórico idealizado. Supone tal vez una de las canciones más francesas que puedan echarse al oído, ya la cante la Mouskouri, Trenet o Yves Montand. Cómo no iba a tener, entonces, poética y romanticismo: un deber nacional.

A mí me hace pensar en ese otro tiempo de las cerezas, el de Bunbury y Vegas, el «momento de ir yéndose poco a poco». En la tristeza de la supervivencia. Ideas que, en un arrebato de intertextualidad, no me cuesta a asociar a ese trágico y romántico cerdo piloto. Un cerdo que no vuela es sólo un cerdo y un último romántico que no canta es sólo un perdedor. Prueben a escucharla mirando a (o pensando en) el sol y el mar del verano, recuerden sus batallas pasadas, sus plácidas derrotas, y anímense a un último vuelo.

La elección de Raúl

GRISES – WENDY

Ojalá hubiera aquí gran historia de coincidencias, pero me temo que no mucho. Cano recomendó de refilón a Grises, una banda que pasó por el Palmfest (sí, póngannos falta esta vez) y a la que yo, precisamente, le había echado el ojo unos días antes. Hasta ahí la trama necesitada de casualidades. Andaba yo como un loco recopilando canciones que quemar en un CD (reminiscencias de la vida Nero, sí) de regalo, cuando en esa exploración de tracks novedosos me topé con este hitazo adictivo y vitalista, con trazas de llenapistas, carnaza para la remezcla y acompañamiento para la desazón generacional. Pero aquí no, que aunque andemos cumpliendo los 30 y empezando la cuarta década, somos reacios a divanes y reflexiones existenciales (¿o por quién nos toma usted?).

Aunque por esas latitudes anda la fórmula de esta canción, que puede recordar a Dorian o a Love of Lesbian y a sus retratos del paso del tiempo, donde las pinceladas electrónicas y la reverberación de un proyecto enérgico y muy popero arropan letras que le hablan a la pérdida o a la necesidad de aprovechar el momento. Melancolía envuelta en sintetizadores. O sea, que van un poco a la caza de festivales y de alguna generación de adolescentes que comulgue con todo esta murga de la nostalgia y de la edad del pavo prolongada hasta extremos insospechados.

Aislándome de eso un poco, lo cierto es que esta épica histriónica y sentimental (de estupendo videoclip), me engancha, pero aún más lo hace el título de este álbum de Grises. Irremediablemente, con él me tienen que enamorar. ‘No se alarme, señora, soy soviético’, se llama la criatura, que alude a lo que dijo el astronauta Yuri Gagarin cuando en un aterrizaje forzoso fue a parar al erial siberiano. Allí, una campesina atónita le dijo: «¿Vienes del espacio exterior?», a lo que Gagarin respondió: «Ciertamente sí, pero no se alarme, soy soviético». Con cosas así el indie, aunque a veces dé rabia, gana enteros y le queremos.