Alcanzamos de nuevo una cifra redonda, otra cantidad exacta de ediciones: hoy logramos haberles traído, sin descanso, 150 entregas semanales de este puntal de la música moderna. No nos va mal, con nuevo libro entre manos (‘El Comecuentos‘) y mucha actividad en esta santa casa, todavía hoy un milagro de la comunicación. Tal vez por vanidad, tal vez por ganas de juerga, acaso por estupor, convertimos esta cita semanal en una efeméride y le damos, una vez más, la vuelta: en esta ocasión, nos hemos puesto de acuerdo para seleccionar una tonada común. Tómenlo como un himno de La Inercia, o no.

La elección de Raúl, Withor y V the Wanderer

 NACHO VEGAS – NUEVOS PLANES, IDÉNTICAS ESTRATEGIAS

Según V the Wanderer

Han pasado unos cuatro años pero aún me cuesta separar este tema (y, en especial, su maravilloso tramo final) de nuestras aventuras protoinércicas. Servía de intro a una serie con la que anunciábamos mi primer libro; una suerte de gamberrada, de broma entre amigos que creció más de lo que imaginábamos. La escogí porque encierra en sus casi seis minutos cosas que siempre vienen al caso: una actitud distante, una manera de ver estoica pero resistente, una parodia de la vanidad y una declaración sincera. En aquel momento sonaba a aceptación humilde, jocosa y hasta crítica del autobombo, y también a celebración, a reivindicación de victorias menores y de batallas temporalmente superadas.

La asocio a aquellos vídeos y es casi la única cosa que me hace pensar en ellos. Al final la cosa de ir por ahí megáfono y cartel en mano, gritando aquello de «compra mi libro», se hizo cansina; hasta el punto de que Adrián y yo, tras hacer el panoli por enésima vez para algún reportaje, finiquitamos dichos objetos tirándolos a un contenedor de Barcelona. El megáfono, tecnología punta de bazar de chinos, activó su música al caer  y el container vacío hizo de tremendo amplificador. Allí se quedó, resonando con violencia a la puerta de un Viena, mientras mi compadre y yo apretábamos el paso y agachábamos la cabeza. No podía haber mejor punto y final.

Ése es, tal vez, mi recuerdo favorito de aquella movida, una de tantas cosas que dieron origen a esta santa página. Hoy nos volvemos a sorprender de aguantar tanto tiempo con esto, de seguir sacando libros (esta vez, con todos los inercios y muchos de los amigos), de seguir cumpliendo nuestro ambicioso plan de sobrevivir. Hemos perdido cosas por el camino, como todos, pero son muchas más las que hemos ganado. Entre ellas, ustedes, queridos lectores, amadas lectoras. Para ustedes estamos trabajando ya en nuevos planes (con idénticas estrategias), cuatro años y 150 Tres Canciones después.

Según Withor

Todos tenemos nuestras pequeñas batallas diarias, nuestra forma particular de afrontar la vida, nuestros sueños pendientes. Algunos apuestan por el clásico ‘escribir un libro, tener un niño, plantar un árbol’. Otros son ambiciosos y sueñan con ser millonarios, hacerse famosos o pasar a la historia. Y otros, como yo, tenemos retos mucho más modestos. Como por ejemplo, hacer una noticia y titularla ‘Nuevos planes, idénticas estrategias’.

De una manera u otra, a todos los inercios nos obsesiona esta canción. A mí por todo, pero especialmente por su título. Fue un flechazo. Amor a primera vista. Desde que supe de su existencia, titular una noticia con esas cuatro palabras (¿quizás la combinación más perfecta de vocablos jamás realizada?) pasó a liderar mi lista de objetivos. Y no fue fácil. Poner ‘Nuevos planes, idénticas estrategias’ a la aprobación de unos presupuestos municipales, a un asesinato (gitano mediante) o al cambio de horario de las terrazas era tentador, pero no apropiado.

Pero la historia tiene final feliz. El Club Bàsquet Tarragona (CBT) cambió de presidente, pero la persona que ocupó el cargo y la junta directiva era continuista con el anterior proyecto. En la rueda de prensa, la nueva presidenta afirmó que habría que cambiar algunas cosas porque la situación era distinta debido al descenso del equipo (“Nuevos planes”), pero que el proyecto de club que se había iniciado hace unos años seguiría siendo el mismo (“Idénticas estrategias”).

Corrí hasta la redacción y no respiré hasta tener puesto el titular (hay que decir que fue en catalán: “Nous plans, idèntiques estratègies”). Fue como clavar un gol por la escuadra. Una pequeña batalla ganada. Un nuevo tachón en  la imaginaria lista de sueños pendientes.

Según Raúl

Igual estaba leyendo a Saramago o escuchando esta canción cuando se me ocurrió la idea para ‘Decreto ley’, un relato breve que aparece en ‘El comecuentos’, ese libro colaborativo escrito a 62 manos y a puntito de ver la luz. Esos primeros versos, arranque acaso de monólogo, me rondaban por la chaveta entonces y de ahí vertebré aquella fabulilla sin la más mínima pretensión, más una broma que otra cosa.

De entre las canciones más importantes de Nacho Vegas surge ésta, con su letra marca de la casa, del Carrefour a Chernobyl, presta a dejarse desgranar hasta el último adjetivo en un comentario de texto. Las lecturas pueden ser abundantes, claro. Pero a mí me interesa sobre todo una cosa: me quedo con la imagen fantasmagórica de Kevin Ayers, ese músico inglés psicodélico y desfasado, disparando, con la soledad en la cama de un sucio hospital y con lo que viene después, pues a partir de ahí, cuando la canción se emboca más allá del minuto 3, todo se embrutece y se vuelve algo enfermizo.

Y ahí es cuando más me gusta. El asunto se enturbia (“veo el cielo aún tan negro, es nuestro cielo”) por mucho la, la la que se ponga, pero luego las guitarras se vuelven crudas, hostiles, y la idea de esa luna llena es tan delirante como hermosa en ese auge instrumental último. Ahora no tanto, pero hubo un tiempo en que escuchaba ese final y veía en mi cabeza nublarse ese cielo, atiborrarse de oscuros cumulonimbos que rasgaban la luna y embotaban una noche bastante incómoda. Esta canción, radiable en su tiempo en los 40, va volviendo a mí, a nosotros, en directo, en acústico y sobre todo en aquella intro de la serie ‘Compra mi libro’. La escucho y años (y artículos y proyectos y libros) después se me va allí la perola, con cariño y cierta emoción. Y conserva, pese al tiempo, aquel poder de revelación.