La Guardia Civil está registrando la sede de la SGAE, en una investigación muy heavy sobre desvío de fondos y apropiación indebida. La operación está ordenada por la Fiscalía Anticorrupción. Teddy Bautista ha sido detenido, al parecer por presuntos delitos de estafa, y no por sus discos con Los Canarios. La inercia aclara que no tiene nada que ver con todo esto y que somos presuntos periodistas pseudomusicales hasta que se demuestre lo contrario. Incluso nos gustan algunas canciones sueltas de Ramoncín.

La elección de V the Wanderer

PULP – MILE END

Pulp: del ‘kitchen sink realism’ a Torrente. Dejadle a Jarvis Cocker y los suyos explorar hasta el último rincón de la sordidez con esa descripción de un apartamento abandonado en Mile End, el lugar más asqueroso del mundo. El Paraíso, si no tuviera aspecto de Infierno.

La canción es gráfica, maloliente, llena de moscas. Imagino un nutrido nido de yonkis okupando la escena de algún crimen que nadie descubrió. Aquí huele a muerto, y ellos no han sido. Cocker la canta con tanta ironía, con tanta socorronería, que no sé si alivia o lo empeora. Pero vamos, esto es Pulp: clases bajas, pozos, estercoleros de la sociedad. Las sobras de la acomodada clase alta británica.

Claro que ese piso en Mile End es el de Madre Superiora en ‘Trainspotting’, no podía ser de otra manera. Coño, es que es el corazón de la película. Danny Boyle sabe construir espacios, personajes y tiempos a través de canciones, aquí tienen la prueba. ¿La peli? Pues parte del Cine.

Perdición, hedor y decadencia, pus y heridas putrefactas, sordidez de cuarto grado, y todo con una sonrisa de a quién cojones le importa. En una dosis concentradísima.

La elección de Raúl

MOLOTOV – GIMME THE POWER

Aquel disco llegó al barrio y arrasó. Se llamaba ‘¿Dónde jugarán las niñas?’, parodiaba el título de los insufribles Maná, compatriotas, y la portada mostraba una colegiala en el asiento de atrás de un coche, con la liga a media asta. No había ni spotify, ni lastfm, ni myspace. Ni grooveshark, ni rockola, ni pornotube. Ese álbum, el debut de estos mexicanos guerrilleros, adoptó el método de difusión habitual de la época: cintas TDK en el Schlecker, candelita al Rec y trasvase disco compacto-cassette.

Éramos unos niñatos, no como ahora, seres tela de coherentes y racionales. Lo primero que nos sedujo, entre pachanga y pachanga balompédica en las plazas, fue aquel corte animal que se llamaba ‘Puto’. Luego bailamos atléticamente en los garitos aquellos dos minutos desbocados. El disco entero tenía cosas interesantes. En general, era una transversal crítica social, un ataque al régimen de México, una invitación a la revolución, una denuncia de la corrupción y las malas artes, a lo Mano Negra. Por ahí anda este ‘Gimme the power’, que habla de desbancar gobiernos, de pobrezas, de desigualdades, del pan de nuestra gente y de darle el poder al pueblo. El discurso era facilón, sí, pero molaba el descaro, la desfachatez y la envoltura musical: del rock latino a la cumbia con mala leche o el rap irreverente.

Molotov no sólo triunfó en mi barrio: salieron en los 40, en la MTV, en ‘Música Sí’ o en ‘Lo+Plus’. Luego siguieron sacando discos, atizando a Bush y al establishment, y aún hoy continúan en la brecha, ya sin aquella capacidad de sorpresa que exhibieron antaño, cuando a mí y a mis amigos de entonces nos perseguía la policía en Torreforta por jugar en las plazas, jodiendo el mobiliario urbano a pelotazos. Tardes de verano, de fútbol sucio, de perro asfalto pelando mis rodilla de portero, de picar a timbres y decir ¿te bajas?. Entre tanto, Molotov de trapicheo y banda sonora.

La elección de Withor

ROXETTE –THE LOOK

Parafraseo a mis amigos/enemigos de la Rockdelux: la edad, a veces, importa. Viene esto al caso porque esta semana mientras estaba en el gimnasio vi en RAC 105 -esa cadena que no repite nunca los videoclips- y emitió un video de Roxette. El subidón de nostalgia, una droga poderosa como pocas, me vino muy bien: no hay nada como perderte en tus recuerdos como para olvidar que estás en la máquina corriendo y, por ende, cansado y sudado.

Roxette es uno de esos grupos que si los pillas con 10-12 años, crees que son buenísimos, grandes artistas: los pondrías a la altura de Beethoven si supieras quien es. Incluso yo, a esa tierna edad, me decantaba por Paco Pil como mi artista favorito, pero reconocía que musicalmente Roxette era mejor. Algo parecido me pasaba con El último de la fila, otro de aquellos grupos que por casualidades, por puro azar, te acaban marcando. Roxette y el Último de la Fila me parecían genios, capaces de componer cosas a las cuales mi querido Paco Paquito no podía ni acercarse.

Luego creces, estás en el gimnasio, escuchas Roxette y te das cuenta de tu comprensible error. Ni Roxette -ni mucho menos los sobrevalorados liderados por Coñazo García- eran genios. No tenían el talento para componer de Beethoven, ni la sultura con la guitarra de Hendrix. Sus letras no eran tan profundas como las de Bob Dylan, ni las composiciones tan complejas como Pink Floyd. Pero tenía 10-12 años. Y a esa edad, todas estas gilipolleces que ahora valoramos, no existían. Tenía 10-12 años, y por desgracia, la edad es algo que siempre acaba importando.