Lo que la gente a lo mejor no sabe es que aquí se es de ciencias puras. He aquí un ingeniero técnico industrial, otro en telecomunicaciones intermunicipales, un licenciado dos veces en matemáticas y un experto en ver cómo otros investigan aquel viejo Arpanet. De la complejidad de borgianas fórmulas algebraicas, transformadas en léxico, aparecen estos verbos floridos como una ecuación de segundo grado. El resultado es siempre el mismo: canciones hermosas que hablan de la vida y la calle.

La elección de V

SNOW PATROL – CHASING CARS 

Todo reencuentro con alguien es, a su vez, un reencuentro con aquel que éramos la última vez que vimos a esa persona. Somos partículas a la deriva, electrones que se aventuran al vacío, y cada choque fortuito (con un antiguo amigo, un viejo enemigo, una amante perdida) nos permite ver, por un momento, la red dibujada por nuestros pasos, la cartografía de nuestras parcelas de tiempo.

Todo recorrido por un mapa es, a su vez, una historia de los caminos no andados. Cada encuentro que nos obliga a marcar con tinta imborrable nuestros pasos es un vistazo fugaz a un jardín de senderos que se bifurcan, un conjunto de biografías de lo que podríamos haber sido («en otro tiempo, en otro lugar») y nunca fuimos.

Esta semana volví a cruzar andares con una amiga a la que no había visto en ocho años. Por esa poética del azar de la que tanto les hablo y a la que tanto escucho, al compadre Javi López le dio por repescar en su dietario un pensamiento que compartí con él y que había olvidado, un viejo hábito de, precisamente, la misma época en la que vi a mi amiga por última vez.

Sin dejarme llevar en exceso por las nostalgias, que son muchas y de muy variadas intenciones, decidí mirar frente a frente a quien yo era entonces. Hacerle algunas preguntas, reconocer en él algunos temores, medir si me gustaba o si yo le gustaría a él. Recuerdo, a saber por qué, que en aquel tiempo y aquel espacio (Copenhagen, un metro vacío, la madrugada de otra vida) inyectaba siempre en mis oídos, cuando Damien Rice lo permitía, este tema. Aún no había rodado por radiofórmulas y a mí me casaba con el frío que iba remodelándome.

La canción ahora es otra. Tiene otra historia, suena a otro trayecto. Yo también. Comparto con mi yo pasado algunos refugios, nos aquejan males similares, pero ni él ni yo somos ya una misma persona. He mejorado, me digo, acaso para justificarme. Reconozco que estoy pagando un precio sin saber muy bien a cambio de qué, el precio es vivir en una constante ruptura conmigo mismo, abandonarme a mí mientras mantengo o intento mantener todo lo demás. Amigos, hábitos, incluso viejas canciones que se quedaron en el frío de noches lejanas. Ventanas de reencuentro desde las que atisbar los costes de mis propios pasos.

La elección de Withor

ORNAMENTO Y DELITO –BONO ES DIOS

En realidad, no existen tantos motivos para que los U2 den rabia. Repasemos. Tienen un buen puñado de canciones –qué coño, algunas brillantes-, llevan años haciendo rock comercial pero de una calidad indiscutible, no son unos acomodados ya que en su discografía tienen algún disco bastante experimental y canciones rarunas. Además, sus fans son pesados pero ni de lejos tanto como los del tito Springsteen, no se meten en demasiados escándalos y pese a la fama y los elogios parecen buena gente. Pero está Bono.

No descubriremos aquí ni ahora el gigantesco ego y el autoimpuesto mesianismo del líder de los irlandeses. Mejor miren y rían con este capítulo de South Park. En todo caso, Bono tiene la virtud o desgracia de provocar una intensa urticaria en algunas (muchas) personas, entre las que me encuentro. Pienso en ello mientras escucho esta canción de Ornamento y Delito (que ahora sacan nuevo disco) en la que los vasco-madrileños no se guardan ninguna bala en el cargador. Lo curioso es que en una escucha rápida se podría pensar que Bono sale malparado, pero si afinan el tímpano verán que en realidad esto no es una crítica al gurú irlandés sino a los que le siguen el juego. Y es que Bono puede creerse un Dios, pero esto es relativo, porque no hay divinidad sin una legión de seguidores babosos detrás.

Así pues… ¿es Bono un Dios o, como dicen en South Park, el ñordo más grande jamás concebido? Ustedes deciden.

La elección de Raúl

PETER SCHILLING – TERRA TITANIC

Javi Level descuelga el teléfono y, sin querer pero incidiendo en el tópico del paso del tiempo, me dice que está con su niña en el parque y que le dé diez minutos. Luego charlamos casi media hora sobre el tema del reportaje que preparo, el colapso del modelo de las macrodiscotecas, pero también sobre la fiesta en general y sobre él mismo. A sus 50 tacos (34 de ellos en la noche), sigue (sobre)viviendo del remember, como tantos otros, y lo admite. El gurú de la Level 0, tierra mítica en La Pineda, casi Mordor, llegó a llevar tres negocios a la vez, labores discográficas incluidas. Me dice que en aquella época, fulgurantes y desfasados 90, podía ganar dos millones de pesetas en un fin de semana. Ahora subsiste y, al menos, se saca un sueldo pinchando.

Recuerdo ir a la playa con mis padres y pasar por delante de Level 0 con muchísimo respeto, como si fuera un santuario de la amenaza. Entré una vez, con igual de susto, a Disorder, otro garito suyo en Tarragona, excesivo y estridente, duro. «Yo he visto las mil y una. Te puedo contar animaladas. He visto a la gente salir de la discoteca, coger el coche borrachos y matarse. Aquello no podía ser, pero ahora estamos en el otro extremo de la seguridad», me dice. «Tendrás para un libro», le sugiero. «Para una enciclopedia», responde. Y nos entregamos al fácil pasto de la nostalgia. Me cita Chrysalis, Long Play, las carpas de Roda o los domingos por la tarde en Pacha, cimas de la reunión multitudinaria de la chavalada. Soy bastante ajeno a aquello, pero es soltar un nombre de estos en la redacción y dar pie a las batallitas, al vicio de sobrevalorar el pasado.

Han pasado 12 años desde que cerrara ‘la Level’. Escucho ahora su última sesión, los diez minutos finales, que sirven para diluir tanta mala fama, tanta leyenda maldita, porque me parecen un sonido blandito y hasta blanco. ‘Terra Titanic’, la canción de Peter Schilling (la original es del año 1983) remezclada hasta la saciedad y convertida en seña de la época, es planilla pero vale para ponerse en plan hermandad y ambientar el cierre. Tiene algo de ligero crepúsculo. Suena a final, a despedida, a balada terminal, a luces a punto de encenderse y música cerca de acabar. Eterno ‘fade out’ mientras las catedrales del sonido acumulan polvo y ratas.