Aquí tienen sus tres canciones para sostenerles el fin de semana. Nuestro compromiso con ustedes es firme, una cuestión de confianza, de seguridad. Llegamos puntuales porque sincronizamos nuestros relojes y nuestras vidas con el teletexto de la uno y hacemos sonar, contra viento y marea, buena música en sus días de asueto. En nada del mundo pueden confiar, ni un hombre, ni una mujer, ni un animal, salvo en La Inercia y sus briosas tres canciones de cada viernes.

La elección de V the Wanderer

HILDEGARD KNËF – ICH MÖCTHE AM MONTAG MAL SONNTAG HABEN

Arranco el día de mi treinta cumpleaños con una nota en el parabrisas: «le hemos roto el espejo». Me digo que será lo peor que me pase y encarrilo hacia el trabajo, donde descubriré ‘Freaks’ a una panda de receptivos y despiertos jovenzuelos. Sonrío para mis adentros, canturreo, puede que hasta silbe.

Acabo la jornada y doy un rodeo antes de volver a casa para autorregalarme algo bonito. Un pack de la 3DS XL con ‘Super Mario 3D Land’, por ejemplo. Me las prometo felices y ahora sí, enfilo hacia el hogar… Justo ahí  arranca el meollo del relato: ¡no tengo las llaves! Rebusco en mi bolsa, en la chaqueta; nada. Me dirijo, de nuevo, al trabajo, pero allí tampoco hay nada. Llamo a la propietaria del piso: tiene el teléfono desconectado. Decido probar la consola mientras espero y descubro que el maldito pack es con el modelo normal, no el XL, así que me toca un segundo viaje a la tienda para cambiarlo. Ignacio llama para tomar algo y celebrar la treintena y le cuento el asunto. Hago tiempo en un bar mientras le espero, buscando por internet el número de algún cerrajero.

He cargado el móvil en el coche pero la batería (malditos smartphones) se agota. Ignacio llega y apuramos una cerveza mientras sigo con mi búsqueda. Son las 10 y media pasadas, hace unas tres horas que debería estar en casa y la propietaria, pobre chica, me devuelve al fin la llamada. Quedamos cerca del centro y nos dirigimos allí en coche, pero la historia no va a acabar: estamos en Semana Santa y un paso de la virgen nos sale muy ceremoniosamente al ídem, cortándonos el ídem ídem. La cadena de desdichadas coincidencias me trae una revelación: ¡yo, que soy tan fan de ‘After Hours’, estoy cumpliendo años con un remake involuntario de la película!

Damos varias vueltas, evitando vírgenes, nazarenos y tambores. El mapa de la ciudad se me antoja un laberinto de Pac-man o una recreación de Silent Hill, con aquellas carreteras cortadas a la vuelta de cada esquina. Se hace tarde e intento avisar a la propietaria, pero descubro que la batería, al fin, ha muerto. Conseguimos llegar y aparcamos, agotados. A lo lejos veo un guardia urbano y bromeo con Ignacio: sería lo que nos faltaba.

Por suerte, la noche acabó sin multas ni grúas, rindiendo cuenta de una sabrosa sepia con sobrasada y miel. Al llegar a casa, además, tenía esta bonita canción esperando, como regalo de una vieja amiga alemana. En ella, la actriz y cantante Hildegard Knef pide una vida ociosa y sencilla, en la que rascarse la panza de sol a sol.

No saben hasta qué punto estoy de acuerdo en ese momento.

La elección de Raúl

ÓSCAR AVENDAÑO Y LOS PROFESIONALES – RAJAD, RAJAD, MALDITOS

Que dicen que igual va el Gobierno y elimina de un plumazo nueve canales de la TDT. Hice coña en la radio sugiriendo que, ya puestos, cojan a Telecinco y la quiten nueve veces. No criticaré esa parrilla porque la desconozco y la intuyo entremezclada con la de Antena 3 en un pandemónium indescifrable de tertulianos y debates. Cada nuevo estreno es un aleph del corazón con Jorge Javier repartiendo juego hasta que llegue la carta de ajuste. Pero no me quejo: consumí en la infancia y adolescencia cantidad suficiente de tele para considerarme un adicto, pero ahora rabio muchísimo más cuando me llega al mail del trabajo cualquier sugerencia, no vinculante, por supuesto, de los vividores del CAC.

A Óscar Avendaño, perro viejo de la música y bajista de Siniestro Total, le hizo gracia la temática farandulera y, con su grupo paralelo, se ha marcado una canción juguetona, un rock de querencia acústica dominado por el desmelene country y las armónicas. Fantasea él con dejarse rebozar en los rumores y pasear por los platós sus patillazas canosas de rockero adulto. Algo como lo que lleva haciendo años Calamaro, otro rockero light, que tiene a su ‘playmate’ aireando en la prensa sus vidas, que ya son un circo sonrojante.

En el fondo hay algo en esa reivindicación de la banalidad que me fascina. Quizás sea la cosa punk instalada en la superficialidad mediática o el saberse de vuelta de todo. Avendaño y su banda suspiran por una difamación, una confesión pública la mar de sentimental o una acusación en las mismísimas portadas de las revistas rosas. De ver a los rockeros convertidos en folclóricas de estado, en mitad de ese fuego cruzado de insultos y fotos robadas, aún le acabaría pillando el punto a Telecinco.

La elección de Withor

DANIEL DARC  – JE ME SOUVIENS JE ME RAPPELLE

Daniel Darc murió el pasado 28 de febrero y a mí, que apenas sabía nada de él, que no había escuchado ni un acorde de sus canciones, no me sorprendió. Nuestra relación se reduce a una reseña suya en la revista Rockdelux en la que hablaban de su disco ‘Crèvecœur’ como uno de los mejores de la década.

No recuerdo nada del texto pero no puedo olvidar su fotografía. Demacrado, con muchos quilómetros encima. Triste. Se podría decir de él, sólo mirando esa instantánea en particular, que no había sido el paradigma de una vida sana y feliz. Muchas veces tuve la tentación de adentrarme en su mundo, pero siempre hubo algo que me retuvo.

Ahora que Daniel Darc ha muerto, le he concedido esa oportunidad que nunca le brindé en vida. Raúl lo clavó el otro día, cuando dijo “(…) me pasa eso últimamente con los artistas que mueren: si no los conozco, le doy un tiento a su obra, como si la muerte me garantizara que la producción no va a pasar de ahí, y yo me quedara tranquilo con esa pátina definitiva a su repertorio”.

De momento, me he adentrado un poco en su obra, pero no prometo nada. Y por si acaso, he dejado la Rockdelux aparcada. No quiero volver a toparme con esos ojos tristes y empezar a sentirme mal, de una manera francamente ingenua.