Aparentemente, lo tenía todo. Fama, dinero y amor. Sin embargo, hace justamente 20 años, el líder de INXS se suicidó en un hotel de Sydney. La popularidad de su banda fue máxima entre los 80 y los primeros 90, y meses antes de quitarse la vida se editó el disco ‘Elegantly wasted’, que cosechó críticas decentes y tuvo relativo éxito. De hecho, Michael Hutchence (1960-1997) se había reunido en Australia con los cinco restantes miembros del grupo para celebrar una gira con motivo de las dos décadas de trayectoria de la formación. Los hechos que rodean su muerte siguen siendo un misterio, en pleno revival del conjunto en su tierra natal. Una serie de televisión llamada ‘Never tear us apart’ (como uno de sus éxitos) ha hecho renacer su música y la ha catapultado de nuevo a las listas de éxitos nacionales. Ahora, un documental titulado ‘The last rockstar’, centrado en las últimas horas de Hutchence, ha hecho mayor su leyenda. ¿Por qué se ahorcó Michael Hutchence?

El ascenso

La historia de INXS es de película. Un joven Hutchence estaba a punto de recibir una paliza en el instituto cuando otro chaval, llamado Andrew Farriss, lo salvó de los puñetazos. De dicho encuentro nació una amistad y un proyecto musical, ya que los hermanos de Farriss tenían una banda. Hutchence se unió como cantante, a pesar de su congénita timidez. Convertidos ya en INXS, en 1980 debutaron con un álbum homónimo que pasearon por las costas australianas sin descanso. Tocaron en todas partes. Pubs, bares y garitos de mala muerte. Puede que estos principios algo tengan que ver con el directo que poco a poco pulió el grupo. Eran agresivos, enérgicos, casi brutales, con un Hutchence de gran poder escénico y sexual. El salto a los Estados Unidos era inevitable.

Lo dieron con el single ‘The one thing’, editado en 1983, que les abrió las puertas de una entonces primeriza MTV. Se les colocó en la new wave junto a bandas tan dispares entre sí como Simple Minds, Tears for fears o The Pretenders, si bien por momentos parecían más bien unos Stones suavizados. Canciones como ‘Original Sin’ o ‘What you need’ incrementaron su popularidad en las listas americanas, aunque lo grande de verdad estaba todavía por llegar. Con el disco ‘Kick’, de 1987, INXS vendió millones de copias y colocó varios sencillos consecutivamente en el número 1 de los hit parade de medio planeta. ‘Need you tonight’, ‘New sensation’ o la antes mencionada ‘Never tear us apart’ hicieron del sexteto de Sydney una de las bandas más populares del momento. Pasaron por primera vez por Barcelona, un año más tarde, y llenaron el Palau d’Esports.

La estrella de Hutchence iba a más, aunque nunca se sintió del todo cómodo como ídolo de carpeta. Siempre inquieto, grabó un disco en paralelo a INXS con el nombre Max Q y debutó en el cine bajo las órdenes nada menos que del gran Roger Corman en ‘Frankeinstein Unbound’. Nadie prestó especial atención a Max Q, aunque disfrutado hoy, su sonido tiene cierto encanto. El grupo volvió en 1990 con ‘X’, disco comercial que dio en la diana un par de veces más con los singles ‘Suicide blonde’ y ‘Disappear’. La evolución sonora de INXS había viajado del post-punk de sus inicios a un pop de radiofórmula efectivo aunque sin la personalidad de antes. Una nueva gira mundial se inmortalizó en el disco en vivo ‘Live baby live’ (1991), al que siguió el que posiblemente sea su trabajo más estimulante, ‘Welcome to wherever you are’ (1992). 

La caída

Las adiciones de Hutchence y la conformidad de los demás integrantes de la banda hicieron el resto. La convivencia se quebró. Se les ocurrió encerrarse en Capri para grabar un disco áspero, rudo, sucio, para recuperar viejas (y bellas) sensaciones. Fue un desastre. ‘Full moon, dirty hearts’ (1993) es un álbum discreto, sin ideas, relleno de ‘caras B’ sin gracia, con tintes de grunge que no van a ningún lugar. Tuvo aceptables ventas, en especial en América del sur, pero marcó el inicio del declive de INXS. La desaparecida sala Zeleste de Barcelona acogió por última vez al sexteto en junio del mismo año, con un directo ya totalmente sustendado en el magnetismo de su vocalista. Después llegó un recopilatorio que hizo pronosticar a más de uno la pronta disolución de INXS. Hutchence, sin embargo, siguió en la cresta de la ola. Y no por sus méritos musicales; más bien por los sexuales. Plantó a Kylie Minogue y a Helena Christensen y se lió con la presentadora de televisión Paula Yates, que lideraba uno de los matinales más seguidos del país.

El problema es que Yates estaba unida a sir Bob Geldof, que a principio de los 80 gozó de una efímera fama al frente de The boomtown rats y su célebre ‘I don’t like mondays’. Por si fuera poco, Geldof era (y es) un tipo intocable en el Reino Unido y se le apoda The saint. Cuando su carrera se fue al garete, se convirtió en el artífice del festival Live aid de 1985, en el que se juntaron Queen, Duran Duran, David Bowie y muchos más para recaudar fondos en beneficio del llamado tercer mundo. El santo, sin embargo, no digirió bien la infidelidad de Yates y usó su poder mediático para cargar contra la pareja, que de repente fue objetivo permanente de la prensa amarilla. En 1996, Hutchence era algo así como el enemigo público número 1 de Inglaterra. A pesar de todo, siguió apostando por nuevas aventuras musicales, consciente quizás de que los días de gloria de INXS eran ya solamente un feliz recuerdo. Hizo un cover del ‘The passenger’ de Iggy pop para la banda sonora de ‘Batman forever’ y se alió a Shaun Ryder de los Happy mondays para intervenir en un proyecto de banda llamado Black grape.

Hutchence se unió también al proyecto de los Talking Heads sin David Byrne, The heads. Además, tuvo a su única hija en 1996. Había vida más allá de INXS. Andrew Farris, sin embargo, le propuso grabar un nuevo disco. El resultado fue al antes comentado ‘Elegantly wasted’ (1997), con algunas letras que analizadas hoy dan una muestra evidente del dolor en el que se sumió el cantante. «Si tu dejaras atrás el dolor yo lo intentaría, pero empezará de nuevo otra vez», se lamenta en el single ‘Searching’. La banda planeaba una serie de actuaciones en Australia y se encontraba ensayando el directo durante los últimos días de noviembre. Hutchence se hospedó en un lujoso hotel y el día antes de su muerte se mostró bromista, animado, en plena forma. De hecho, circula un vídeo en Youtube de su última interpretación y es mágica. Esa noche, la del 21, cenó con su padre, tomó unas copas en su habitación con una pareja y, al amanecer siguiente, dejó un rotundo mensaje de voz a su manager, Martha Troup. «Estoy jodido», dijo. Al cabo de unas horas, una mujer de la limpieza entró en el cuarto y se topó con el cadáver desnudo de la estrella, con un cinturón de piel en el cuello, ahorcado tras la puerta de acceso.

La leyenda cuenta que a Hutchence se le fue de las manos un jueguecito de autoestimulación erótica, algo que parece ser sí se confirmó con David Carradine, pero no con el australiano. El informe forense, de hecho, sentenció que se trató de un suicidio, y toda la literatura posterior (con un libro escrito a medias por su madre y su hermanastra incluido) han tratado de demostrar que el cantante sufría una profunda depresión causada en parte por las luchas con Geldof por su relación con Yates. Ésta, por cierto, murió tres años después, en Londres, por una sobredosis. Siempre mantuvo que Hutchence fue asesinado. Lo trágico de los Geldof es que el cuerpo sin vida de la presentadora fue encontrado por su hija Peaches, que entonces tenía 4 años. Peaches, ironías del destino, murió no hace mucho en la misma situación. La hija de Hutchence y Yates, Tiger Lily, ha sido criada finalmente… por Geldof. Ha cumplido recientemente los 20 años y no quiere saber nada de la fama.

Mucho dinero, poca dignidad

En el momento de su muerte, Hutchence estaba componiendo los temas de lo que iba a ser su debut en solitario. Dejó las tomas de voz grabadas, así que varios de sus colaboradores acabaron el trabajo. El disco se editó en 1999 y es interesante, un ejercicio pop adulto con toques de funk y rock agitados por la rabia. El pesado de Bono de U2, amigo del australiano, puso voz y coros en el tema de cierre, ‘Slide away’. «Solamente quiero desaparecer y volver a vivir de nuevo», dice Hutchence en el estribillo. En otra canción, ‘Fear’, habla de su relación con los medios de comunicación (o mejor dicho, con los paparazzis), a los que se refiere como los «perros» que husmean cerca de su casa. Las ventas no fueron nada del otro mundo, aunque lo relevante es que anticipa lo que Hutchence hubiera podido ser si no se le hubiese ocurrido ponerse un puto cinturón alrededor del cuello. Puede que hoy fuera un respetado crooner como su idolatrado Nick Cave.

¿Qué pasó con INXS? Aunque era evidente que su futuro sin Hutchence no tenía ningún sentido, los cinco integrantes restantes intentaron en vano reconstruir su trayectoria. Invitaron a Terence Trent d’Arby a dar un concierto, luego lo probaron con un neozelandés llamado Jon Stevens y posteriormente perdieron cualquier minúscula porción de dignidad artística que les quedara para montar un reality y pescar a un nuevo cantante. El programa se llamó ‘Rock star’ y lo condujo Dave Navarro. Lo ganó JD Fortune, un canadiense de buena voz y mejor presencia en el escenario que, atención, trabajaba como imitador de Elvis en Las Vegas. Editaron un disco llamado ‘Switch’ (2005) que sorprendentemente tuvo éxito. Lo malo es que a Fortune le iba demasiado la juerga, así que después de una gira, los INXS lo despidieron en un aeropuerto por yonqui. El tipo volvió a Canadá e intentó alargar la comedia contando en los medios que todo le había pillado por sorpresa y que vivía en su coche.

No contentos con semejante deriva, la banda grabó un disco con nuevas versiones de sus éxitos, para los que contó con varios cantantes, como Tricky o Ben Harper. ‘Original sin’ (2010) lo destrozó todo. Aburrido, estúpido e innecesario, el álbum es un insulto a todos los que un día amamos la música del sexteto. No reinventaba nada, no aportaba nada. Simplemente echaron un vistazo a lo más escuchado en Billboard y contrataron algunas de las voces del momento. Siempre supimos que sin Hutchence nada tenía sentido para INXS, y esa fue la triste prueba. Sin nada más que ofrecer, y con el pésimo Ciaran Gribbin como su último vocalista, el que fuera lo puto mejor de Australia se despidió por siempre jamás en 2012. Desde entonces, los cinco miembros restantes siguen viviendo de las rentas de su pasado. Además de la serie y el documental, la historia de la banda ha dado lugar ya a un musical. Hay que ser sinvergüenza.