¿Pues no va y resulta que el otro día cumplíamos dos años y nos olvidamos? Era el 8 de julio, aunque los historiadores consideran fecha oficial el 14 de agosto. Sea como fuere, La Inercia sigue aquí con su labor evangelizadora, luchando y trabajando duro para poner una sonrisa en el corazón de cada niño y aliviar las miserables vidas de nuestros lectores. Mártires modernos, si quieren decirlo así.

La elección de Raúl

MADNESS – HOUSE OF FUN

Podría ser, se me ocurre, la previa de un cumpleaños. O mejor: la banda sonora para un manicomio destartalado. Muy ska, con los vientos y todo; muy loco y muy inglés y muy ochenta también, como una fiesta en la que Benny Hill pasado de alcohol se ha desmadrado (igual ya persigue enfermeras) y los Monty Phyton mantienen la compostura con esa guasa de ‘sir’ seria y contenida, a puntito de que la cosa se les vaya de las manos (como ese momento de la noche en el que se ve que ya no hay vuelta atrás y las neuronas en tobogán son ya irreversibles). Así está la situación, totalmente banal; el colmo del paroxismo y la exaltación de la diversión sin objetos más ambiciosos.

Y si no, échenle el ojo al videoclip: con los críos saltando en plan lip dub sin organizar y demasiado frenético. Todo vale: poner caras raras, soltar chorradas, disfrazarse, irrumpir aquí y allá bajo el manto de serpentinas y ese ritmo endiablado puramente festivo, como de dibujos animados. La única huida posible es hacia delante y consiste en algo similar a bailar, coreografías mediante si se puede y haciendo el chorras en la montaña rusa. La irreverencia inocente, la cucamona como modo de expresión y la diversión coral de estos Madness que aún siguen dándole al asunto, supongo que con mayor pena que en aquel 1982 en el que este tema se coló en el número 1 con su divertimento de parque de atracciones.

Percusiones circenses, melodías saltarinas que van arriba y abajo y esos aires de pachanga. Aquí hay confeti, gusanitos y hasta bocadillos de nocilla. Aunque si ven que la cosa se pone descaradamente infantil y azucarada, aliñen la escena con la sonrisa de un payaso loco, que siempre da repelús y aquí puede encajar. En todo caso, bienvenidos a la casa de los jolgorios. Arriba los corazones.

La elección de V the Wanderer

FACUNDO CABRAL – NO SOY DE AQUÍ, NI SOY DE ALLÁ

Ésta será la única frase que dedicaré a la estupidez armada que nos ha dejado sin Cabral. El resto, como ésta misma, irán dedicadas a loar a un hombre reflexivo, ácido, optimista. Un tipo feliz, mas no un pazguato japiflagua. Un sabio, coño, que mezclaba humor, nostalgia, poesía y universalidad.

En este segundo párrafo citaré algunas sentencias inolvidables de Cabral, que en su disco ‘En vivo‘ regalaba un monólogo (¡ay, ese género tan peligroso y que tanto detesto!) entre tema y tema. Como esa de «el tumor te mata pero muere contigo, y a veces no te mata», o «si los malos supieran qué buen negocio es ser bueno, serían buenos aunque fuera por negocio». O esos chistes, «¿por qué los gallos no tienen manos? Porque las gallinas no tienen tetas», o «ella prefería la depresión a la felicidad, porque decía que le duraba más».

Lo que queda de texto va dedicado a hablarles de este brevísimo tema que se convirtió en su himno, en su carné musical. ‘No soy de aquí, ni soy de allá’ es la declaración de intenciones de un «vagabundo first class» que, pese a tirar de algún tópico, podría darles lecciones a mamarrachos como Coelho o Bucay sobre la felicidad. Un listado de pequeños placeres, de observaciones del que está enamorado del mundo, del extranjero que siempre está en casa.

La elección de Withor

RAMMSTEIN – ZWITTER

Ustedes dirán lo que quieran: que ya lo han visto todo, que nada les sorprende, que está todo inventado. Pero señores, que quieren que les diga, a mi hay cosas que todavía me ponen los pelos de punta y me generan asombro. Así, de buenas a primeras, calificaría como inusual que un profesor de filosofía del que se rumorea usa relleno calcetinero por motivos obvios recomiende a un grupo de alumnos una banda semidesconocida alemana que ninguno de nosotros había escuchado jamás. Tan extraño como eso me parece que el grupo en cuestión, Rammstein, se convierta en una especie de mito entre el alumnado de primero de bachillerato y que su disco sea codiciado por todos en la época en la que las cintas todavía tenían algo que decir.

Tampoco calificaría de corriente que la chavalada se aficione a un género conocido como ‘industrial’, adjetivo que hasta aquel momento sólo se había aplicado al tipo de hielo que sienta bien con los cubatas. Y no sería nuestro pan de cada día que el grupo en cuestión esté compuesto por locos que se aporrean la cabeza hasta sangrar y que escupen fuego después del eructo de turno cuando la coca-cola ha hecho efecto. Pero, por encima de todo, lo más impactante es que detrás de toda la parafernalia, de la música machacona, de la lengua germánica antimusical y de la voz que asusta, por lo visto se escondían unas letras en las que la poesía también reivindicaba su espacio.

Y tampoco es normal, no me jodan señores, que el día que descubrí mi canción favorita de este grupo fuera años después, cuando Rammstein estaba fuera de mi cabeza, acompañado de una persona de cuyo nombre no puedo acordarme y que su coche tuviera estropeada la calefacción, y mientras fuera llovía a cántaros, al ritmo de ‘Zwitter’, el pobre hombre tuviera que conducir por el centro de Barcelona, limpiar el espejo porque estaba tan empañado que no se veía nada, y volve a darle al botón del play porque el pesado que estaba a su lado quería escucharla otra vez. Tampoco me parece normal, si nos ponemos tiquismiquis, que una canción se titule ‘hermafrodita’. ¿De verdad ustedes lo han visto todo?