Tres canciones, 247

La elección de Withor

OTIS REDDING – CIGARETTES AND COFFE

De todas las divisiones que se pueden realizar del género humano, quizás mi favorita sea la siguiente (que me acabo de inventar): hay dos tipos de personas, las que pueden beber café a todas horas y las que no. Viene esto al caso por la existencia de hombres y mujeres que proclaman (con cierto dolor y resignación) que no pueden beber café «a partir del mediodía» (también existe la variante de «después de comer») porque en ese caso serán totalmente incapaces de poder dormir por la noche. Es decir, para estos pobres mártires, la ingesta de una diminuta cantidad de cafeína continúa manteniendo sus efectos secundarios ocho, diez o doce horas después. Me gustaría saber cuánto hay de placebo y autosugestión (y añadiría también de cierta tontería, si no fuese porque muchos de ellos son buenos amigos) en estas personas para las que un cafecito cuando todavía luce el sol tiene el mismo efecto que cuatro millones de rayas.

Yo soy muy cafetero, pero más por el acto en sí mismo que por el placer que me proporciona la bebida. En todo caso, casi todas las noches me tomo un café después de cenar, y si me siento vivaracho, en ocasiones puede caer el segundo. Y para dormir, ningún problema. En cierto sentido, me veo como uno de los personajes de la película de Jim Jarmusch ‘Coffee and cigarettes’, que cuenta con un esquema muy peculiar: conversaciones de dos o más personas alrededor de una mesa en un antro decadente, con el único acompañamiento de café y cigarrillos.

Pese a que la fotografía en blanco y negro es preciosa, el negro del café se ve sucísimo, y podría pasar por un combinado de aguarrás mezclado con petróleo y unas gotitas de ébola. Además, parece que en cualquier momento va a salir una cucaracha de la taza. Poco importa. Los personajes del film (entre ellos hay algunos grandes como Tom Waits, Iggy Pop, Steve Coogan o Bill Murray) beben café como si no hubiera un mañana, como si no existiese otra bebida en el mundo, como si nada tuviese sentido más allá de ese mejunje negro y el paquete de cigarrillos. Y en cierto sentido, es así. Yo, como ellos, no quiero formar parte de una sociedad que le tenga miedo al café de las cuatro de la tarde o al de las tres de la madrugada.