Es uno de los pocos bandoneonistas que hay en el mundo. Su perro se llama Astor en honor a Piazzola. Cada viaje a Buenos Aires es un redescubrimiento ‘in situ’ del tango más visceral, el que habita en antros con toque sórdido, no en el sobreexplotado circuito turístico. Quedamos en el Cafè de la Font y allí me entrega lo último que ha grabado: una recopilación de tango y milonga. Prepara un proyecto de música sefardí y un disco de canción francesa de los 60 y 70. Junto con un luthier de Sabadell, diseña una pandoura, una guitarra romana para un grupo de reconstrucción histórica.

¿Qué se sabe de la música romana?

Sólo se ha encontrado una partitura. El resto son suposiciones. Nuestro oído actual, sobre todo a partir de Bach, está acostumbrado a una afinación muy concreta. No sabíamos cómo llevaban los romanos la afinación. Juntar dos instrumentos melódicos es casi imposible, porque las dos afinaciones son disonantes. Los romanos tenían un órgano que generaba el sonido a través del agua. Unos pequeños depósitos y unas manchas desplazaban el aire hacia unos tubos. Un grupo alemán lo ha conseguido reproducir.

¿Toca mucho el bandoneón últimamente?

Lo tengo repartido con el resto de amores. Es un amante. No es un instrumento agradecido. En cuanto lo dejas de querer y vuelves, ves que has perdido y tienes que ponerte al día. Sé que nunca llegaré a ser un virtuoso pero va sonando y da satisfacciones.

¿Es al que le guarda más cariño?

Sí. Empecé a estudiar guitarra y piano con ocho años. Luego dejé la guitarra, porque tenía que abandonar uno, y seguí con el piano. A los 16 acabé la carrera de piano. Desde pequeño estaba relacionado con esos instrumentos.

¿Cuándo fue la primera vez que escuchó un bandoneón?

Fue un descubrimiento casual. Estaba haciendo la mili y escuché un disco de Piazzola. Me llamó mucho la atención aquel timbre. Pero era un instrumento que desde 1940 no se fabricaba. Y tardé 25 años en hacerme con uno. Fue difícil encontrarlo y tocarlo, por eso le tengo tanto cariño.

¿Qué le enamora de ese sonido añejo y nostálgico?

El bandoneón es un instrumento que parece que esté vivo. Respira, tiene pulmones, tiene fuelles. Es bastante imperfecto, suenan las teclas al tocar. Tiene un alma que te muerde.

¿Le obsesionó la búsqueda?

Había músicos en el conservatorio a los que les sonaba que algunas orquestas de tango en los años 40 llevaban algún bandoneón. Comencé a buscar, a preguntar por tiendas de música. Encontré una en París y me dijeron que había posibilidad de que me construyeran uno pero el precio era desorbitado.

¿Y luego?

Fue pasando el tiempo. Años después, tocando en un hotel, conocí a un pianista que tenía un grupo de tango en Francia y me dijo que en su banda había un bandoneonista. Fui a visitarlo y, a través de él, contacté con un luthier de Marsella.

Andaba cerca de su objetivo.

Pero había un problema. El bandoneón del tango es diatónico, es decir, que cuando abres hace una nota y cuando cierras otra. Es como la armónica al soplar. Y los franceses, que son muy cómodos, convierten a todo bandoneón que cae en sus manos en cromático: le cambian toda la estructura y la forma de tocar es totalmente distinta al del auténtico bandoneón del tango. Aquello no me servía.

Xavier, con su bandoneón de 1923. No se fabrican desde 1940

Hasta que cruzó el charco.

En Argentina contacté con músicos punteros del tango y conseguí uno. Ahora tengo tres y el cupo está cubierto. Tengo una auténtica joya, un Doble A. Maravilloso. Era una ocasión única y no pude decir que no. Es como los Stradivarius en los violines. Toda la construcción estaba en manos de familias judías en Alemania durante el siglo XIX. La persecución a los judíos acabó erradicando la fabricación de bandoneones.

Fue una excusa para volver a viajar a Buenos Aires.

Sí, es fantástico dejarse llevar y adentrarse en los auténticos locales del tango, no los de la ruta turística, y poderte mover como uno más. ¡Les llama mucho la atención!. Dicen: ‘¿Y este catalán?’. Dicen que soy un porteño con envase catalán.

¿Cómo es un local de tango?

A la vista, parece algo decadente. Tienen una parte externa con un asador, donde constantemente hay brasas y asado. En las paredes hay alguna guitarra colgada. Alguien coge una guitarra y comienza a cantar. Otro, en la punta, le contesta. Y se toca no sólo tango sino música popular, folclore argentino. Y luego están los locales para ir a milonguear, a bailar, con música en vivo. Estuve en un local que se llamaba ‘La Catedral’. Era una nave grandiosa y cutre, con sofás recogidos de la basura y tarimas para bailar. Van a bailar y pasarlo bien. No hay motivos de ligoteo. Es otro concepto.

El tango comenzó como una música marginal.

Sí, inicialmente como baile llegó con la inmigración europea a barrios como la Boca. Había muchos inmigrantes italianos y españoles, los gallegos. Había falta de mujeres y el tango comenzó como una danza de lucimiento entre hombres, con mucha filigrana. Inicialmente, bailaba una pareja de hombres. Luego, cuando empezó a haber mujeres, algunos sitios se convirtieron en lupanares. La pareja se transformó entonces en hombre-mujer y el tango se convirtió en un baile muy sensual. De hecho, algunos consideran que es una danza pecaminosa. Incluso hubo una demostración de una pareja de baile delante del Papa para demostrar que aquello no era tan nocivo.

¿Cómo llega el bandoneón al tango?

Lo introducen los inmigrantes judíos alemanes y desplaza a la flauta de la parte musical, todo eso antes de que el tango tuviese letra. Luego llegó Gardel, que inicialmente era un cantante de folclore, y surgió el tango cantado. En los años 30 había orquestas con ocho bandoneones. Eso hoy en día es impensable.

Un instrumento de música sacra acabó en los bajos fondos de Buenos Aires.

Exacto, fue un camino curioso, pasar de un extremo al otro. El tango acabó siendo una música que acabó siendo la alegría del pobre, el único entretenimiento de las clases obreras en los barrios trabajadores. Es una música muy de ciudad. Tiene raíz de barrio.

¿Qué le atrapa de las letras del tango?

Tienen una constante muy curiosa: la figura de la madre. Son letras muy machistas. He versionado una milonga que se llama ‘Tortazos’ e ilustra la figura del tanguero de los años 20. Es una historia de amor despechado, de reproches a una mujer que le rechaza y se va con otro para subir en el escalafón social. La letra dice: ‘No te rompo de un tortazo por no pegarte en la calle’. ¡Era algo muy machista!. Para el tanguero, la única figura de mujer buena era la de la madre. El propio Gardel idolatraba a su madre. Todas las demás mujeres eran malísimas.

La auténtica joya: un doble A. El Stradivarius de los bandoneones

Son historias dramáticas.

Es como la copla o el fado. Son estilos capaces de explicarte una historia de amor complicadísima en tres minutos. El relato está muy condensado.

Y ese sonido melancólico…

Los creadores del tango son emigrantes o hijos de emigrantes y ese concepto lleva implícita esa saudade, esa morriña. Aquí en Catalunya pasa algo similar con las habaneras. Se habla con melancolía de la mulata que se han dejado en Cuba los soldados, una vez regresan de la guerra.

¿Alguna anécdota porteña?

Fuimos a ver a Horacio Salgán, un pianista magistral de más de 90 años. En Argentina siempre se dice que Gardel cada vez canta mejor, aunque esté muerto. Yo le dije a él lo mismo, que cada vez cantaba mejor. Y él me respondió: ‘Yo sólo vengo aquí para ver minas lindas como usted’, dijo en referencia a una amiga que iba conmigo. ¡Era fantástico que a su edad aún pensara en ligar!

¿Más historias?

Una vez una amiga me consiguió una clase magistral con uno de los mejores bandoneonistas del mundo. Mi amiga le reventó el contestador automático para que me atendiera. Por una hora de clase, me cobró 100 dólares. Era como si a un guitarrista le diera una clase Carlos Santana. Mereció mucho la pena.

¿Cuántos bandoneonistas hay en el mundo?

En Argentina quedan tres que son buenísimos, los mejores. Luego en Buenos Aires puede haber unos 50 que son buenos pero están un poco por debajo. Se juntan a tocar en un local y la media de edad puede rondar los 80 años. En Japón, en Francia y en Italia hay alguno más. Y nacidos en España creo que tampoco hay. Y puedo decir que soy el mejor bandeonista catalán… ¡porque no hay otro!. Soy un rara avis.

Para acabar, recomiéndonos tres canciones.

Primero, un tango universal, precioso por la letra: ‘Cambalache’. Está escrito en los años 30 y parece que sea de hoy en día: “Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también, que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dublé”. Después, recomendaría un vals: ‘Alfonsina y el mar’, dedicado a una poetisa. Se quedó embarazada, estaba soltera y le amargaron la vida. Se suicidó entrando caminando al mar. La canción relata esa historia. Y, para acabar, ‘Malena’, uno de los tangos más hermosos que se han escrito. Serrat calentaba la voz con él antes de salir a cantar.

raúl

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