Tras cinco años con estas listas, no sé hasta qué punto escribirlas condiciona lo que escucho. Llega enero y creo playlist nueva en Spotify en la que poco a poco entran y salen cosas, me echo pulsos a mí mismo para descubrir o redescubrir esto o aquello, programo en busca de coherencia y narrativa y, en general, me acabo convirtiendo en el sujeto de mis propios experimentos y estudios. Luego llega el informe anual y compruebas que has acertado en cosas, sí, pero también que el batiburrillo es mayor de lo que creías y has acabado escuchando más la canción de Rilakkuma que Beethoven. Como siempre, he dejado fuera cosas que ya han salido en años anteriores, por mucho que me encuentre con Daughter, Leonard Cohen, Nick Cave o FEMM a diario; sin ellos, me queda siete canciones de este año (¡récord!), nueve de esta década y diez de este siglo (¿ya estoy al día?), tres temas de apertura o cierre de series, dos cortes vinculados a conciertos, cuatro de bandas sonoras y una diversidad geográfica (dice Spotify que he escuchado música de 53 países y en esta lista entran Japón, Corea, Alemania, Noruega e Inglaterra, entre otros) que me alegra bastante. No sé si estas listas me han cambiado como melómano, pero llevan cinco años forzándome a sostener un diálogo improvisado e imprevisible conmigo mismo y con mis compañeros de web (y, espero, con algunos lectores) en el que el pilar central es la música como cosa vivida. Ahí van 14 fragmentos de mi 2019:

RAMMSTEIN – AUSLANDER (2019)

«Si te gusta Rammstein, te gustarán Slipknot, Megaherz o Marylin Manson». Pues no, amigo algoritmo: si me gusta Rammstein es porque me gustan Depeche Mode y Pet Shop Boys, porque me gustan su teatralidad y sus excesos, sus ritmos electrónicos, su contundencia, su contraste entre desapego y honestidad. En este nuevo imperio del dato (dice Spotify que Rammstein es el grupo que más escuché en 2019) hemos de recordar que en la música, como en cualquier otra cosa, no es tan importante el qué o el cuánto como el porqué. Y mis porqués con Rammstein no los entiende un algoritmo.

BACKNUMBER – TAKANE NO HANAKO-SAN (高嶺の花子さん) (2014)

Vale tanto de jingle para anuncios (este verano lo escuchamos varias veces en la tele en Okinawa, en versión acústica, aunque no me preguntes qué anunciaba) como de pista para juegos musicales (estupendo jugarla en Jubeat), y tiene toda la energía, la luminosidad, la melancolía y el anhelo de futuro del mejor pop-rock japonés. Felicísimo volver a casa tras un viaje por Asia tarareándola y descubrir que, ¡sorpresa!, te había estado esperando siempre en Taiko no Tatsujin.

DVORÁK – SINFONíA Nº 7, OP. 70 – III. SCHERZO (VIVACE) (1885)

«Vivaz» es el mejor adjetivo para describir este movimiento, y no sólo como medida técnica de su velocidad. También me valen brioso, firme, impetuoso, jovial. Lo escuchamos como complemento a un concierto de piano de Khatia Buniatishvili y cómo será que salimos celebrándolo como si fuera la propuesta principal. A veces, con la clásica, me basta una melodía tarareable y, lo dicho, vivaz para ser feliz.

BAD RELIGION – END OF HISTORY (2019)

«Age of unreason» me parece no sólo un título estupendo para un disco de punk sino un nombre clavado para esta época de odio, rencores y ese bullshit que tan bien describió el filósofo Harry Frankfurt; época en la que algunos cafres hablan con alegría de «Ilustración oscura». Tampoco es que antes viviéramos en una utopía y todo esto sea nuevo: la prueba es que Frankfurt escribió su ensayo en 1986 y Bad Religion llevan advirtiéndonos del desastre desde 1979. Con frases como «nostalgia is no excuse for stupitidy», «utopia is an opiated dream, what we want is an open society» o «at the end of history nobody will be innocent«, «End of history» me parece el himno perfecto para esta Era de la Sinrazón.

PET SHOP BOYS – WHAT ARE WE GONNA DO ABOUT THE RICH? (2019)

Y sin embargo, con permiso de Bad Religion, el disco más punk del año no es de punk: el título se lo debería llevar «Agenda», un EP en el que Pet Shop Boys se desquitan a gusto contra el espíritu de los tiempos. «Give stupidity a chance», «On social media» (la versión anglosajona de «Opino de que») y esta «What are we gonna do about the rich?» son tres golpes sobre la mesa a reventar de ironía, rabia y aires festivos. ¿Qué vamos a hacer con los ricos? Decían Motörhead que comérnoslos, pero yo me conformaría con un triple programa de verdad, control e impuestos. Y sintetizadores.

UZUMI KOBAYASHI – DANCING STAR (1991)

Menos mal que tengo la guardia alta ante la nostalgia, porque si no diría que no ha vuelto a haber nada como los opening de anime de los 80 y 90. Pero es que los buenos (de los malos nos hemos olvidado) eran buenísimos y lo siguen siendo, más allá de contextos nocilleros, y favorecían unos estilos que merecen ser recuperados. Como prueba, casi todos los temas de apertura y cierre de Lamu (Urusei Yatsura), una suerte de colección de citypop tardío en la que todo brilla y todo parece posible; bailable, alegre, tierna, música romántica que sabe divertirse y no se toma demasiado en serio. Aunque mi tema citypop más escuchado en 2019 es, sin duda, «Good Friend» de Kikuchi Momoko, Urusei Yatsura se gana el hueco en conjunto y esta «Dancing Star» bien sirve para representarlo.

ANNA CALVI – AS A MAN (2018)

Insisto año tras año en esa categoría abstracta de la música nocturna, del sonido de noche y carretera, saturado de ecos y crescendos. Este año, ese hueco lo ha llenado «Hunter», el tercer disco de Anna Calvi, que algún crítico ha clasificado además, con mucho acierto, como «cinemático». Con aires de David Lynch y resonancias de Nick Cave, temas como este «As a Man» son lanzaderas hacia paisajes oscuros y salvajes que alegra ver todavía vivos en la industria musical. Hay algo peligroso, desatado y vertiginoso en este tipo de sonido animal, en esta llamada del abismo.

AURORA – THE SEED (2019)

Prefiero mi ecologismo más economicista y filosófico, pero es imposible negarle el punch a ese supuesto proverbio de los indios cree (o los osage, o vete a saber: la referencia más antigua parece ser la documentalista Alanis Obomsawin) que la noruega Aurora ha convertido este año en estribillo: «When the last tree has fallen and the rivers are poisoned, you cannot eat money, oh no«. Como una fusión de Björk, David Bowie y Enya tras veinte horas de rave, Aurora se presenta (haciendo contorsiones) como un nuevo bastión de lo Raro, y cuesta no ceder a su magnetismo.

KIM JUNG MI – HAENIM (1973)

Decía hace poco Bong Joon-ho que los Óscars son unos premios locales y bromeaba Leos Carax con las «películas extranjeras» diciendo que «se hacen en todas partes del mundo, por supuesto, menos en América». Tres cuartos de lo mismo podría decirse de la música, campo en el que las buenas intenciones de la etiqueta «world music» y sus consecuencias llevan décadas haciéndonos creer que todo lo que no sea de aquí o americano nos pilla lejos y debe ser mirado desde el misterio y el exotismo. Todo esto es para decir que si nos quitamos ese lastre, podemos comprobar, por ejemplo, que buena parte del mejor folk psicodélico de los 70 se hizo en Corea y que no hace falta saber de tradiciones ni etnografías para disfrutarlo. Buena prueba es este «Now» de Kim Jung Mi, discazo producido por otro titán coreano, Shin Joong Hyun.

BEAR McCREARY – GODZILLA THEME (2019)

En 2019 han pasado por mis bucles las bandas sonoras de, entre otras, If Beale Street Could Talk (Nicolas Britell), Hadaka no shima (La isla desnuda) (Hayashi Kikaru) y Suspiria (Goblin), todas ellas imprescindibles, pero me dice Spotify que la que más he quemado es la de Bear McCreary para Godzilla: King of the Monsters. Y lo veo lógico. Si el tema que Ifukube Akira compuso para la Godzilla me parece el más icónico de la historia del cine, esta reinterpretación con percusión tradicional, coros y muchísimos metales es casi una versión de ensueño. Así suena una fuerza de la naturaleza, el rey de los kaiju, el mejor espíritu del cine. (Como contrapeso, también he escuchado hasta aburrir las composiciones de Sagisu Shiro para Shin Godzilla, mi favorita moderna del personaje; mucho más trágicas, casi de misa fúnebre. Valgan de muestra «Persecution of the masses» y «Who will know«.)

PLACEBO – PROTECT ME FROM WHAT I WANT (2003)

Este año he vuelto bastante a Placebo y ha sido un reencuentro feliz. Solían gustarme por su angustia y su rabia, por cómo capturan esa sensación de urgencia existencial y soledad que uno tiene a ciertas edades, y quizá por eso me acabé distanciando de ellos sin darme cuenta. No es que dejara atrás esa angustia (creer eso sería un autoengaño y mala fe sartreana; que yo sepa, sigo siendo un ser-tiempo), pero quizá sí dejé de necesitarla. Del mismo modo que el año pasado me reconcilié con R.E.M. y su tristeza, este año creo haber entendido al fin la forma de esa angustia que hay en Placebo y que tanto me cautivaba: sus mejores canciones van mucho más allá del fracaso romántico y están disparadas contra el fin, e iluminan un tejido inútil de ansias y deseos que tejemos en vano para protegernos. Puede que ya no esté de acuerdo con esa angustia, pero creo en ella mucho más que nunca.

PJ HARVEY – THE CROWDED CELL (2019)

The Virtues fue la mejor serie de 2019 y «The Crowded Cell», el tema que compuso PJ Harvey para cerrar cada uno de sus cuatro capítulos, es un buen reflejo de sus (ejem) virtudes. Suena a carrera agónica, a peso de cadenas y tortura inescapable. No en vano esa percusión y esas guitarras rítmicas tienen algo de work song. El videoclip (que sirve a la vez de ending de la serie) amplifica la sensación de pesadilla acuosa, de un bucle del que resulta imposible escapar. You will remember this, en efecto.

DANIEL JOHNSTON – TRUE LOVE WILL FIND YOU IN THE END (1985)

Me da algo de vergüenza no saber más de Daniel Johnston, no conocerme toda su biografía y discografía, y sin embargo haberme apenado tanto cuando murió. ¿Será verdad que cuando se va un famoso todos nos convertimos en fans? Quiero creer que ese no es mi caso y que, simplemente, Johnston era tan único y transparente (otro tópico: «auténtico») que era imposible no tenerle simpatía. «True love will find you in the end» es la nana de un solitario que se consuela a sí mismo, intentando autoconvencerse (aunque sepa muy bien que es mentira) de que un día esa soledad desaparecerá, y me parece una reacción mucho más humana que la de Placebo ahí arriba. Qué penica, Daniel.

QURULI – SAMPO (2019)

Estaba quedando un tramo final de lista demasiado dramático así que vamos con el mejor antídoto para la intensidad: mascotas japonesas. Esto es un poco la alegría, ¿no? Una canción que da ganas de caminar, de salir al sol, de disfrutar de los días corrientes, de abrazar a alguien (a poder ser un Rilakkuma de tamaño real). Cada uno tiene sus puntos ciegos, sus filias y sus sentamentalismos, y yo a Rilakkuma y Kaoru se lo he comprado absolutamente todo. En esa serie, y en esta canción, podría quedarme a vivir una buena temporada.

(Menciones especiales a cosas que se han quedado fuera por poco: Huun-Huur-Tu, Babymetal, el «Coro a bocca chiusa» de Puccini, el «Everything’s Not Awesome» de The LEGO Movie 2, que describe el mejor plan de acción para el futuro inmediato, «I Can’t Stop Loving You» de Ray Charles, el «Daft Punk Medley» de Chilly Gonzales, la versión a piano de «Where Is My Mind» de Maxence Cyrin, algo de Myrkur, The Kinks, los temazos de Bad Lip Readings, toda la banda sonora de Death Stranding, que lleva semanas sumando puntos para estar en la lista de este 2020.)