Añadir algo positivo para contrarrestar un efecto negativo no siempre conlleva buenos resultados, por mucho que digan las matemáticas. Y eso que lo he intentado durante muchos años. Por ejemplo, recuerdo que cuando era pequeñito añadía Ketchup a las lentejas de mi madre para darles mejor sabor. Lo intenté muchas y muchas veces (una vez a la semana, mi santa madre hacía lentejas), pero nunca conseguí invertir el valor negativo. Sorprendentemente, con el tiempo descubrí que no era la única persona del mundo que intentó la misma hazaña. Pero todos fracasamos.

Lo más curioso es que añadir un elemento positivo a otro ya de por sí positivo tampoco significa que el resultante final sea mejor que sus (mis) partes de manera independiente. Siguiendo con ejemplos gastronómicos: ¿A quién le apetecen unos macarrones con tomate (positivo) con helado de chocolate (positivo)? Positivo + Positivo = Negativo. Pues eso.

Esta pequeña y surrealista introducción viene al caso para explicar una etapa de mi vida ya abandonada, y en la cual la suma de dos elementos positivos nunca dio resultados del todo satisfactorios. Me estoy refiriendo a dormir (a todos nos gusta, ¿verdad?) escuchando música (si estás leyendo este blog, presupongo que te gusta la música).

Dormir mola, ¿o no?

No puedo negar que escuchar música en un estado duermevelesco ha sido un gran placer en muchas ocasiones para mí. De hecho, recuerdo que durante unos cuantos meses mantuve una rutina al respecto: tener mucho sueño, fumar un poco de tasio, acostarme, apagar la luz, poner ‘Noches Árticas’ de Nacho Vegas y… a volar. A duras penas conseguí, en alguna ocasión llegar a acabar la canción, pero si alguna vez lo hice, la siguiente siempre fue ‘Glósóli’, de Sigur Ros. Y a seguir volando…

La suma de tener el cuerpo inerte, la menta en letargo y el volumen demasiado alto con estas canciones, llegó a provocar auténticas catarsis en mi ser. Viví, sin duda, muchas  experiencias extra-sensoriales, siendo incapaz en aquellos momentos de imaginar donde me encontraba, quien era yo o, simplemente, que era lo que estaba sonando en mis oídos.

Si bien es cierto que esto fue una etapa muy concreta, escuchar música por las noches y quedarme dormido es una práctica que he llevado a cabo durante muchos años. Demasiados. Porque despertarte al día siguiente con música sonando es algo que, como en el anuncio, no tiene precio.

A veces, me he preguntado: Las canciones que escucho mientras duermo, ¿tendrán influencia en mi forma de dormir? ¿Y en mis sueños? ¿Y en mi estado de humor al día siguiente? Preguntas, amigos, a las que todavía no he encontrado una respuesta.

Pero volviendo a las matemáticas, estos aspectos positivos acabaron desembocando en otros no tan agradecidos. Primero y más importante: mi sordera. No es que necesite un sonotone, pero es cierto que escucho mucho peor que hace unos años, y estoy seguro que estar con los cascos ocho horas mientras dormía algo habrá influido. Segundo: económico. La de pilas y pilas que habré gastado –hablamos de época walkman, discman y mp3 cutres- de forma, en parte, inútil, ya que realmente no escuchaba la música (o sí, depende como lo mires). Tercero: salud mental. ¿Tan obsesionado puedo estar con la música como para necesitar escucharla, incluso, cuando estoy durmiendo?

Todo esto me llevó a dejar atrás este hábito, que algún día, sin embargo, espero recuperar, aunque en pequeñas dosis. De hecho, una vez tuve un sueño: yo estaba en mi cama. Había muerto. Un cambio de postura inconsciente mientras dormía había provocado que el cable de los auriculares se me enredara por el cuello y me provocara la muerte por asfixia. ¿Piensan qué es triste? Dirán lo que quieran, pero sería, sin duda, una buena, y bonita, forma de morir.

withor