Cada fin de semana, buscando algo de aliento para darle continuidad a esta sección, los escribientes de La inercia se juntan en un vestuario y se conjuran para la tarea con el siguiente grito de guerra que claman todos con las manos unidas: «Supersimetría entre fuerza y materia, sólo bosones, sólo con cuerdas cerradas, libres de taquiones, heterótica. Somos fermiones sin masa que giran en una sola dirección».

La elección de V the Wanderer

CHUCK E. WEISS – ANTHEM FOR OLD SOULS

Se empeñan unos amigos en que yo, a mis treinta vueltas al sol, ya he vivido tres o cuatro vidas enteras. Me hace gracia la hipérbole y la achaco a que, con el tiempo, he ido aprendiendo a dosificar y articular mis batallitas, que tampoco son pocas, y le voy echando artes de narrador embaucador y misterioso a lo que antes era pura brasa. Así aparto de un manotazo la vanidad y no dejo que se me enquiste la medalla de tío vivido y con tiros dados, de pataliebre de vuelta de todo. Pero el caso es que, si me pillan en la intimidad y medio melancólico, les admitiré que algo de razón tienen.

No es que venga con toda la cartilla aprendida; nada más lejos de la realidad. Soy y seré un aprendiente fervoroso y ni siquiera sé que no sé nada. Además, me hierve la curiosidad como a una criaturica recién proyectada al mundo (pro-yecto, yecto pro) y me apasionan el más mínimo qué y porqué. Sin embargo, hay momentos en que me descubro cansado, agrietado, con los huesos llenos de tristeza vieja y calcificada. No es abatimiento ni pesimismo, tampoco cinismo ni prepotencia: la única expresión que se me ocurre para señalarlo es que me siento, si ustedes me entienden, «alma vieja».

Cuando eso pasa, camino mirando a todas las cosas y me veo más unido y desapegado a ellas que nunca; miro el mundo y se me revela ancestral y efímero, pesaroso y bellísimo. Y añoro entonces un whisky que me adormezca y silencie a mi mente turbina y después subrayo, en un arrebato de lucidez, la línea roja del melancoholismo coñazo. Justo en ese momento alcanzo el equilibrio y el mundo suena circense, como al pianillo de juguete y el brindis tranquilo que se marca aquí Weiss, compadre de Tom Waits, como a sentarse un rato a descansar tras una larga caminata y saberse, satisfecho, alma vieja que ha visto un pedazo bonito del mundo, ese espectáculo.

La elección de Withor

JOAQUÍN SABINA– NO SOPORTO EL RAP

Después de años sin escucharla, redescubro ‘No soporto el rap’ de Sabina y me sorprende lo bien que ha aguantado el paso del tiempo.  Sigue sonando bien y es muy divertida. Y me veo capaz de recordar algunos pasajes de memoria. Sin duda, la canción funciona, y lo hace porque no deja de ser una gran broma hecha con gracia. Y a todos  nos gustan las bromas.

Pero ojo, que la canción tiene intrahistoria. Parece ser que la mayoría de los raperos españoles de la época no tenían suficientemente desarrollado el sentido del humor y no acabaron de entender la gracia. Y pensaron que una canción de rap llamada ‘No soporto el rap’ era un ataque. Pobres. Su respuesta consistió en una guerra de canciones con versos  descalificando al amigo Sabina.

Por lo visto el jienense sale escaldado en decenas de canciones. Si nos ceñimos a raperos conocidos (por mí, claro), encontramos que Frank T lo llama directamente imbécil. Tote King se muerde la lengua y simplemente reconoce que no lo soporta. El que tiene un poco más de gracia es El Chojín, que además le dedica una estrofa entera: “¿Acaso Sabina canta bien?/ Si él puede sacar discos, yo también./ No me gu, no me gu, no me gusta el rap./ Es normal, subnormal, si no te enteras de na./ Cuando conozcas una cosa la podrás criticar,/ mientras tanto respeta lo que hacemos los demás”.

Esta historia nos conduce a una pregunta todavía sin respuesta. ¿Se habrán convertido ya los raperos en los nuevos heavys?

La elección de Raúl

EDDIE COCHRAN – SOMETHIN’ ELSE

A mí me hace gracia imaginarme ahora a Adorno y la Escuela de Frankfurt como apóstoles inesperados del indie. Hace 70 años defendían la clásica y abominaban del rock, ¡del jazz!, por ser ‘easy listening’ y, en el último extremo de la Teoría Crítica, por aletargar conciencias y equiparar el consumo de música al de coches o cigarrillos. Hasta Bruce, uno de esa pandilla de intelectuales, implantó diez reglas para componer una canción de éxito: un patrón establecido, un tempo bailable, una melodía memorable o una historia simple que desarrollara el título, entre otros trucos.

Me gusta imaginarme este rock guatequero, caliente y descarado, hoy minoritario y desapercibido, como el demonio de la cultura de masas en los Estados Unidos de los 50. (Es un camino inverso al de McDonald’s, una cadena de origen proletario convertida hoy en el símbolo más universal del capitalismo asqueroso y malvado que come niños). ¿Qué sería hoy nuestro ‘easy listening’?. ¿Equipararíamos a Pitbull con el Chuck Berry de entonces? ¿El súperventas Pablo Alborán sería Elvis? ¿O Lady Gaga el propio Eddie Cochran, esmerado con sus caderazos y su guitarra en bajar unos cuantos puntos el elitismo musical que, según Frankfurt, sería recomendable para no caer en las fauces de la industria?.

Jodida Escuela de Frankfurt, que ya hace casi un siglo ponía la semilla para el debate del ‘mainstream’. Quiero fantasear con los autores Horkheimer o Fromm, muy de boquillas, poniendo a parir bastante científicamente en sus estudios lo que sonaba en la radio por el pernicioso apaciguamiento ideológico del público oyente, y luego bailando tontamente a escondidas en sus despachos con Buddy Holly o algo así. Lo último, me cuentan, es que han visto a Theodor W. Adorno y a Walter Benjamin de postureo hipster en el Sonorama, rajando de Vetusta Morla por haberse vendido a la comercialidad, y por la noche, de incógnito, escapándose a un garito a ver un concierto de Pereza.