La nostalgia ha exprimido los 80 hasta dejarlos secos, y la regla de las dos décadas se impone (todo lo del decenio anterior es hortera, todo lo de hace dos es revival). Los 90 vienen a por nosotros, ya se lo tenemos dicho desde hace tiempo. Más les vale estar preparados: se enfrentan a cosas como éstas que vienen abajo.

La elección de Withor

SENSITY WORLD- GET IT UP

Los sábados pasaban uno tras otro en el calendario, y nosotros, ahí seguíamos, imperturbables ante el paso del tiempo. La rutina era buscada, agradecida, disfrutada. Nunca se plantearon alternativas serias. Nada se cuestionaba. Después de empezar la velada en algún bar de mala muerte (la mayoría desaparecidos, como el Pelacanyes, o reconvertidos en ‘bares de moros’, como el Trànsit o La Pedrera) nos dirigíamos hacia allí, hacia el templo del placer, o eso nos parecía en su momento. En realidad era otro puto antro, tanto como los bares que lo precedían. Y como ellos, también está cerrado. ¿Su nombre? El Toc. ¿Apellidos? de Gralla.

Una vez dentro, la rutina continuaba, no fuera  a ser que nos perdiésemos o alguno fuera a acabar follando. Íbamos hacia arriba. Y allí, como los sábados del calendario, pasaban las horas sin darnos cuenta. La rutina se volvía musical. De vez en cuando, aparecía una persona que pretendía parecer un DJ, pero no nos engañaban: aquello era un puto CD que iba sonando. Y lo peor: cada semana era el mismo. Había canciones que no faltaban nunca: ‘Fiesta pagana’, ‘Du hast’, ‘Song 2’, ‘Serenade’… el ambiente se caldeaba con ellas. ¡Madre mía!

Pero lo bueno llegaba casi al final, cuando eran las 2.30h pasadas, cuando aquello se iba vaciando y los que quedaban no paraban de mirarse el rejoj. Era el momento de la electrónica cutre, dance, noventera. Era el momento de e autoconvercernos de que aquello era algo parecido a la Ruta del Bakalao, es más, de que nosotros nos lo pasábamos mejor que ellos, que íbamos tan puestos como ellos aunque la coca, en nuestro caso, fuese acompañada por el adjetivo cola -y whisky, que tampoco éramos tan pinkfloyds-. Una vez llegada a esta fase, nuestra rutina se tambaleaba. Pongamos que antes de cerrar, ponían unas 10 canciones de disco-dance-ibizamix. NO ERAN SIEMPRE LAS MISMAS. Había una terma de unas 20, y depende de la semana las iban cambiando. Podías irte a tu casa jodido, si no ponían la que querías. ‘Give it up’ no era de las más habituales. Eso le acabó suponiendo un status especial. Ese estatus que supone cruzarnos las miradas que parecían decir ‘no puede ser’ y parecer emocionados cuando sonaban los primeros compases.

Ahora vuelven los 90, pero ‘Get it up’ se quedará donde habita el olvido. No logró superar la barrera. La que delimitamos nosotros mismos, conscientes de que, en realidad, no deja de ser una mierda edulcorada con grandes dosis de nostalgia.

La elección de Raúl

SCATMAN JOHN – SCATMAN’S WORLD

Dos mil años de tradición judeocristiana y una cultura que bebe del riquísimo pasado grecolatino, pero en mí ha dejado mucho más peso el dance de los 90. Corrijo: dance, o lo que leches fuera esto: ‘scat’, o una suerte de rap tartamudo cantado por un Leonard Cohen de regional preferente. El tal John Scatman, que en paz descanse, fue un entrañable y carismático tipo, de porte elegante y ademán clásico, con su traje, su sombrero y un bigote de enjundia. “Convertí mi principal defecto en mi gran virtud”, dijo el bueno de John. No es ninguna pose ni el emperramiento de algún productor: el hombre era tartamudo de verdad.

¿Qué hacía, pues, aquel señor serio llenando las discotecas con sus balbuceos imposibles, sus tropiezos verbales, su verborrea de ortopedia y sus enredos orales sostenidos por bases simplonas? Tesitura histórica: año 95, en plena transición hacia no-sé-qué, en el ecuador de una década perdida o al menos algo desnortada, atractivo erial para colar este tipo de material y acuñar etiquetas al portador: ¿tartapop? ¿logopedance?. La sílaba, en fin, como unidad básica en el pentagrama.

La historia de éxito, como es habitual, fue un visto y no visto. Un montón de copias vendidas y un legado, 16 años después del ‘boom’ (búsquenlo, yo qué sé, en el Planeta Dance 95 o en cualquier otro recopilatorio al uso), que se reduce a dos canciones: la citada, donde Scatman te invitaba a explorar su universo de dicción frustrada y la previa carta de presentación, de título ‘Scatman (Ski-ba-bop-ba-dop-bop)’. Báilenla, nostálgiense (sirva de homenaje a este cantante americano pesimista y gris fallecido en 1999) y cántenla pero no se me mueran atragantados.

La elección de V the Wanderer

NEW ORDER – CONFUSION (PUMP PANEL RECONSTRUCTION MIX)

Los 90 estaban a punto de agotarse y nuestra adolescencia no hacía más que empezar. Habíamos crecido con Paco Pil, Chimo Bayo, el lejano e incomprensible mito del Bakalao y paladas de mixes temáticos. Cruzábamos las puertas de nuestras metafóricas casas por primera vez, forjados en escuchas de algo que llamábamos makina, de pésimas mezclas veraniegas, de progressive, trance y esas hierbas. Cano andaba enganchado a Chasis, imaginen. Salíamos y buscábamos en el mundo algo grande, algo epifánico, una explosión de molonismo milenarista que estuviera a la altura de tantos años de anticipación.

Nos metimos en una sala de cine y nos dejamos capturar por el hipercinetismo de un vampirazo negro, armario de espaldas anchas y geométrico rapado, por el estroboscópico ritmo de un baño de sangre. Era 1998 y esto es lo que no había: saturación de vampiros, de cine de superhéroes, Matrix, cine de acción postmoderno. Olfateábamos el siglo XXI sin saber que llegaría cargado de cinismo, hipsters, callejones sin salida y una historia que, más que acabarse a la Fukuyama, retrocedería. No había nada de eso, sólo una pantalla en la que salió Snipes, cien kilos de vampiro y chulería, vacilando y reduciendo a cenizas a todo el local (¡inolvidable efecto de desintegración!), en una rave empapada de hemoglobina. Y de este ritmo hipnótico que luego buscaríamos en nuestras escapadas nocturnas.

Cómo íbamos a saber que esto era New Order, que detrás del machaconísimo bucle estaba aquella simpática ‘Confusion’, que acabaríamos hasta la nuez de tanto cine hipermusculoso y ultraestético, que Wesley Snipes iría a dar con sus huesos en el trullo por evasión fiscal, que el techno progressive sería un chiste de Callejeros, que el cine se infestaría de tipos con superpoderes y que ninguna fiesta, jamás, se iba a parecer a la rave de aquellos chupasangres. La década moría y nosotros salíamos a comernos el mundo: ‘Blade’ y esta reconstrucción (¿deconstrucción?) de New Order fueron nuestro despertar.