La cosa va a ser punk, y eso está bien, así que Javi aparca el coche en un descampado polvoriento, la mar de extrarradial. Cabe la suciedad, la dejadez, la arena en los zapatos. Vamos a Barraques, el divertimento a granel y alternativo para púberes en la fiesta mayor de Reus. Tocan Boikot y les telonean El Puchero del Hortelano, apuntado a la senda de flamenco rock, un poco Poncho K, me concede Javi mientras buscamos una cena frugal. Saciamos buche con bocata y cerveza y pasamos revista al complejo.

El revoltijo de personajes es para un postgrado de sociología. Me siento normal, casual, hasta pequeño-burgués que frisa la treintena, ante tanta fauna excéntrica: véanse punkarras, rockeros, sharps o heavys trasnochados, agrupados en la parada de la Associació La Rosa Metàlica (esta gente tiene una entrevista). Aquí cada causa tiene su chiringuito para dar de papeo al personal: los Maulets, la asociación de tal y cual barrio, los perroflautas, pujantes ellos por el 15-M.

No faltan las consignas para la revolución, y yo me empiezo a sentir descontextualizado, a meses luz de lo que se cuece. Javi y yo disparamos la media de edad en cien metros a la redonda, pero aun así decidimos aventurarnos al meollo. Necesitamos un par de fotos, pero Javi, curitdo por su experiencia en Viñarock y sucedáneos, me avisa del peligro de hordas furibundas en las primeras filas. Conviene esperar varias canciones a que se calmen los ánimos. El público se centrifuga como en un concierto de Extremoduro.

La foto la hizo Javi, luego en trance con la irrupción de Tony Urbano, 33,3% de Leño

El caso es que nos vemos en el vendaval reivindicativo que es el torrente musical de Boikot, básico pero cumplidor. Cuatro esquinitas tiene mi cama, y ellos, entregados al dis’k’urso del ska barrial, bien musicalmente, elogiables en la ideología pero planos, en el fondo, lineales, sin dobleces. Cumplen con creces, conocedores del manual para incendiar una fiesta mayor. Exhortan al público con letras que hablan del Che, de Cuba, de Lenin, de noches etílicas, de tequila, de sexo, de rebelarse; del noble posicionamiento de estar hasta los huevos. Llevan más de 20 años pariendo los himnos de la revolución y paseándolos por Europa y Suramérica (allí sienten devoción por ellos, me dice Javi).

En el escenario, domina el desmadre y el compadreo: cantan los técnicos y se suben algunos miembros de Extracto de Lúpulo. Abajo, golpes, empujones, puños en alto, conatos de peleílla bajo control, chavalada sin camiseta y niñas desfasadas. A Javi le desplazan varios metros desde el ojo del huracán, yo me llevo alguna hostia también, como si me marcara Pepe, el del Madrid. El peaje por haber capturado algunas imágenes y por sentirnos parte de la fiesta, que no se diga. “¿Estáis bien?”, dice el guitarra. “Síííí”, responde la masa. “¡Nada de eso! ¡Estáis bien jodidos!”, añade. Con este percal, las banderas de Boikot, en canciones como ‘Salud y rebeldía’ o ‘Kualquier día’, rabian de actualidad.

La banda alenta a la pataleta, a luchar por un futuro mejor. El más radical es el trompetista, una especie de Papá Noel punk tatuado, una mole rubia con falda escocesa y riñonera. Le llaman el chiquitín y acaba de ser padre. Su hijo es como la niña de Rajoy, metáfora del duro y negro porvenir. Él agarra el micro, se caga en dios y espolea al público, al que cada vez veo más chinorris. ¿Cómo se titulaba aquella canción de Siniestro Total? Pienso en ello, mientras el concierto me divierte y hasta bailo.

En el centro, el chiquitín, una mole rubia que ejerce de trompetista con falda escocesa y riñonera

El show se va a las dos horas, del tirón, sin el paripé de los bises (¡olé!. Recuerden nuestra duda: ¿haría bises Beethoven?) y con una bomba final. Javi me lo dijo al principio y acertó: aparece en el escenario Tony Urbano, el bajista ahora menudo y pelón de los legendarios Leño y se marca ‘No se vende el rock and roll’. Algunos vibran con el regalito; otros, los más niñatos, siguen bebiendo. A mi lado, una chavala de mirada ida ha perdido la vertical, otra se va al suelo de un empujón. El corro en las primeras filas es casi violento. Disfruto con Boikot pero cosas así me alejan, me hacen sentir fuera de sitio, ajeno a batallas sociales, a la ‘spanish revolution’, y mira que nos sobran los motivos.

Javi y yo, a esas alturas con los zapatos y hasta el pelo tintados de polvo, andamos quemados esa noche, rajando del curro y solucionando el mundo circundante que se desmorona por minutos. Se me antojan todas estas revoluciones necesarias (como Izquierda Unida, como La 2 o como el Atlético de Madrid) pero me cuesta horrores identificarme (¿soy un viejo cascarrabias o seré ya de derechas, doctor?). Sólo empatizo en el ambiente politizado de Barraques con aquella canción de los Siniestro. ¿Cómo era? ¡Ah, sí! ‘Cuánta puta y yo qué viejo’, el evangelio según Julián Hernández.

raúl