Están dentro de un coche un tío que sufre parálisis de sueño, dos monjas, Trevor Powers, Andrés Calamaro, un nostálgico que salda deudas consigo mismo, Griezmann, unos cuantos gitanos de los que tienen pasta, tres negros, Paco de Lucía, las patillacas de Paco de Lucía, un tío que está en Japón, otro que sueña con Huesca y Usain Bolt. ¿Quién conduce? La Inercia, claro.

La elección de V the Wanderer

YOUTH LAGOON – SLEEP PARALYSIS

Acostumbro a explicar la parálisis del sueño como un sonambulismo a la inversa: si en el primero el cuerpo se despierta y la mente no, en el segundo nuestro cerebro vuelve a la realidad mientras la sucia carcasa de carne que nos contiene sigue dormida o, más bien, bloqueada (imaginen la angustia al no poder ni abrir los párpados; cosa mala). No es exactamente eso, claro, porque aunque estemos totalmente conscientes y lúcidos nuestras neuronas siguen perdidas en algún sueño y entremezclan nuestra percepción con alucinaciones y percepciones telita de lisérgicas.

Ya apenas me sucede pero durante un tiempo fue una lacra que me bombardeaba varios días a la semana y me dejaba para el arrastre. Algún día les contaré, además, lo de las presencias que le acechan a uno en este estado, pero de momento lo dejamos en que tras un episodio de parálisis viene una noche de no dormir y un día de no poder moverse. Puede tener gracia por lo extrasensorial y hasta místico de la experiencia, pero al final uno se acaba quedando con lo mundano y sólo pide dormir como dios manda.

Sospecho que Trevor Powers, alias Youth Lagoon, tiene o ha tenido episodios de parálisis del sueño tan o más intensos que los míos. Sólo así me explico que haya sabido crear un temazo que explica tan bien, desde lo poético, abstracto e inefable, los diferentes estadíos sensoriales del asunto: la relajación, el sopor, la ensoñación, el brusco falso despertar, el pánico, la aceleración que le sobreviene a uno al intentar liberarse. A tope sin drogas, vamos: un mal viaje cortesía de nuestro cerebro que vale la pena si da lugar a estos calambrazos de la parasomnia y lo paramusical.

La elección de Raúl

PACO DE LUCÍA – ENTRE DOS AGUAS

Ya quedamos un día en que la guitarra nos dio por imposibles, ella a nosotros. No distingo mucho entre tocarla bien y aporrearla, meterle soberanos guantazos para insuflarle frenesí, pero la inculturaza no me impide embobarme a veces con youtubes del virtuosismo en el punteo y la violencia en la madera. Me hacen gracia y me caen muy bien todos esos flamencos que orbitaron alrededor de Camarón, como en un sello de calidad para el futuro, en plan ‘yo toqué con él’. Suelen ser gitanacos brutos, afables y familiares como José Mercé, Niño Josele o Raimundo Amador, que darían para un ‘Callejeros flamencos’.

Paco de Lucía es del clan y ejemplifica la verdadera desnudez de la música, la pura esencia: un tío con una guitarra de palo como único medio para conmover. Parece un ritual ancestral y animal, casi prehistórico, aunque a la vez de alta sofisficación. En esta canción, en este vídeo, Paco, con patillacas y pelazo, se rodea de músicos negros, trajeados y encorbatados, que le van dando a la percusión unos aires cubanos mientras el gaditano, solemne en esa corte, entra en trance instrumental. Pellizcos y caracoleos sobre los trastes a cargo de dedos que uno imagina llenos de durezas, sangrantes alguna vez.

El resultado es esta rumba nerviosa que, de tan inmortal, se ha universalizado y ha llegado en masa a profanos como yo. Mejor no osar a más descripción, que meterse en cuestiones de duende puede ser un jardín del que no salgamos, y ya sabemos que el flamenco no escasea en talibanismo. Siendo ajeno, sin entender muy bien lo que está pasando ahí sobre esas tablas, intuyo que la fascinación puede ser solamente estética, sin gran diferencia con epatarse esta semana ante el gol de Griezmann o haber flipado con Usain Bolt dándole a los 100 metros como un loco una vez más.

La elección de Withor

ANDRÉS CALAMARO – FLACA

Será el afán por huir de lo obvio, por encontrar aquella canción que sorprenda, por tratar de ser originales y soñar con que alguien nos diga, más allá de nuestro séquito de allegados, que le hemos descubierto algo y le hemos hecho feliz. Será por todo esto, o quizás por otras cosas, que después de cuatro años recomendando canciones algunas de nuestras favoritas aún no han pasado por aquí.

Yo hubiera recomendado ‘Flaca’ hace mucho tiempo, pero jamás me vino a la cabeza, imagino que en una huida preconcebida de las decisiones fáciles. Entra también en juego el factor tiempo, como si aquello que nos gusta desde hace más de una década tuviera que estar gastado, roído por el paso de los años, en un segundo o tercer plano delante del constante goteo de novedades, que no cesa.

Hasta que hace un par de semanas, me dio por ponerme ‘Flaca’ y ya no pude parar. Fueron 10 o 15 veces seguidas. Es como si la canción hubiera emergido de repente, enfadada, reclamando su cuota de protagonismo. Y realmente, lo merece. Así que cuatro años después… deuda saldada, conmigo mismo.