Vuelvo a Londres. Esta vez la peregrinación desde Northampton, mi residencia temporal, es por motivo doble: uno, reunirme con un par de amigos y exiliados maños (uno de ellos inglés de nacimiento, pero el uso correcto del pues y cantar Labordeta le han dado el pasaporte maño); dos, ver a Beirut en concierto. Llevo años escuchando a esta banda estadounidense, que de alguna forma no suena americana. Pero ¿a qué suena Estados Unidos? Si me fío de Beirut, igual me lanzo a estereotipos de mezcla, de influencias varias, de lo global. Igual, hasta me reafirmo. Porque funciona. Las canciones de Beirut son vagabundas. Las canciones y los acordes viajan y se transforman, aunque siempre manteniendo un ritmo que las hace reconocibles, quizás tanto como la voz de Zach Condon.

El concierto tuvo lugar en una iglesia. Sí, los británicos han sabido aprovechar bien estos espacios y reconvertir un lugar de culpa y sermones en uno de goce (practicantes envíen sus quejas aquí). La iglesia en cuestión es St. John at Hackney, una iglesia de finales del siglo dieciocho, rodeada por un jardín – ay, qué bien hacen los ingleses jardines y parques. Y en el jardín, los fieles que nos congregamos, hacemos fila. El dresscode es más casual, nadie lleva pamelas, y hay dos hombres que hacen de San Pedro y guardan las puertas. St John at Hackney todavía está en uso para, entre otros, escuela de domingo, eucaristía, tai chi y reuniones de alcohólicos anónimos. Pero al entrar da la sensación de que se use poco. El techo, blanco excepto por unas cuantas manchas de humedad color ocre, da una sensación un tanto clínica. La nave central se ha convertido en una pista de baile, el púlpito está camuflado por la oscuridad y queda relegado por un escenario poco elevado. Hemos venido a oír predicar a otros. La congregación viene con una fe renovada, quizás más pura. Y esta congregación se alimenta de música y bebe cerveza americana a razón de cinco libras la lata – es la iglesia, de alguna forma tienen que sangrarte (practicantes envíen sus quejas aquí).

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¿Es un ángel? ¿Es un dios? No, es Zach Condon.

Beirut había tocado el día anterior en la O2 Academy en Brixton teloneados por Tiganá Santana. Al día siguiente tocó un grupo de cuyo nombre no puedo acordarme, pese a sus repetidos intentos de gritarlo y deletrearlo. Sonaban como una especie de Vampire Weekend más ochenteros y más blandos y a mí, personalmente, no me acabó de convencer. Pero Beirut aguardaba. Nosotros, sentados en la tribuna, cual viejóvenes señorones, los vemos salir antes. Al principio creo que el recibimiento casi frío es porque el público de abajo todavía no los ha visto. Los ahí reunidos casi enmudecen, sólo hay unos aplausos tímidos que aumentan cuando sale, en último lugar, Zach Condon. Aquí el silencio no lo impone la iglesia, lo ponen los fans. Y es que una de las cosas que me gusta de ir a conciertos en Reino Unido es el silencio que se guarda cuando tocan los grupos. Al principio puede parecer que no están muy entregados, pero ese respeto es su entrega. Así que “the lights go on/the lights go off” y Beirut abre con “Scenic World” y es, verdaderamente, “breathtaking”. Durante la próxima hora y media escasa, presentan No, No, No, que se lanzó oficialmente este mes y repasan The Gulag Orkestar, The Ripe Tide, March of the Zapotec, The Flying Club Cup, y versionan “Serbian Cocek”. Suenan íntimos pero muy solemnes. Quizás sea la iglesia. Quizás sea que, a veces, Beirut suenan como una banda que toca a marcha, especialmente cuando tres soldados se alinean, rectos, con sus trompetas.

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Trompetistas en formación.

Éste es uno de esos conciertos en los que la gente se emociona con las partes instrumentales. Un concierto en el que el hombre de al lado también se queja de que hoy no se entiende bien a Zach Condon cuando canta, que algo falla en la acústica. Me pregunto si ha escuchado a Beirut antes y me preguntó por qué no está tan maravillado como yo con la acústica de esta iglesia. Luego veo a su pareja mirando Facebook y me pregunto qué hacen allí. Yo sigo disfrutando, sabiendo que a veces es imposible entender las letras del grupo, sabiendo que las palabras se pierden irremediablemente en la música. El resto del público sigue disfrutando, se une a cantar tímidamente “Nantes” y “Postcards from Italy” y después de cerrar con “So Allowed”, de su último disco, se entrega a pedir que vuelvan. Esta vez, con una entrega más explícita. No sólo aplaude y grita el público inglés, también pisotea el suelo de la iglesia, haciendo que retumben las ganas de que vuelvan a escena y haciendo que temamos por nuestra propia seguridad. Pero esta iglesia es sólida y aguanta bien esta extraña plegaria. Y Beirut escucha. Salen para tocar cuatro canciones más, “Pacheco”, “The Gulag Orkestar”, “In the Mausoleum” y cerrar con “The Flying Club Cup” para devolvernos al “silence of an airborne night”.

Salgo del concierto, a la fría noche inglesa, preguntándome de una manera pseudo-existencial “what can you do when the curtains fall” y lamentando que no hayan tocado “Mount Wroclai” y “Rhineland”. Pero resulta que lo único que puedo hacer es reír al vernos rodeados de fans de One Direction, volviendo en el metro de uno de sus seis conciertos en Londres, y pensar que se han perdido el concierto bueno. Gracias, Belinda, por regalarme un buen concierto.

@bea_pzapata