Del norte al sur, del punk a la copla, de la batería más veloz a la guitarra más morosa: sin solución de continuidad, hoy los inercios nos mostramos públicamente, reconociendo esta o aquella afición inconfesable, esos cortes que nos tocan esta o aquella fibra sensible.

La elección de Raúl

ELS PETS – POR

Pues resulta que me eriza el vello este baladón que arranca acústico y desde la fragilidad más sensible e íntima. Empieza hablando de la vulnerabilidad ante lo cotidiano, de las dudas, tan humanas como imbéciles, que nos corroen, la inestabilidad, la incertidumbre, la elección cabrona y azarosa de las palabras de efecto imprevisto. La rutina, que te muerde por dentro, y no te deja ver lo que has conseguido: algo tan rico y volátil que se te puede escabullir de las manos y, claro, tienes miedo, puede que irracional.

Luego vienen las pequeñas cosas reconciliadoras, los clavos ardiendo (el sol escondido entre el cabello y la mirada, en este caso) y el estallido de guitarras en reverberación, cuando la montaña rusa acaba en autoestima desbocada, al grito apoteósico y con sílabas alargadísimas de ‘res no m’espanta’ envuelto en arreglos de cuerda que rozan lo épico; y la canción crece, crece y crece mientras la banda suena imbatible y redonda, quizás arropada por la filarmónica de los Estados del Ánimo.

Autoayuda de producción impecable, en fin. Porque esta vez sí: esta gente de Constantí  (hola, me llamo Raúl y me gustan Els Pets, en ciertas y calculadas dosis) lo han clavado y en poco más de tres minutos han transitado por el pánico de andar por casa, enfilando los abismos diarios hasta la cima, dispuestos a comerse el mundo. Pero eso es ya otra canción.

La elección de Withor

PIPERRAK – CUALQUIER DÍA

‘Cualquier día, te levantas de cama, son las dos de la tarde, no tienes trabajo, ni nada que hacer’. Visto así, ‘Cualquier día’ podría parecer una canción compuesta ayer o hace unos meses, un retrato costumbrista sobre un joven parado sin nada mejor que hacer que pasar los lunes (jueves *guiño guiño) al sol.  Esta percepción empieza cambiar cuando te enteras que, acto seguido, lo primero que hace nuestro querido antihéroe es meterse un par de lingotazos de coñac. El siguiente paso es buscar una foto de Piperrak, para comprobar que estos chavales, más que víctimas del paro, son víctimas de su ideología punkarra.

Raúl y yo hacíamos broma con esta canción. El personaje aparece cabreado con el mundo, todo el rato ‘hasta los mismos huevos’ y ‘cagándome en Dios’. Puede parecer que la vida lo ha maltratado y, en parte, podemos llegar a entender su frustración. Pero no nos dejemos engañar.  No sólo se pone de coñac (lástima que no sea un solysombra) como almuerzo, sino que se gasta lo poco que tiene en unos porros y ‘en privar’ y, además, pasea por la vida con chulería y riéndose de la gente. Vamos, que es escoria. Y encima, cabreado con todos. La pregunta es, ¿por qué le tengo cariño? Pues no lo sé. Pero me imagino a este ascodepavo y me produce simpatía. Me lo imagino tirando en un banco con el Don Simón, con su cresta punk, y me enternezco. Hasta me entran ganas de abrazarlo y decirle ‘no estás solo amigo’.

Es la magia de la música. Una persona que aparentemente no tiene nada que ver conmigo, ni mi forma de ver la vida, y le cojo cariño. Alguna culpa tendrán los Piperrak por haber hecho este temazo, tan simple y complejo a la vez, con esa introducción a lo reggae, esos coros de féminas inesperados que siempre quedan bien y, en definitiva, ese vómito de rabia punk siempre incomprendido. Muchas veces he cantado esta canción a grito pelado. Sabía que no era así, pero mientras lo hacía, imaginaba que yo era él, eran las 3 de la tarde y me gastaba mis últimos 3 euros en la tasca Pepe, acompañado de mis compadres y sus crestas con un buen vaso de coñac en la mano.

La elección de V the Wanderer

ANGELILLO – LA HIJA DE JUAN SIMÓN

Una narración, un romance elaborado, contundente, una canción de principio, nudo y desenlace. Un cuento doloroso y dolido, contado magistralmente, con las palabras justas y necesarias, en uno de esos agotadores maratones del sur, un tour de force extenuante. Esas voces conquistando cada sílaba, esas guitarras tocadas por una pena desoladora.

Los gorgoritos de Ángel Sampedro (Angelillo) se tornan aquí sollozos, en un crudo y muy literario relato que bien podrían haber firmado Townes Van Zandt, Nacho Vegas o The Decemberists, otros valientes cuentistas. Una copla con las paladas de luto y sufrimiento propias de un lugar, una época, un pueblo, pero infinitamente universal.

Luego están los detalles intrahistóricos, lo paramusical, el enriquecimiento de la leyenda: el teatro, la República, Buñuel, la guerra, el exilio (del cantante y de la obra), Argentina, Antonio Molina, el remake. El rastro casi intrazable de una historia que sobrevive a su propia historia, que cruza décadas y versiones y emociona en el siglo XXI, y espera a que alguien la dote de guitarras eléctricas y rock poderoso (Los Planetas, quizá, con su eterno cuento de reinventar el sur) y la vuelva a poner de moda.

Juan Simón, el único enterrador del pueblo, seguirá enterrando a su hija muchos años después incluso de esa versión que está por venir, como toda buena narración universal. Y nosotros, o los que nos releven, nos seguiremos compungiendo al verle caminar, resignado, con la pala y el azadón, con la tierra del sepulcro bajo sus uñas.