Ayer (licencia temporal) la cena acabó a las cinco de la mañana en la fiesta mayor de Perafort. Estas cosas pasan. Apura uno la cerveza, quiere ir a dormir pero cierra los ojos y, al abrirlos, está ahí delante la condenada orquesta Girasol, luciendo tablas en una cancha, mancillando a Nino Bravo y a Lou Vega, y demás obscenidades. Es verano y estas cosas pasan. En el escenario colorista hay muñecas hinchables, coreografías, francachela y más buena voluntad que solfeo.

La Girasol es festiva, cachonda y tiene tirón, pero no apuesten por ella para ‘Tienes talento’ (ni tocan bien ni maldita la falta que les hace) aunque se pateen la provincia en su profundidad. Las versiones suenan aceleradas pero eso es lo de menos, porque el público, que fluye de los tickets, a la barra y a la pista bajo una canasta, baila y se desfoga. ¿Dónde voy analizando, como crítico repelente? Es la cuarta hora de concierto (la Girasol, como tantas, se gana el sueldo con maratonianas sesiones y noches-bucle) y es de mérito. Bailamos, nos divertimos. Es verano y estas cosas pasan.

Hoy (licencia temporal) vuelvo a estar en un pueblo de interior. No es fiesta mayor, pero casi. Es la final de la Pua 2011, el concurso de maquetas del Alt Camp. Aquí sí soy crítico, o al menos me pagan (es un decir: cena y barra libre) para que ejerza. En el capítulo anterior, formé parte del jurado para seleccionar a tres propuestas que debían pasar a la gran final.

Fi, banda de Valls. Homenajes a Kurt Vonnegut, típicos de fiesta mayor

En esas estamos, a punto de dictar sentencia en este certamen serio, bien montado, pero con un inevitable sabor a pueblo y un puntito amateur. Ahí está el escenario, instalado junto al polideportivo, que acoge una macrocena. Ahí está la barra, gestionada por los camareros del único pub del pueblo. Aún apuramos el fideuá cuando abre fuego la final infantil. Me gustan cuatro chavales que tocan a lo Green Day, casi rock californiano pero gana una banda de pop chicle con una niña de ‘frontwoman’. Hacen versiones, suenan orquesteros y ligeros.

Vuelvo a estar en un círculo musical cerrado, donde desfilan anécdotas o trocitos de historia, se habla de joyas locales extintas o de una SGAE que está patas arribas. Por entonces, Nando defiende a los bajistas (las cuatro cuerdas son su gremio) que huyen de la academia, del método, del conservatorio. Ariel Santamaría se queja de lo desangelado que está el panorama, de que no hay nada que le motive desde Blur y Oasis. Nando, que por esos días baraja aceptar una oferta para tocar Beatles en los hoteles, sostiene que no es tan así, que ahora se hace muy buena música. Asiento, claro.

Empieza la final y toca currar, infiltrarse como analista entre el aún escaso público y admirar cómo suenan aquellos Fi, dos tíos de Valls de propuesta interesante en estudio pero de los que recelamos. El temor se confirma en directo. No es grupo para una noche así, rayana en la fiesta mayor de provincias. A mí me gusta su rock hipnótico de ciencia ficción mezclado con bases electrónicas pero a la familia alcoverense media, a las tres niñas ávidas de rumba parece que no les ponen esas guitarras del Quimi Portet más marciano o esas canciones que hablan de caídos en la guerra o de ‘Matadero 5’, de Kurt Vonnegut. Es verano y eso la Girasol nunca lo haría.

Organización y técnicos junto a la mesa

Así que se impone el bostezo y las miraditas increpadoras al jurado (las acreditaciones nos delatan). La gente pasa y el bajón generalizado es imponente. La noche, que está en la UVI, necesita vitamina en vena y suerte que llegan los Golden Dogs, una banda de hip hop a caballo entre Salou y Bonavista que van a merendarse Alcover, Eurasia y parte del Alt Camp. Son la bomba, y mira que a mí el rap me da un poco igual, pero nos ganan con desparpajo y actitud, con los tópicos del género pero a la vez con improvisaciones y con las ideas muy claras: saben hasta reservarse para el final las baladas comerciales.

Esto está casi decidido para cuando los Deblassis se disponen a cerrar la noche y el jurado ha dado buena cuenta de la barra libre (yo, sólo un flirteo con el gintonic). Y estos, impecable rumbita de querencia perrofláutica, unos Dusminguet aletargados, correctos y ya. El público, que ya en masa ha abandonado la megacena, se entrega al baile, ya descaradamente de fiesta mayor. Intuyo al alcalde, al farmacéutico, al panadero o al alguacil. Un fan de Deblassis pulula por la mesa de sonido y el bribón intenta seducirnos, decantar nuestro voto para ellos.

Golden Dogs, buen hip hop de Salou y Bonavista. Y mira que yo ‘no sopor, no sopor, no soporto el rap

Pero son las dos de la mañana y el partido está sentenciado. Huele en el ambiente que va a haber acuerdo, casi unanimidad. Destrangis, y mientras Deblassis acaba su concierto, abandonamos la pista de baile y nos reunimos en la Escola de Músics (detrás del escenario) y a la vez que Macc prueba un piano de cola, votamos, sin que haya polémica ni discusión; apenas alguna disparidad de opinión que no va a variar el resultado, que coincide con la votación popular (¿quién dijo que éramos opinadores snobs repelentes alejados de la plebe?). Nada más lejos, pordiós.

El vendaval de Golden Dogs se ha impuesto y los herméticos Fi quedan terceros, tras Deblassis. Sólo queda entregar los diplomas en el escenario, donde los raperos suben agradecidos y eufóricos, con ese ademán chulesco pero sano de comerse el mundo. Empezarán por la comarca y me da que este verano, en la gira que tenían como premio, habrán sido un pelotazo, un divertimento para los pueblachos, acaso agradecidos por la tregua que les habrá dado la pluriempleada Girasol.

Al irnos (cansados, hace calor y sueño, son las tres de la mañana) el fan que nos intentaba comprar nos dice ahora que sigamos la fiesta, que nos animemos y vayamos con él a Maspujols, que hay verbena y jaroteo, música de puta madre, feria hasta altas horas. Pero no, mejor carretera y manta. El jurado, muy racional, declina la oferta, sabiendo que es verano y estas cosas pasan.

raúl