Tres canciones, 254: La elección de Raúl

AVRIL LAVIGNE – COMPLICATED

Pide Avril Lavigne que recemos por ella. Que tiene una enfermedad grave, ha dicho muy enigmática, dejando en vilo a sus fanses. Ya ha cumplido los 30, ya no habrá mito de los 27. Pero no subestimemos el pop punk ni el pop a secas, en la querencia drogota, porque también anda revueltillo. La compositora Mel B, de las Spice Girls, está ingresada por sobredosis, así que, visto esto, la música comercial también se merecerá un respeto. Lady Gaga, Fergie, Eminem o Justin Timberlake también le dan al tema. Y hasta ‘princesas Disney’ descarriadas como Miley Cirus o Demi Lovato (tuvo que ir a un centro de desintoxicación) han hecho pinitos en la causa viciosa (escándalos prefabricados incluidos). Ya lo dijo hace unos años aquel pensador alicantino posthegeliano en plena cuneta: «La poli se mete, hasta el presidente del Gobierno se mete».

Avril-Lavigne-Hair-cut

Da igual la realidad, porque la leyenda pop ya está a la altura de cualquier trama oscura y turbulenta de la historia más mítica del rock. A ello colabora, ya lo saben, el monstruo de siete cabezas que es internet. De Lavigne ya se ha dicho que consumía drogas, que se está rehabilitando en una clínica, que la encontraron muerta en una habitación de hotel y que se mató haciendo snowboard. Hasta ahí todo normal, pero en ese magma terrible, hay una línea de pensamiento más o menos difundida: como Paul McCartney, Avril murió hace un tiempo y fue sustituida. La inercia, en un descenso forocochero a las cloacas de la red (iremos al infierno, nos quitarán todos los títulos universitarios por el titular de ahí arriba), abraza esa conspiranoia, por sus argumentos solidísimos, por una base imbatible y una secuencia lógica.

Tal giro es, nada más y nada menos, que la respuesta a la involución en la carrera de la cantante canadiense. Vía Cadena 100, lo primero que supe de ella, que me vendieron, fue toda una suerte de virtudes: era un talento precoz, con gancho, que sabía música, componía y tocaba la guitarra. Luego, algún disco más tarde, todo eso cambió. Emergió su lado más pop y facilón. Dejó de lado sus ropajes oscuros, empezó a maquillarse y a salir como una niña. Dulcificó discurso, aquellos ademanes skaters. ¿Qué pasó ahí? ¿La conversión y el empaquetamiento definitivo en un producto? ¿La enésima venta al vil metal? Nada de eso, no sean rebuscados y acepten la teoría del consenso. La cantante, harta de la fama, optó por colgarse, por suicidarse. Un empresario de mercenarios que no quería perder la mina de oro de aquella estrella la reemplazó por otra. Así, la Avril Lavigne que vemos hoy es una doble de la original, que en su deriva acabó siendo más edulcorada, menos rebelde, más chicle.

La moraleja, amigos, es que cuando algún grupo cambie de golpe de estilo o tono, no le echen la culpa a la lacra de la comercialidad, ni mucho menos a una inquietud del artista por explorar otros lares. Básicamente lo que habrá pasado es que se habrá muerto (accidente, drogas, Apocalipsis) y la industria lo habrá cambiado por otro idéntico en las formas, aunque con el riesgo de que venda aún más, de que triunfe más. A saber qué habría pasado con la auténtica Avril de no morir: habría cambiado la guitarra por el theremín, estaría grabando discos instrumentales, extrañísimos, en idiomas inventados, y haciendo una gira cada siete años. Lo que suceda ahora con la que dicen que está enferma, con la apócrifa, nos tiene que dar un poco igual.