Al cantar me suelo olvidar de todos los malos momentos; convertir en virtud defectos.

Desterrar la vulgaridad aunque sólo sea un momento y sentir que no estamos muertos.

(Platero y tú – ‘Al cantar’)

Mi memoria nunca ha funcionado bien. Soy incapaz de recordar ciertas cosas, especialmente de mis primeros años de vida. Envidio a aquellos que son capaces de relatar escenas, momentos vividos, personajes pintorescos, que entraron a formar parte de su existencia cuando tan solo tenían tres o cuatro años. Yo no puedo. Sin embargo, y pese a la falta de una base sólida a la que agarrarme, creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme que desde que era pequeñito, muy pequeñito, me gustaba cantar. Sí. Estoy completamente seguro.

Cantando en mis años mozos

Porque en mis primeros recuerdos, no tan prematuros como los de otros, aparezco yo cantando alguna canción. Y mis padres se reían, de cómo un niño tan pequeño se sabía tantas canciones diferentes de memoria (parece pues que mi problema con ella es una cuestión adquirida y no innata). Y cuando jugaba con mis primos, cantábamos canciones. Y con mi hermana poníamos videoclips, y cantábamos juntos la canción. Y yo era pequeño. Y ya era feliz cantando.

Luego creces. Cambian algunas cosas. Yo seguía cantando. En mi cama, en mi casa, en la ducha. Nunca me plantee si cantaba bien o mal. No me importaba. Disfrutaba. Experiencias sensoriales, algunas veces. Pero sigues creciendo. Tú cambias. Y tu voz también. Ya no eres un niño. Lo que antes no importaba, ahora sí. Y quieres saber como cantas.

Y así llegué al trauma. Me compré un micrófono. Lo conecté al ordenador. Elegí una canción: Pájaros de barro. Programa de grabación en marcha. REC. Empiezo a cantar sobre la versión instrumental que acompañaba el disco (¡cuantos sueños rotos!). Acabo. Me escucho. Una sensación extraña. Ganas de llorar…un poquito. ¿Otro sueño roto? Sí. Lo que escuché era horrendo. Y era yo. Desde aquel momento, supe que había estado engañado. No cantaba bien, y jamás lo iba a hacer.

Me costó recuperarme de aquello. Durante algún tiempo, me autoprohibí cantar en público. Y cuando estaba solo, cantaba, pero bajito. Ya no era lo mismo.  Con el tiempo, por fortuna, las heridas se curan. Me atreví alguna vez en karaokes. ‘Sin documentos’ con 6 personas más, de borrachera, varias veces. ‘Puede ser’, con Raúl, una noche algo extraña en Barcelona, después de nuestro primer concierto de Nacho Vegas, hace ya algunos años. El miedo, superado. Pero el recuerdo seguía ahí. Necesitaba algo para romperlo. Una especie de catarsis. Algo inesperado, de película de Disney para cerrar un círculo mágico. Y así fue: cantar en la radio, para millones –miles o cientos en realidad- oyentes. La COPE me dio la oportunidad gracias a un buen amigo.

El guión era inmejorable: superar mis miedos a lo grande, teniendo la oportunidad de mostrar mi capacidad vocal en público. Para ello, elegí una canción facilita: ‘Play with fire’ de los Stones. Además, hice trampa: cantaba sobre la voz de Jagger. Así fue más fácil. Luego, envalentonado, incluso hicimos a dúo con Marc ‘Lo que tengo yo adentro’ de Pereza. Lo intentamos con ‘Inerte’ de los Piratas, pero ya era demasiado. No importaba. Habíamos cantado en la radio. Y el resultado, según convenimos, fue “digno”. Lo cual, teniendo en cuenta los precedentes, equivale a decir “excelente”.

Esta mi historia. Un rise and fall pero al revés, un trauma superado a lo grande, una oportunidad concedida que quizás nunca merecí. ¿Acaso importa? Lo real es que me reconcilié conmigo mismo y con mi voz. Y, lo más importante, aprendí una importante lección: no se trata de cantar mejor o peor, sino de estar convencido de hacerlo. Disfruto cantando, y por lo tanto, las críticas no me afectarán: lo voy a seguir haciendo. Y si alguien me espeta aquella frase típica ‘¡Qué mal cantas!’ yo tengo una respuesta inmejorable: ‘Cantaré mal, pero a mí me llaman para cantar en la radio’. Una sentencia que no puede proclamar cualquiera.