Esta crónica llega siete años después. La rescata, en parte, Loquillo, por decir que tan Catalunya es Estopa como Raimon. O más. Así que nadie se rasgue las vestiduras si Isabel Pantoja va al Palau de la Música, Bunbury llena el Liceo y Justo Molinero pasa a la historia por reunir a 300.000 personas en la periferia del área metropolitana.

Algunas menos nos citamos en la Plaza de Toros de Tarragona, en una de esas aglomeradas y ‘récordguineadas’ reuniones para reivindicar Lo nuestro, un domingo cualquiera en la primavera de ¿2003?. No sé, segundo de bachillerato, según la única referencia que tengo de un examen de literatura catalana al día siguiente; y yo allí, en el coso taurino, dispuesto a asistir a un recital de unas ocho horas, una mezcla folclórica de pop de radiofórmula y cancionero charnego, todo enlatado, al amparo de Radio Teletaxi.

El asunto empieza con Tonino, que nos defraudó enormemente, porque no era Tonino Carotone, ex componente del grupo Cojón prieto, que por entonces sonaba en las radiofórmulas con ‘Me cago en el amor’. Era un tipo que salió incomprensiblemente con una guitarra española que le duró media canción, visto que aquello cantaba a playback por los cuatro burladeros y no había por qué esconderlo.

Adri, Cano: ha tardado en salir al escenario pero éste es Antonio Alemania

Aún no sé cómo aguantamos los envites de Junco, el malhablado Miguel Sáez (con la que está cayendo y este tío sigue sacando discos o, al menos, vídeos en 40tv), Ríos de Gloria, o, bien entrada la siesta, Ecos del Rocío, uno de los momentos cumbre, más allá del encuentro entre Justo Molinero y Joan Miquel Nadal. Miento. Sí sé por qué soportamos, con desquiciantes temperaturas (“aquí hace más calor que follando en un sofá de sky”, escuché en el escenario), una maratón que nos hizo gracia al principio pero que ni iba ni nos venía: para nosotros el artista estelar iba a ser un tal Antonio Alemania, fruto de una mitificación arbitraria y completamente perniciosa para nuestra sensibilidad de humilde curioso que pasaba por allí.

Así que el desafío era ver a ese personaje, que nosotros imaginábamos un cantaor más del montón, con su silla de enea, la guitarra de palo y una barba a lo Parrita, por qué no. Pero las presentaciones iban pasando y el escenario se llenaba de estos artistas curtidísimos en tablaos llenos de olvido durante décadas hasta que alguien les pone en circulación, conquistan su parcelita mediática y quién sabe si hasta se ganarán la vida. Desfilaban Manuel Orta, El Mani o Papá Levante (cardos en general) y así hasta más de 20 artistas pero se resistía nuestro ojito derecho por acción del azar. “Esperamos al siguiente que salga y si no es él, nos vamos”, decíamos en la arena de la plaza.

Para el albañil y el encofrador. Con todos ustedes, Leo Rubio

El misterioso Antonio Alemania parecía Banksy, Burial o Robert Johnson, ya lo imaginábamos rompiendo el contrato en el backstage porque la moqueta del camerino no iba a juego con el sofá negro y el caviar ruso no estaba aún preparado. Fue todo más cañí y vecinal, cuando a eso de las seis Justo Molinero anunciaba que por no sé cuál indisposición Alemania no iba a poder actuar, en el clímax de lo anticlimático. Nosotros nos sentíamos frustrados, irónicos y algo cansados, después de una jornada laboral enterita esperando de pie al Cormac McCarthy del flamenco pop.

Me pongo demagogo, político y ‘jordipujoliano’ para decir que el gitano chungo de Antonio Alemania, a la vez que el lamentable, plano y sonrojante Leo Rubio, son también Catalunya, tanto como Ausias March, del que, por cierto, me examinaba el día después de aquel esperpento, ahora entrañable, en el aquel momento insoportable. Pero poca broma con el jodido Justo.

raúl