El ciudadano y no por eso lector de La inercia encontrará aquí la pureza máxima en la expresión del corazón. Aquí la transparencia es total, y damos ejemplo cada día. No se deje engatusar niñamente por la dictadura enmascarada de los gobiernos oscuros y taimados, que nos ocultan la verdad. Aquí, en esta página virginal ajena a dobleces, publicamos nuestros sueldos en un wordpad privado y desglosamos las inversiones si el contribuyente nos lo pide bien, esto es, por el Messenger. Y cada fin de semana nos abrimos el pecho de par en par y salen ahí tres canciones que son sentimiento puro, emoción en vena, pasión desatada de folclórica.

La elección de V

EELS – LOCKDOWN HURRICANE

Uno de los riesgos más notables del oficio de juntaletras (siempre que a la gente le dé por leer las letras juntadas) es que el lector o lectora conocido, el que nos puede poner cara, cojeras e historias, escarba en los textos en busca de los restos de uno. No verá en los relatos y disertaciones las construcciones de un autor lejano sino los ecos de lo que sabe de nosotros, las huellas de la vida que nos ha reconstruido. Hasta a mí, que me da un pudor tremendo llamarme escritor y que escribo para hacerme invisible, me ha pasado.

Si la lectora o lector es además de conocida, cercana, la cuestión se desvía a lo personal, a una búsqueda casi acusatoria de momentos y rasgos robados. Esto seguro que va por mí, se dicen, esto otro es calcado a un encuentro real que tuvimos, a ver quién te ha dado derecho para violar mi intimidad, no vuelvas a usarme, sentencian. Incluso yo, que creía que los cruces entre autor y vida se limitaban a escenas de Woody Allen, lo he vivido.

Y no importa que nos justifiquemos hablando de torsión literaria, de manipulación de recuerdos y anécdotas para contar otras cosas, de alquimia entre estampa personal y relato universal. La lectora (para qué nos vamos a engañar: les hablo de lectoras) se sentirá traicionada y señalará el robo, mirará con desconfianza la alienación de las letras y puede que hasta nos arree algún merecido cachiporrazo o nos retire el hola. Yo, que soy más lector que juntaletras y me he sorprendido en los cuentos chinos de otras, las entiendo.

Pienso en esos riesgos y en sus compensaciones. A lo mejor, me digo, abandonamos en la escritura lo que no tenemos arrestos a abandonar en nuestras vidas y preferimos el alivio íntimo del texto público a la conversación privada, porque la conversación privada es un trayecto de futuro y nosotros sólo pretendemos embalsamar el pasado. Perseguimos librarnos de él haciendo que deje de ser nuestro siendo un poco de todos, aunque eso implique víctimas colaterales.

Quién nos mandaba escribir.

La elección de Withor

LA BANDA MUNICIPAL DEL POLO NORTE – ANTES COPÉRNICO QUE LUTERO 

Algunos para ser felices quieren un camión, otros la vida eterna o la paz en el mundo. Yo soy mucho más simple y si quieren verme disfrutar limítense a encontrar una canción con un ‘lalalá’, ‘parapá’, ‘tarará’ o cualquiera de sus múltiples variantes. Me fascina este recurso simplón y manido, pero que como los buenos amigos nunca falla. Añadan un ‘lalalá’ a una canción y ésta multiplicará por tres su valor en el mercado. El ‘lalalá’ es el 4-4-2 de la música, porque su sencillez es inversamente proporcional al resultado que genera. El ‘lalalá’ es el gintonic de la música, porque entra bien en cualquier momento y situación.

Nacho Vegas ha sido el artista que mejor rendimiento ha logrado sacar a los ‘lalalá’. Siendo un recurso alegre y con claros tintes pachangueros, el bueno de Vegas revolucionó el cotarro incrustando algunos ‘lalalá’ cuando no venían al caso. El gijonés demostró que se puede estar narrando la tragedia personal más grande jamás contada, para acto seguido meter un ‘lalalá’ y oye, que aquí no ha pasado nada. Me inquietan, pues, estos ‘lalalá’ teóricamente inconvenientes, que parece haberse perdido entre tracks. Aquellos que aparecen en letras difíciles y relativamente densas, como la genialísima ‘Antes Copérnico que Lutero’, que restan solemnidad a la canción y a su demolera frase ‘Atentos a la masa perversa’. Definitivamente, el ‘lalalá’ es el rey. No lo duden, si Mozart estuviera vivo hoy, sus composiciones estarían repletas de ‘lalalá’.

 La elección de Raúl

IMELDA MAY – IT’S GOOD TO BE ALIVE

Venimos a arrebujarnos al calorcito del rock’n’roll inocente, trillado y cálido, ese matrimonio formal, de valores estables y futuro acomodado. Ya valen las canitas al aire con canciones de diez minutos y soniquetes marcianos, que aquí viene el rockabilly más genuino del condado. Imelda May, frontwoman irlandesa, lo vuelve a hacer con su cuarto disco y éste, su primer single. Es capaz de superar los clichés del género: el tupé de su marido Darrel Higham dándole a la guitarra o esos imaginarios que a mí, por intoxicación mental generacional, me remiten a los pelucones y los trajes de Cartoons. Todo eso se me olvida cuando me pongo esta canción y se me torna el alma danzarina, se me dispara el espíritu ante el descaro con el que tratar la materia prima de toda la vida.

Envoltorio clásico y fresco, melodía pegadiza, un ‘du-du-á’ por ahí, soltura y desparpajo abrigan una letra que, oh carallo, podría servir de autoayuda como una canción de Rosana: ese mirar abrirse el día por la ventana para contrarrestar pocheces congénitas. Incluso ese lugar común soleado del positivismo (significante y significado van aquí de la mano) queda salvado con la pulsión del ritmo, el pálpito al son del abecé del rock, ese solo de guitarra, casi a lo Chuck Berry y, por supuesto, el torbellino de la dublinesa Imelda, un volcán simpático e icónico de groove. No diré que me saque a la pista y me ponga a bailar, que eso es obsceno, pero sí que en la barra se me enciende un optimismo barnizado y relativizado, una vaga sonrisilla celebratoria, un swing discreto.