En sus últimos veinte años de vida, Maya Angelou se consolidó como una figura pública en Estados Unidos. La lectura del poema “On the Pulse of Morning” en la inauguración presidencial de Bill Clinton y su consiguiente apoyo a Barack Obama, junto con su amistad con Oprah Winfrey, la catapultaron a una visibilidad sin precedentes. Pero antes de convertirse en una persona mediática, Angelou había sido cantante, actriz, trabajadora sexual, escritora, poeta, dramaturga y activista por el movimiento de los derechos civiles, contando entre sus amistades a Malcolm X y Martin Luther King. A pesar de haber sido criticada numerosas veces por sobresalir más como figura mainstream que como intelectual, la carga de esas críticas cae por su propio peso ante Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, editado en España por Libros del Asteroide y traducido por Carlos Manzano. El relato, enmarcado en el género de la ficción autobiográfica, narra los primeros diecisiete años de vida de Angelou. El libro, a su vez, forma parte de una colección de siete títulos más que corresponden con las siguientes etapas de su vida.

Título: Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado

Autora: Maya Angelou

Editorial: Ediciones del Asteroide

ISBN: 9788416213665

En su narración brutalmente honesta circula ante nuestros ojos el paisaje de la vida afroamericana del sur de los Estados Unidos a principios de siglo XX. Se trata de una estampa que nada tiene de idílica: la aridez visual, las duras carreteras de grava, la segregación racial, las persecuciones y los linchamientos, la presencia de los “muchachos” del Ku Kux Klan, el duro trabajo en los campos de algodón, la falta de oportunidades y una religión redentora como única posibilidad de justicia divina son los elementos que aparecen como contextuales a través de la mirada infantil.

Haciendo uso de un lenguaje poético, cargado de imágenes y metáforas, la autora va desgranando sus primeras vivencias y traumas como joven negra sureña, lo que Angelou describe como una sensación de estar fuera de lugar, “como el óxido de la navaja que amenaza con cortarte el cuello”. Sus ojos nos conducen por la vida en Stamps, Arkansas donde ella y su hermano Bailey son criados por su abuela, encarnación de la necesidad superviviente de apuntalar una vida digna con trabajo duro, fe religiosa y amor. La Yaya, Annie Henderson, es sin duda uno de los personajes más notables, y parece hacerse eco de las palabras de Zora Neale Hurston, que afirmaba que “la mujer negra es la mula del mundo”. Sin embargo, a pesar de su religiosidad, aparece como un referente de lucha e independencia en un mundo marcado por el racismo y el sexismo, los cuales quedan ampliamente retratados en la vida cotidiana sin discursos aleccionadores. Excluyendo cualquier juicio rimbombante, Angelou deja que la crudeza de su experiencia constituya material suficiente como para que el lector saque sus propias conclusiones.

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Resulta especialmente desgarradora la detallada descripción de los abusos sexuales y la violación sufrida a los ocho años. Angelou nos sitúa en el epicentro de la empatía y la rabia al descubrirnos cómo se pone en duda su versión durante el juicio a tan tierna edad. El trauma consecuente hace enmudecer a la pequeña Maya durante años, hasta que su abuela la dirige con una mujer negra culta de Stamps. Aquí es cuando se nos revela el poder de la palabra para posibilitar la resiliencia y la curación emocional, pues es en los encuentros con Bertha Flowers donde la autora descubre la belleza del lenguaje y de la comunicación a través de la poesía declamada. Gracias a la palabra expresada, donde antes había muerte ahora hay posibilidad de vida.

Ése es el motivo fundamental por el que habla la autora: para nombrar y redimir, para dignificar el alma de un pueblo, vivificarla y encenderla. Angelou se alza como voz de la experiencia colectiva, desvelándonos las injusticias que pesan sobre su comunidad y, a su vez, revelándonos las extrañezas del entramado psíquico del racismo. En la segregación racial ambos bandos se ven enajenados, como cuando recuerda “no haber creído nunca que los blancos fueran de verdad reales”. Nos presenta la dureza de la cosificación racial a través de las costumbres blancas del sur, como cambiar el nombre a sus trabajadores negros negándoles su ser más básico, su propia identidad. Así, durante el transcurso de la narración existe esa tensión constante entre las ansias de libertad y el esfuerzo de su pueblo (tan bien expresado en el Himno Nacional Negro escrito por el poeta James Weldon Johnson) y la permanente sensación de que no existe posibilidad alguna de elección, de que sólo el abatimiento puede ser el resultado de la humillación constante recibida.

Sin embargo, la rabia y la conciencia de la situación empujan a la joven Angelou a otras posibilidades. Su lucha y su insistencia la convertirán en la primera cobradora negra de los tranvías de San Francisco, encontrará activistas entre los timadores del gueto y hallará la fraternidad interracial entre los niños desposeídos de un cementerio de automóviles, con los que convivirá durante un mes. Angelou nos descubre la dignidad humana que se halla en la dificultad y la supervivencia, pero su retrato de superación no es en modo alguno idealizado. En el tapiz que nos teje existen la violencia y el sufrimiento, ineludibles para una mujer negra, pues la experiencia femenina y los riesgos colaterales de ser mujer se suman a la problemática racial. La autora abandona el relato con su recién estrenada maternidad a la temprana edad de diecisiete años.

Igual que en los sermones eclesiásticos que dan aliento a un pueblo aturdido bajo el peso de la opresión, las palabras de Angelou insuflan aire fresco a pesar del genocidio negro de un pasado de esclavitud y un presente de segregación. Poeta ella misma, resulta especialmente significativo su apunte de que “baste con decir que sobrevivimos [como pueblo] en relación exacta a la dedicación de nuestros poetas (incluidos predicadores, músicos y cantantes de blues)”. Los poetas afroamericanos, los hacedores de su cultura, son los liberadores del alma de un pueblo y creadores de una belleza desgarradora que alivia del dolor de todo un colectivo. Maya Angelou logró ser su voz, y fue reconocida como una mujer que llevó a cabo a la perfección esa función redentora del arte: la que canta la libertad.