En el infierno del malditismo toda la enjundia se esconde, bien visible, tras el sonido: la música es la excusa. Y entre los malditos y bastardos sobresale un zumbado anoréxico llamado Richey Edwards, un gilipollas autodestructivo que ni siquiera sabía tocar, aunque tocaba, ¿saben dónde?, en los Manic Street Preachers.

· ¿Quién es? Richey Edwards

· ¿Qué hacía? Escritor de letras de los Manic Street Preachers

· ¿Por qué mola? Por ser quintaesencia del artista atormentado y desaparecer misteriosamente

· ¿Desea saber más? Vea la web de sus atormentados fans

Edwards no era músico, sino escritor, y por eso lo adoptaron los Manic. Seguro que una banda que empezó donde lo dejaron The Clash y los Sex Pistols podía sacar algo de un juntaletras depresivo y retorcido. Edwards no era músico, y por eso fingía que tocaba la guitarra rítmica, para que la gente entendiera que era uno más de la formación.

Su trayectoria es la típica de estos desquiciados bajo los focos: estancias en loqueros, automutilaciones, excentricidades, drogas, alcohol. A, be, ce. Una vez un periodista le acusó de farsante, él respondió rajándose «4 Real» en el antebrazo. Diecisiete puntos y casi pilla una arteria, el desgraciado.

Edwards paría las letras, y seguro que era un parto con dolor. Valoro su misantropía, sincera y desesperanzada, como en «Don’t be ashamed to slaughter, the centre of humanity is cruelty, there is never redemption». Imposible que sea pose. Hace falta desprecio para soltar algo como «All I preach is extinction«. Que arda el mundo.

Edwards era un tarado, pero un tarado leído que no escatimaba en referencias. Venga a nosotros el dolor ajeno como forma literaria de afrontar y camuflar el nuestro. Roba, por ejemplo, la justificación de Ballard para su «Crash»: «I wanted to rub the human face in its own vomit and force it to look in the mirror». Otra: el pobre Winston Smith, condenado librepensante del «Mil novecientos ochenta y cuatro» de Orwell, diciendo aquello de «I hate purity, hate goodness, I don’t want virtue to exist anywhere, I want everyone corrupt».

De lindezas así está lleno el tercer disco de la formación, «The Holy Bible«, la cosa menos sagrada que puedan encontrar, su obra magna. Después de hacerlo, va el tío y desaparece. Encontraron su coche cerca del Severn Bridge, saltadero tradicional de los suicidas. Había dicho que nunca se quitaría la vida.

La leyenda, no obstante, le empieza a situar enseguida por la India o Fuerteventura. Me encanta imaginarme al tipo viviendo una vida oculta, camuflado tras un seudónimo inane, pegando silbos en La Gomera, viviendo la inmortalidad de los condenados. Tal vez se lo crucen un día de estos.

Edwards desapareció, con todas sus manías y letras oscuras, pero el mundo siguió girando. Los Manic pasaron su luto y luego se vistieron de britpop accesible. A otra cosa mariposa. Seguro que todos ustedes los recuerdan por su «If You Tolerate This Then Your Children Will Be Next» (dato: basada en la Guerra Civil Española), que suena un poco a «We Are The World». Se jodió el punk.

Edwards no era músico, sino escritor, y por eso metió un corte de voz del gran escritor Hubert Selby Jr. al inicio de su «Of Walking Abortion». Una afirmación que, ahora que su familia ya lo ha declarado «presuntamente muerto» (tras trece años como «desaparecido»), suena más suya que nunca:

«But I knew that someday I was going to die. And just before I died two things would happen; Number 1: I would regret my entire life. Number 2: I would want to live my life over again.»

V the Wanderer