Estamos ya metidos en diciembre y aún no nos han llegado los pagos de Lady Gaga, Fito y Justin Bieber, así que han perdido su oportunidad de estar en este, su rincón de sabiduría y buen gusto semanal. A cambio, les proponemos tres cosas súper indie y arriesgadas que le alegrarían el puente hasta a Urdangarín.

La elección de Withor

LUJURIA – VULL CARDAR

Que las noticias más leídas de un diario generalista como ‘El mundo’ siempre sean chorradas como ‘Un hackeo adelanta el ganador de Tu cara me suena’ (es la que hay mientras escribo este milagro de la literatura) pues oye, se entiende, es lo que hay, que el mundo está muy loco y a quien no le guste que se baje. Pero que las noticias más leídas de un diario deportivo como el ‘Marca’ siempre sean chorradas pseudo-eróticas como ‘Las íntimas fotos que enfadaron al famosísimo papá de Paulina’ (es la que hay mientras escribo este texto-milagro del pensamiento liberal) pues no es que me impida coinciliar el sueño, pero oye, da que pensar.

Que ya lo sé, que no es algo nuevo. Que la chica del As -¿dandy o crack?- lleva ahí toda la vida con nosotros, pero oye, no deja de llamar la atención que uno entre a consultar una información deportiva, pongamos las internacionalidades de Javier Manjarín con la selección española por decir algo, y de repente, prácticamente sin darse cuenta, se encuentra uno masturbándose con las fotos de la puta que provocó que Rooney se enfadara con su novia y que le llevó a comprarle un anillo de 350.000 libras de las buenas para hacer menos agria la reconciliación. Y de fondo, la clasificación del Zamora o, lo que es peor, una foto en primer plano de Messi.

Todo esto para decir que el sexo vende, algo tan obvio como repetido y por lo tanto susceptible de ser ignorado. En todo caso, iban y venían los pensamientos en mi cabeza, cuando me he acordado de aquel grupo llamado ‘Lujuria’, que dedicaban su vida a hacer de rockeros sexuales, esto es, hacer canciones cuyo nexo de unión siempre era que el tema principal, y también el secundario, era alguna cuestión sexual. Un grupo perfectamente olvidable, con un tufillo insoportable a las gracietas de Pajares y Esteso con las suecas, pero que allá a mis 14, 15 años, cuando todavía no éramos todos tan progres, me provocó alguna que otra carcajada. Señores, esto es todo por hoy. Que ya son las 7 de la tarde. Todavía no he entrado en el Marca y las ganas empiezan a apretar.

La elección de V the Wanderer

CHIQUETETE – ESTA COBARDÍA

Se ve que Chiquetete ahora ronda por todos los pozos de telebasura, que es un tema recurrente porque le pegó a su mujer o su novia o su amante. No sé mucho más del personaje y menos me gustaría saber. Me da igual este tipo, su pelazo pre-constitucional y su voz de setenta carajillos y cubata en el bar a las doce del mediodía. Me dan igual él, Manzanita, Junco, Parrita y El Mani. Lo pongo en Spotify por un arrebato inexplicable y me estresan el folklorismo y la sobreinterpretación. No se hizo la sevillana para mí (¿hace falta repetir cada frase treinta veces?), ni el flamenco pantojesco ni las grandezas de la tradición andaluza de cassette. Ni soy target, leches, ni me gustaría serlo.

Pero luego, ay, tiene esa cosa suelta, esa canción ligera de temática platónica (amorosa, no filosófica), de instrumentación chabacana y estribillo desgarrado llamada ‘Esta cobardía’. La letra es ingenua, bonita, antigua, y a fe que la admiro, aunque me cueste reconocerlo e disfrutarla implique tener que escuchar a Chiquetete. También la cantó Julio Iglesias arrastrando las consonantes como él sabe y una tal Vanexxa dándole aires de chica guerrera, pero ninguno de los dos conserva la emoción y el sentimiento del puto maltratador. Qué le vamos a hacer.

La elección de Raúl

JAVIER ÁLVAREZ – PADRE

Eran las fiestas de Santa Tecla de hace unos cuantos años. El ayuntamiento tuvo a bien programar un tres en uno, un ‘hat trick’ de conciertos simultáneos para solaz del más variopinto y tiquismiquis ciudadano, que podía elegir. En la Plaça de la Font, con su bullicio de las grandes citas, Julieta Venegas tocaba el acordeón para bastantesmil personas. Era el recital macro, a granel. Esa noche acabé viendo a Lori Meyers, que presentaban Hostal Pimodan en el Parc de les Granotes pero antes de dejarme caer por aquel reducto ya inexistente de buena música (fue durante un tiempo la ‘resistance’ más o menos ‘indie’) transité por la Plaça del Rei, donde tocaba Javier Álvarez. El madrileño era un hombre patoso y tímido sobre el escenario. Se reía, se equivocaba y volvía a empezar. Parecía inexperto u oxidado. Era más un reinicio que una decadencia, más una resituación que unas horas bajas.

Javier Álvarez vio las fauces del lobo de la fama y no le gustó el panorama. Dio vueltas por el circuito de antros de Madrid y acabó saliendo por la tele y sonando por la radio, petándolo, como puede petarlo un cantautor en los 40 Criminales con ‘Sunset Boulevard’. Acaso alumbrado por la figura de Norma Desmond y su infeliz desenlace, Javier quiso otra cosa. Y quiso hacer canciones como ‘Padre’ (gracias descubridor withor por descubrírmela), un poco deeneí juguetón de sus virtudes: pajillero, maricón, drogadicto, bakalaero, okupa, rojo, puta, bizco, vago, quinqui, paranoico, desertor, soplapollas, punki, negro y de Alcorcón. Se confiesa ante el sacerdote por todo eso y mucho más. Viene a decirle al cura que no cree en dios. Lo hace con humor y relatividad, sin importarle meter una base ni participar luego en proyectos marcianos. A fuerza de que le llamaran friki, Javier Álvarez quiso otra cosa. Apostó por el camino difícil, por lo políticamente incorrecto pero artísticamente valioso, necesario o interesante, al menos. Olé por él.