En la pared hay un corazón, una escalera que gira o la silueta crepuscular de un ‘skyline’ de antenas y tendederos. Son algunas de las imágenes que expone en el bar Melic de la Plaça de la Font la fotógrafa Verónica Risalde, trotamundos, viajera vocacional, guerrillera e inconformista, formada en la Escola d’Art i Disseny y en el Centre de la Imatge de Tarragona.

Corre el cava y los asistentes a la muestra ojean el libro que acaba de publicar, un repaso en instantáneas a su estancia en Malasia. Es sólo parte del abundante material, reciente y antiguo, que está ordenando y que, cuando macere con el tiempo, irá saliendo a la luz en forma de libro, de exposición o de cualquier otro formato con razón de ser.

Estrenas una muestra. ¿En qué consiste?

La exposición habla de la ciudad, de lo que percibo de la ciudad o las ciudades, de la periferia, de lo que construimos, desde un puente a una escalera, un contraluz con los edificios, de los mensajes, de amor, por ejemplo. Trato un poco eso: el espacio que ocupamos. Da igual Bangkok, Tarragona, Barcelona, Reus…

Las marcas humanas que quedan en lo urbano. 

La huella. Mis imágenes son un diario personal de mi tiempo, de mi momento, de lo que me llama la atención, de mi punto de vista. Hay millones de fotógrafos y, aunque haya temas o trabajos específicos y casi iguales, el punto de vista es único. Trato al ser humano como pieza única e irrepetible.

¿Cómo trabajas? ¿Qué métodos sigues?

Es intuitivo totalmente. Aquí en el bar me di cuenta de que todos los días pasaba gente. Y pensé: ‘Qué maravillosa oportunidad para proponer estar con ellos y reproducir lo que yo veo, lo que yo siento o lo que compartimos’. Veo algo, cojo la cámara y lo plasmo.

Es un estilo espontáneo, crudo, con carácter algo rebelde.

Soy yo, sí, pero no es consciente. Lo de la periferia, por ejemplo, es simplemente ir a caminar. Te encuentras una almohada abandonada por el tiempo y el barro. Eso me fascina. Cómo queda marcado el tiempo. Lo que me interesa es dejar constancia.

La fotografía es el resto de un momento.

Es como tu diario personal. La cámara para mí es una herramienta. Igual que para el que escribe son sus letras. Para mí es la imagen.

¿Qué es lo más raro que has fotografiado?

No saldrá nunca a la luz porque es horrible. Lo miro y me da hasta miedo: en Poblet me encontré con un animal completamente disecado por el paso del tiempo. Le habían atado un alambre a las patas y quedaba la constancia de que alguien había hecho algo grave. Pero no lo voy a sacar nunca. Me pareció terrible.

¿Y lo más bonito?

La expresión de la gente. Me encantan las miradas, capturar ese momento de llegar a un acuerdo con el otro, que esté dispuesto a ser retratado. Para mí eso es un regalo. Lo más bonito es tener esa complicidad y decir: ‘¡Ostrasss!, tengo tu mirada’.

¿Es laborioso conseguirlo? ¿Tienes alguna mecánica?

Lo de los retratos (la serie ‘Nàufrags’) surgió después de tres años tratando con gente. Muchas veces han sido propuestas después de mucho tiempo de conocer a alguien. Hay gente que me ha abierto las puertas de su casa y les he hecho retratos. Si hago una sesión y nos vamos por ahí, me gusta pasar todo el día con la persona, para que se relaje.

¿No hay pose?

Intento que no, pero a ver… siempre está la cámara y estoy yo… y si no sale el retrato, pues no sale, quedamos otro día… o quizás un año después. No importa. Lo fundamental es que la gente se sienta cómoda.


Foto tomada por Verónica en Tailandia

¿En cuántos países has estado? Haznos un poco de trayectoria…

Nací en Riudoms: pueblo pequeñito, si eres inquieto estás muerto. Me fui a Madrid, que venía de una trayectoria adictiva de los años 80. Me gustaba toda esa farándula, Alberto García-Alix, la movida del cine… Viví una historia alucinante: mis raves, mis perfomance… fue una época alucinante, punki y muy bonita. A partir de ahí decido irme a Irlanda. Allí fue estupendo, fue mi base económica y me voy a Estados Unidos para trabajar ilegal y poder hacer el Caribe. Pero pasa lo de las Torres Gemelas, algo chungo para cualquier emigrante. Conozco a una bailarina de stripper, a un japonés, a una japonesa y recorremos Florida. Vuelvo a Irlanda, conozco a mi pareja, me voy a Ecuador, pero Quito no me interesa demasiado. Me voy con los indígenas y luego vivo siete meses en Miami, trabajando en múltiples empleos ilegales y fascinantes, mejor pagados y más valorados que aquí…

¿Relacionados con fotografía?

Hacía fotos para poetas que se reunían en Miami Beach, algo que no es común… También vendía flores, hacía peluquería clandestina, chill out… Hay que buscarse la vida. Luego me voy a Carolina del Norte, vuelvo a España, después a Estados Unidos y regresé aquí, donde retomé la fotografía. Y ahora no lo sé. ¿Viajes? Berlín, Ámsterdam… por fases de tres o cuatro meses.

Ahora vienes de pasar un tiempo en Bangkok y en Malasia.

Asia es un mundo… Hay muchas cosas que hacer en fotografía. Lo que tenemos como tercermundista no lo es. Hay cosas en las que nos superan. Aquí la fotografía no se respeta, hay mucho fotógrafo cabreado y lo entiendo.

En Tailandia te encontraste con los lady boys. Cuéntanos.

Es fascinante. Encontré el respeto total. No sólo trabajan en prostitución. En pequeños pueblos veías a un adolescente vestido de mujer, sin operaciones, y ves a la gente actuar de una forma súper correcta y con mucha educación. Vi una sociedad muy permisiva.

¿Aquí hay profesión de fotógrafo o ha desaparecido del todo?

Últimamente me lo planteo. Veo mal la profesión. Veo mucho colegueo. Una cosa es unirse y compartir y otra que te intenten meter en una historia vendiéndote otra para no pagar. Todo lo que está vinculado al arte no se toma en serio. Tengo amigos con bebés que te dicen: ‘Podrías venir a hacer cuatro fotos de esas tan bonitas que haces tú’. De vez en cuando vale, pero ya basta, ¿no?. Todo el mundo tiene una cámara, todo el mundo se cree fotógrafo, cuando tú están intentando formarte, yendo a talleres para tener un discurso, un estilo. Pero lo entiendo perfectamente. La fotografía es algo mágico. Vas a casa de cualquier familiar y ahí está la imagen, la memoria.

Verónica en el estreno de su última exposición

Demuéstranos que la fotografía es arte con algunos ejemplos.

Tengo autores preferidos, como Diane Arbus, García-Alix… es un mundo artístico pero muy personal, muy vinculado a sus vidas. Hay reporteros muy buenos, como Tino Soriano, con unos trabajos impresionantes que trabajan lo cotidiano. Valoro todos los trabajos si se hacen con una dedicación, si detrás hay una historia, un mensaje, algo propio. Me gusta escuchar todos los discursos.

¿Concibes la fotografía sin viajar?

Sí, cada día. Aunque sea me hago fotografías a mí misma. También estoy en ello, en ese paso del tiempo. No hace falta irse a Tailandia para conseguir imágenes. Cada día me vengo aquí a poner cafés y traigo mi cámara, que es mi compañera. El viaje te da estar 24 horas con tu cámara, el cambio en el color, en la expresión, en la gente… pero aquí cada día hay cosas que hacer. Todo eso saldrá a la luz dentro de un tiempo. Me gusta dejar madurar los trabajos durante algunos años.

¿Qué tienes entre manos ahora?

Sigo con la serie ‘Nàufrags’ y paralelamente he estado haciendo retratos que vinculan la pose con lo relajado, el contraste de cuando tú me miras y cuando tú ya no me estás mirando. El consciente cuando me miras y el inconsciente cuando no.

¿Ser mujer afecta a tu estilo?

En muchos aspectos, para el hombre es más fácil, y también al revés. Ni es mejor ni es peor, sólo distinto. En trabajos de mujeres hay una sensibilidad diferente.

Pese a eso, el estilo puede ser a veces guerrero. ¿Se puede ser femenino y duro, y punki, y contrastado?

Por supuesto… duro no lo sé… simplemente es mi imagen, mi fotografía.

Respecto al paso de tiempo: seguiste a un amigo en los últimos meses de su vida y le retrataste. ¿Cómo fue aquello?

Fue algo brutal. Marca mucho el testimonio. Es mirarle y sentir que sigue presente, aunque realmente no lo esté, claro. Por eso la fotografía es tan importante.

Relacionemos la fotografía con conceptos. ¿En qué piensas si te decimos fotografía y música?

Iría unido. Mi obsesión sería unirme para ello y estoy intentando contactar con gente que crea música y vídeo. Todas las disciplinas se tendrían que unir para crear.

¿Foto y literatura?

Fascinante. Creo que estos caminos se tienen que abrir.

¿Foto y lucha social?

Por supuesto.

¿El 15-M ha tenido una respuesta fotográfica?

Hay varios fotógrafos que han estado dentro de la historia y van a editar libros. Creo que no tiene que quedar aquí. La cosa es más grave. Me alegré muchísimo de ver a toda la gente unida. Dije: ‘¡Por fin!’. Tenemos que luchar porque no podemos seguir así. Fue sólo una pincelada. Deberíamos hacer cosas paralelas mucho más revolucionarias para llegar al pueblo. No podemos confiar en el estado. Nos tenemos que reunir todos en la calle.

¿Foto y sexo?

Todo aporta algo. No descarto nada. Hice entrevistas con prostitutas y transexuales. Hay que dar espacio a todo. Es algo obvio. La prostitución debería ser completamente legal. A mí me parece estupenda la prostitución. Soy adulta y decido sobre mi cuerpo. ¡Pero somos tan hipócritas! Estoy viendo más ofertas de trabajo en casas de putas que en cualquier otro trabajo. ¡Deja que paguen seguridad social! ¡No dejes que haya proxenetas! Ya deberíamos haber llegado ahí.

¿Aporta algo el sexo al discurso artístico?

Claro que sí. Tengo un amigo que es prostituto pero no lo quiero trabajar hasta que me quede claro lo que quiero reflejar. Me he de dar tiempo. Es una historia preciosa. A mí lo que me gusta es conocer historias pero tengo que ser sensible, porque hoy en día nos llega una borrachera de imágenes, pero no tenemos realmente una cultura sobre la foto. ¿Cómo le explicas a alguien de la calle que una foto está borrosa, que detrás de ese desenfoque hay algo, hay un concepto, hay una historia?

Para acabar, recomiéndanos tres canciones.

‘Omega’, de Lagartija Nick y Enrique Morente. Yo conocía más a Lagartija Nick pero esa mezcla, esa fusión con lo gitano es el secreto. Es un ejemplo para el aventurero. Recomiendo a Javier Corcobado, que me alucina. Me acompañó toda la adolescencia. Vino a Tarragona, le conocí y aún remarco más esa fortaleza que tiene. ¿Y un tercero…? Ahora no me está captando nada… Me podría ir a algo antiguo como PJ Harvey… Dejo el tercero para algo nuevo, para escuchar a gente buenísima por ahí que está por venir y va a aparecer. Estoy súper abierta.

raúl y V the Wanderer

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