«Tengo más proyección y más seguidores en Facebook», me apunta Abraham Boba, «pero no viene más gente a mis conciertos, que es lo que me interesa». Unas horas más tarde, tan sólo doce almas nos juntamos bajo el escenario de la sala El Cau, en Tarragona, escuchando y admirando al de Vigo en una suerte de concierto privado. Un triste lujo.

Llego a eso de las ocho y las pruebas de sonido van con retraso. Abraham sale al poco con una cerveza en la mano y se sienta, tranquilo. «Vas a ver un concierto muy raro», anuncia. Venía con un acústico en el cargador pero la banda le ha convencido para tocar al completo. Problema: el batería, Pablo Magariños, tiene otros compromisos en la Fira de Música al carrer de Vila-seca; cosas del pluriempleo musical. Será una suerte de semi-acústico, pues.

Abraham, o David, parece algo cansado. «Llevo tiempo sin dormir en casa», y es que la gira, aunque diga que nadie vaya a sus conciertos, está siendo larga. Charlamos un rato, le hago la preciada entrevista para esta santa casa y me despido hasta la noche. Poco después, Raúl, Raquel y yo volvemos a El Cau y nos encontramos a Abraham, Álvaro Segovia (su guitarrista) y Edu Baos (bajo) fuera, tomando algo relajadamente. Boba juega con su guitarra, bromean, se ríen. «Si os queréis ir al festival de Vila-seca, que por nosotros no sea». Al poco, se levantan y Álvaro avisa, riéndose, «vamos a ir entrando. Os esperamos para empezar».

Al pasar, confirmamos lo que se veía desde el exterior: la sala está casi vacía. Un recuento rápido me da diez personas; enseguida se añaden Fer y pareja. Cano añade el dato: tan sólo tres espectadores son desconocidos. Estamos en familia. Repaso las posibles causas del vacío: la Fira de Música al Carrer de Vila-seca, con presencia de Raimundo Amador, el festival Rec, la hora temprana, la pésima comunicación de la ciudad… Ninguna, en el fondo, justifica el pinchazo: otras urbes lo hubieran sobrellevado mejor. La apatía e inmovilidad de Tarragona se manifiestan aquí de forma dolorosa.

El repertorio, aún así, empieza. Un «bueno, gracias por venir» que denota resignación da el disparo de salida. La calidad de sonido es excelente, los músicos están algo fríos, entre cortados y dolidos, pero poco a poco los aplausos van caldeando el ambiente. No hacemos bulto, pero hay pasión. Más cachondeo entre ellos, inquisiciones sobre el licor local (el Chartreuse: Álvaro y Edu se agencian un par de copas; Abraham bebe vino) y algunas risas. Lo dicho, estamos en casa.

La selección incluye el reciente ‘Los días desierto’ casi en su totalidad, algunos rescates del magnífico ‘La educación’ y la presencia testimonial de ‘Las hermanas Sánchez’, del primer disco. ‘Frío’ y ‘La educación’ son momentos álgidos, de escalofrío. ‘Juan y la defensa’ acaba más rabiosa, mientras que los listados de ‘Podría haber sido peor’ y ‘Cosas que duelen’ definen el universo urbanita, contemplativo, cotidiano y extrañado del pianista.

La voz de Boba sigue sorprendiendo como un prodigio escénico, el truco de un prestidigitador sonoro, el arte de un hipnotista. A. está fascinada, me repite lo sereno, masculino y sólido que le parece el timbre del gallego. Los tres hombres suenan encajados, coordinados, cómodos. No se echa de menos la batería en ningún momento (de hecho, con lo pequeño que es el escenario, ¿dónde la hubieran metido?). No hay juego de bises, tan sólo se excusan, «vamos a echar un par de caladas y volvemos», y enseguida están desatando un vendaval instrumental con una ‘Basura madura’ que poco tiene que ver con la versión de estudio.

‘Como en Hollywood’, ‘Así se vive aquí’, ‘Hagamos algo antes de morir’, ‘Otra canción de amor’: clásicos de hecho o en potencia, paseos por esas urbes extrañas en las que amar alguna vez e intentar olvidar, esas calles anónimas y frías en las que se extienden nuestros desiertos, el desierto entre el amor y el Amor, el desierto de los días que pasan sin anunciar nada grande ni solemne. Regalos de un músico único, descolgado de dependencias o independencias, que sale a firmar cedés y vinilos tras el directo y que recibe, una por una, las felicitaciones de los doce asistentes.

Nos volvemos a casa con los vinilos de ‘La educación’ y ‘Los días desierto’ firmados, que no es poco, y el lujo de haber tenido a Abraham Boba y banda para nosotros durante algo más de una hora. No les puedo contar más para convencerles: si viven en Tarragona, ya saben lo que se perdieron; si viven en otra ciudad más despierta, corran a marcar la visita de Boba, caso que la haya, en su calendario. Y luego nos lo agradecen.

V the Wanderer