El micrófono es un símbolo fálico, la guitarra es un símbolo fálico, el bajo es un símbolo fálico más grande y suponemos que el triángulo es también, de alguna manera que se nos escapa, un símbolo muy muy fálico. La música es falos por todas partes y sexo cantado y nosotros lo aceptamos resignados, sin más remedio que rendirnos a la evidencia y recomendarles tres temazos que hablan de la noble tradición del coiteo.

La elección de Withor

ANTONNA – TODO EL MUNDO TIENE PORNO EN CASA

Uno de los inercios lo guardaba sigilosamente -una vez consumado el perverso acto- en el estrecho hueco que había surgido entre el vetusto armario y la pared. Un escondite perfecto, porque además estaba muy cerca del ordenador. Jamás se lo pillaron y eso le hacía feliz (¿quizás incluso más que el propio contenido?). Desconozco el rincón –físico o virtual- elegido por mis otros dos compañeros. En mi caso, reconozco que no disimulaba mucho. Todavía tengo por ahí algunas cajas que supuestamente están ocupadas por la discografía de Mozart. Pero en realidad, aunque se escuchan unos buenos berridos, no son óperas (guiño guiño).

Antonna (que es uno de los miembros de mis amados Punsetes) tiene razón. Todo el mundo tiene (o tenía) porno en casa. Al principio no, debían dejártelo y necesitabas de un amigo que tuviera Canal Plus y que supiera programar el vídeo (pocos cumplían con ambas condiciones). Con Internet –aunque fueran los miserables 56k- y las grabadoras de cedés la cosa cambió. Fue la época dorada. Todos teníamos porno en casa y bien felices que éramos, aunque tuviéramos que buscarnos la vida para esconderlo.

Hoy en día, sin embargo, cada vez son menos los que acumulan pornografía en su hogar. Entre las páginas de hámsteres y similares, el formato físico ha perdido la guerra. Y con ello, hemos abandonado esa liturgia que consistía en consumar, limpiarse y, con sumo cuidado, deslizarse hacia ese rincón que nadie conocía para poner a salvo el más preciado de los secretos. Y es que el romanticismo, hasta en el porno, se está perdiendo.

La elección de V

RAMMSTEIN – PUSSY

Aplaudo el sentido de lo cafre de Rammstein. Puede escaparse desde lejos, pero los alemanes tienen un humor afilado y una manera muy inteligente de hacer el animal. Del mismo modo que un buen libro contiene su opuesto, cada disco de esta banda es a la vez una afirmación seria y una autoparodia de esta misma afirmación. Por eso, más allá del tópico de lo oscuro y bestial, Lindemann et al. sorprenden a veces con una ternura amarga (un día hablaremos de esto) o una socarronería muy autoconsciente. En estas últimas lides entra ‘Pussy’, que aparta las finuras de un manotazo desde el mismo título y suena a versión hardcore de aquel ‘The bad touch’ de Bloodhound Gang. Si ambos andamos calientes, dice su tesis, démosle al tema y ríase la gente.

Rammstein tienen imbricado en sus hechuras el sexo como acto animalesco; ahí están ‘Buck dich’ o ‘Du riechst so gut’ para probarlo. Son ruido, furia, poder, arrebato, música para follar como una tuneladora. Pero ‘Pussy’ es otra cosa: cantado en inglés (un acto de enunciación muy a tener en cuenta en un grupo que siempre ha negado esa lengua), con una letra simple y primitiva y un videoclip que parece reírse del escándalo como pose comercial, este single exagera todos los rasgos de su estilo como si quisiera incendiarlos. El estribillo se remata con pedrada a ellos mismos: «I can’t get laid in Germany». Música para darle al tema como un martillo pilón pero también chanza a costa de esta misma música, la afirmación y la parodia que la niega en una misma cancionaca.

La elección de Raúl

UN PINGÜINO EN MI ASCENSOR – ATRAPADOS EN EL ASCENSOR

Ojito: canción pop con espóiler (aparece al final de la letra y, por supuesto, de este texto). ¿Hay algo más trasnochado que un encuentro furtivo y guarro en el ascensor? ¿No es acaso una fantasía desfasada, como la música de saxo, los enanos o equivocarse de lavabo para dar pie a la secuencia de marras?. Tal embrutecimiento no acabará ahí, pero lo cierto es que el tema, exponente de ese pop nasal cachondo de finales de los 80, comienza tierno, con cadencia de balada: «Una noche más te espero en el portal, fingiré de nuevo un encuentro casual». Hasta ahí, todo correcto: una suerte de historia romanticona o, al menos, de deseo utópico e imposible, de enamoramiento (y seguimiento) de calle. Todo ello, con el envoltorio más inoportuno del mundo para darle la banda sonora al ayuntamiento carnal: organillos precarios, programaciones pegadizas y rudimentarias.

Después se cuela algo del imaginario rock, para insuflarle calor y lujuria al relato. «Esta noche, nena, es para los dos», sigue la letra. Y luego viene descaradamente el humor, plasmado en el contorsionismo en el habitáculo: «Sácame de una vez el codo de la boca, sabes que no me va el rollo masoca». Ya tenemos montada la escena a modo de Twister. Uno piensa que entre llamar a ThyssenKrupp y el desfogue para desencallar el elevador del entrepiso se ha optado por esta segunda opción. Ahora viene el desenlace, que indica que quizás lo mejor habría sido pegarle un telefonazo a la polícía.

¿Qué se habían pensado?. Un Pingüino en mi ascensor, santo y seña de la canción inmisericorde y la maldad infantil, no iban a quedarse aquí. Al final resulta que ni encontronazo apasionado de pareja, ni arrebato esporádico, ni siquiera cañita al aire con el vecino del quinto. Si ‘Sirena varada’, de Héroes del Silencio, era una mamada (manda carajo con la metáfora y la simbología forzada), la cosa aquí se trata, en realidad, de un intento de violación. Así que, como dijo el filósofo: ‘Joder, cómo cambia el cuento’.