Disculpa la inmodestia, pero me atreveré a decir que soy uno de los peores analistas políticos que te puedes echar a la cara. Todos mis conocimientos de la materia vienen de los guiñoles del Plus, de discos de Bad Religion y de no pasar del tutorial en los Civilization. (También de libros, pero quién hace caso a eso.) Soy políticamente inculto, a veces hasta idiota. Por eso, aunque te presente este texto contra el pensamiento de segunda mano, no son lecciones ni, espero, aspavientos de todólogo. De hecho, ni siquiera las he escrito para ti: son salvaguardiasque me impongo a mí mismo para librarme de patinar sin remedio, muros ante el precipicio, mecanismos de seguridad para no ensuciar más el saco común de las ideas. No siempre consigo respetarlas, pero cada vez que me veo tentado de abrir la boca y sentar cátedra, echo el freno y repaso mentalmente estas frases que habría que dejar de decir por el bien de la política:

· “El voto no sirve para nada”. Díselo a todos esos brexiters que han apoyado la salida de la Unión Europea como protesta y hoy despiertan aterrorizados ante la perspectiva de apechugar con lo votado.

· “Yo no tengo ideología” (dicho por luminarias como Javier Cárdenas o Pérez Reverte, quien al menos tiene biblioteca). O sea, que no tienes conjunto de ideas. No piensas nada sobre el modelo de sociedad que te envuelve, sobre lo que te rodea, sobre los límites que otros pueden imponerte y tú puedes imponerles a ellos, sobre tus responsabilidades y tus derechos. Lo mismo te daría vivir en una cueva junto a una hoguera que poder ir al Carrefour a comprarte el último iPhone. Lo mismo tener vacaciones por derecho que no poder quejarte de un turno de noche. Lo mismo tener acceso a la sanidad y la educación que no tenerlo. Lo mismo tener derecho a la privacidad que estar obligado a contar en público todo lo que haces. Bueno, esto último ya lo hemos dejado claro con las redes sociales, pero lo demás sigue valiendo.

· “Ya no hay derechas ni izquierdas”. Claro que sí, hasta que toca entrar en detalle y vemos que sí que las hay. ¡Qué razonable es la Nueva Política!

· “Yo ni un extremo ni otro, soy de centro”. O como Cárdenas, de extremo centro (que debe de ser una posición de fútbol). No, lo que pasa es que o bien mantienes distancia con todos los partidos (algo sano) o no te mojas (algo cobarde). El centro no es equidistancia sino una posición ideológica muy concreta que requiere incluso más trabajo que los extremos, pues siempre sugiere la búsqueda de consenso y transigencia (el anglosajón compromise). Además, cada vez que dices eso Aristóteles se alegra de estar en el hoyo y no tener que oírte: no todo tiene un término medio; entre matar a diez personas y no matar a ninguna la virtud no está en matar a cinco.

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· “Los partidos no cumplen sus promesas”. Como casi todas las afirmaciones de la sabiduría popular, ésta se desmonta a nada que busquemos datos: el académico Joaquín Artés, de la Complutense de Madrid, publicó un paper que demostraba que en la legislatura de 1989 el PSOE complió el 73% de sus promesas económicas y en 1993, cuando no tenía mayoría, hasta seis puntos porcentuales más, y el PP cumplió el 68% durante la primera legislatura Aznar y el 74% en la segunda. Los políticos españoles prometen y cumplen, otra cosa es que sepamos bien qué habían prometido. Y hablando de eso…

· “Todos son iguales”. Un fatalismo a la altura de “para qué te vas a cuidar, si te vas a morir igual”. Me da que los que lo dicen no han leído nunca un programa político (y mira que Aguirre lo puso fácil al reducir el suyo a un folio con 10 puntos). Según una encuesta de Sigma Dos y la Fundación Transforma España, menos de la mitad de la población lo hace. También es verdad que si lo intentasen, muchos se encontrarían con que no pueden, pues la mayoría de estos textos sólo se distribuyen online y según el INE más del 20% de los hogares no tiene acceso a internet. Pero ¿para qué vas a leer pudiendo ver debates? Y ya que hablamos de debates…

· “Se ve muy cercano”. Esa costumbre española: votar al político con el que te irías de cañas. O el que toca la guitarra en El Hormiguero. O la que baila. O el que ve el fútbol en una plaza central (mientras pide que no se politice el deporte). O el que va a apoltronarse en el sofá de Bertín Osborne. “En la entrevista con Bertín parecía majo” como solución para indecisos. El político-colega como máxima figura social. (Aviso: nunca “se ve muy campechano”, pues la campechanía es un grado superior que se reserva exclusivamente para la familia real.)

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· “Tiene un par de cojones”. Otra cosa muy española: la bravura y la agresividad como máximos valores. El político no entra en debate sino que sale al ruedo, no negocia sino que batalla, y el acuerdo se acaba viendo como algo anticlimático, una especie de victoria inútil porque no hay sangre. Aunque tampoco nos creamos tan excepcionales: ahí estaba Brigitte Bardot defendiendo a Marine Le Pen porque “es la única mujer que tiene un par de cojones”. ¿Y qué pasa con Carmen de Mairena?

· “Dice verdades como puños”. Verdades que, casualmente, suelen incluir muchos tacos y mucho ataque verbal a políticos y otras figuras de poder y pocos o ningún dato. Verdades ideales para colgar en Facebook o compartir por Whatsapp. Verdades a gritos que dan la razón a nuestros enfados y frustraciones. Verdades que lo son porque “has dicho justo lo que yo pienso”. Porque…

· “Dice lo que piensa la gente”. Ay, la gente, ese constructo abstracto con el que nunca nos encontramos pero gobierna nuestras vidas. También llamada “gente de la calle” o “el pueblo”. A mí, por cierto, me parece una norma sana desconfiar de un político que dice exactamente lo que quiero oír. ¿Te suena la ventana de Overton? Es el rango de ideas que la opinión pública encuentra aceptables y que un político puede usar para anclar su discurso. En lugar de presentar de entrada una idea impopular, se puede mover la ventana hacia ella de varias maneras: centrándose en los peligros de una idea todavía más extrema (lo impensable ante lo radical), adoptando ideas populares y desplazándolas poco a poco desde dentro (la estrategia habitual política) o estirando desde fuera (lo que suelen hacer los activistas). La próxima vez que alguien diga lo que piensa la gente, pregúntate por qué.

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· “Es lo que la gente quiere”. O la voluntad del pueblo, que da más yuyu. Frase que emparenta con “es sano porque es natural” o, peor aún, “a mí me funciona”. El pueblo (que ya sabemos que nunca tiene cara y que sólo te incluye si estás de acuerdo con él) es sabio y noble y nunca falla. Seguramente hasta sea siete veces más fuerte que tú. Si poco más de la mitad de la población británica quiere que la otra mitad se aísle del mundo y pierda oportunidades de futuro, hay que respetarlo porque “el pueblo ha hablado”. Otra cosa es que haya pensado. Y es que…

· “Todas las opiniones valen lo mismo”. Pues no. La libertad de expresión nos da derecho a  eso, a expresarnos, pero no a tener razón automáticamente. Las cosas no son siempre un punto de vista: algunas materias (todas las que importan) requieren años de formación, reflexión y debate. Todos debemos tener voz en lo social, pero me aterraría que alguien me considerase una autoridad en medicina, economía o física cuántica.

· “Los expertos no se ponen de acuerdo”. Claro, porque la ciencia y el conocimiento no son campos cerrados: están sometidos al análisis constante, a la revisión por pares, a la conversación ordenada. Por eso avanzan. Los expertos tienen su propia interpretación y opinión pero todos han de compartir los saberes principales de su disciplina: eso es lo que les hace expertos y no, digamos, tertulianos de bar o columnistas de suplementos. Dicho de otro modo: un economista puede estar de acuerdo o no con las tesis de John Maynard Keynes, pero tiene que sabérselas.

· “Pues en la tele han dicho que [X]”. Olvídate de la tele. Es bastante raro que un programa tenga tiempo para desarrollar ideas sólidas (y por muy rápido que vaya el mundo, las ideas siguen necesitando tiempo y los árboles siguen creciendo despacio) y los tertulianos que suelen dejarse ver son más bien entertainers mediáticos. Por no hablar de los intereses de (los propietarios de) cada uno de los medios: ¿con toda la información que nos rodea y aún no hemos aprendido a hacer una lectura crítica?

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·  “La cultura está muy politizada”. Vaya, ¿el resultado de nuestras conductas y principios, de nuestros criterios estéticos, de nuestras industrias culturales, de nuestros métodos de expresión personal y grupal, de nuestros espacio de reflexión y debate, tiene ideas políticas?

·  “Los políticos no están a la altura del pueblo”. Y dale con el pueblo. No, no lo tenemos todo para ser uno de los mejores países del mundo. No somos gente honesta y limpia y sabia y culta secuestrada por patanes y malvados. Somos un mogollón de personas con muchas inercias en contra, movido por ideas heredadas, antiintelectuales, marcados por un orgullo nacionalista cerril (de la nación que quieras, tenemos unas cuantas para elegir) y un sentido de la superioridad absolutamente injustificado. Los políticos salen de nosotros, los alimentamos y criamos, les damos de comer después de la medianoche y los mojamos para que se reproduzcan. Los políticos, acéptalo, nos representan, a nosotros y a nuestro sustrato picaresco, cainita y chapucero, y perpetúan los problemas que ni tú ni yo extirpamos de nuestro entorno cotidiano.

·  “Toda la culpa es de [X]”. De los políticos. De los banqueros. De los inmigrantes. De los viejos. De los jóvenes, que desde los tiempos de Sócrates o Hesíodo ya no respetan a sus mayores. Hay una sola cosa, un único malvado moviendo los hilos, que tenemos que superar para arreglar el mundo. A esto se le llama falacia de la causa única o de la causa simple, y puede llevar al desencanto o la radicalización, porque la realidad es tremendamente compleja, formada por cientos de fenómenos pasados y presentes cuyas interrelaciones y dependencias muchas veces se nos escapan, y nunca tendremos un botón mágico que nos abra el paraíso. Hablando del paraíso…

·  “Se han perdido todos los valores”. Cualquier tiempo pasado fue mejor. Había dictaduras, guerras, violencia, hambre, enfermedades, pero la gente era más noble y transparente. Ver Sócrates y Hesíodo.

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·  “Esto ha sido así siempre”. Define “siempre”: a lo mejor quieres decir desde que tienes memoria, lo cual, por viejo que seas, no serán más de 70 u 80 años. Pero la única constante en la realidad es el cambio, todo está en perpetuo movimiento. En lo del río, Heráclito gana a Parménides. Además, con esto de las tradiciones solemos tener una memoria tramposa y hay muchos “de toda la vida” que no llevan con nosotros más de una década. Douglas Adams hablaba de una relación con la tecnología que se puede ampliar a todo: “1, cualquier cosa que está en el mundo cuando naces es normal y ordinaria y es una parte natural del mundo; 2, cualquier cosa que se inventa entre tus 15 y tus 35 años es nueva y excitante y revolucionaria y seguramente te ganarás la vida con ella; 3, cualquier cosa inventada después de que cumplas los 35 va contra el orden natural de las cosas”.

·  “Estos son los míos”. Y los otros “son los tuyos”. Nuestra gran tragedia ideológica es que nunca hemos desvinculado la política de los trabajadores políticos: sería bueno que tuvieras tus propias ideas (basadas en información, comparación y reflexión) antes de ir a comprar el paquete de un partido y de apegarte a él como si fuera un equipo de fútbol. En estos tiempos oscuros en los que el márketing es el lenguaje único y universal, los partidos son marcas emocionales. Para superar eso, puedes empezar acercándote a alguna web como Elecciones.es, que te hace algunas sencillas preguntas para ver qué partido se acerca más a tus ideas: ¿las energías renovables autoproducidas deben estar libres de impuestos? ¿los autónomos deben cotizar progresivamente según sus ingresos? ¿España debe firmar el TTIP?

·  “Hace falta alguien joven y con ganas”. Claro que sí, porque la clave de todo es creer en ti mismo y la experiencia no importa (porque todo es cuestión de opiniones). Y si es guapo, mejor, ¿no?

· “[X] es muy guapo”. Ay, madre. Hola, votante de Pedro Sánchez. ¿Qué tal el número de esta semana del Hola?

·  “[X] es ETA”. Hola, votante del PP. ¿Qué, tirando de nostalgia?

· “Pues Hitler/los nazis también [X]”. Frase muy repetida en bares y foros y de la que todos somos culpables. Admítelo: tú también la has dicho. Yo sé que lo he hecho. La ley de Godwin dice que a medida que una discusión online se alarga, las probabilidades de que alguien haga una comparación con los nazis tienden a uno. Nota cinéfila: Shane Black se chotea de maravilla de esto en su brillante The Nice Guys.

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· “Todo eso está muy bien, pero yo me preocupo por los míos”. ¿Y quiénes son los tuyos? Acepta esto: ningún hombre es una isla y ningún Walden es posible. El antropólogo Robin Dunbar relacionaba el tamaño del cerebro con el número de individuos que podemos reconocer como “reales”; es el número de Dunbar y, en el caso de los humanos, son unos 150. Más allá de eso, los demás te parecerán ruido de fondo, figurantes, adornos. Sin embargo, la realidad es que estamos conectados con muchos más, y necesitamos hacer un ejercicio de gimnasia mental para ampliar ese número, ya sea a través de leyes, asociaciones, establecimiento y regulación de mercados o acuerdos internacionales. Tenemos que compartir espacios y recursos limitados, considerar a los otros y asegurarnos de que los otros nos consideran. Tenemos que reconocernos, defendernos y protegernos, aunque sea por puro egoísmo: si a tu entorno le va bien, tu número de Dunbar, tu tribu o tu familia estarán mejor.

· “[X cuestión política] es una cuestión emocional”. Y así murieron las Ciencias Sociales: Trump, Farage y Boris Johnson han demostrado que el mito puede más que el dato. El resurgimiento de los nacionalismos y la extrema derecha prueban que el sentimentalismo pseudo-romántico está por encima de la realidad. Ya lo dijo Michael Gove, político antiintelectual y autor de cuatro libros: la gente está harta de los expertos. El rollito chill, moderno, emprendedor y de autoayuda no quiere realidades complejas, quiere instintos y cosas cool. Errejón, en un patinazo mal medido, defendía hace poco que “la política es sexy”. Tampoco es de extrañar: su jefe cree que se puede aprender algo de la materia viendo Game of Thrones.

La política, por mucho que se nos presente así, no es cosa de partidos y profesionales. No es una telenovela o una liga fantástica. No es un contenido con el que justificar un rato nuestras iras y llenar redes sociales. La política, como decía mi compañero y amigo Pedro Macías, eres tú. Soy yo. Somos nosotros. Lo personal es política, porque nunca puede disociarse de lo social. Política es todo aquello relacionado con vivir juntos sin prendernos fuego mutuamente, con colaborar para conseguir lo que uno solo no puede alcanzar. La política es una cuestión ética, y en ética, por mucho que lo intentaran Kant, Mill o Bentham, no hay fórmulas absolutas; siempre necesitaremos debatir y buscar soluciones concretas a problemas puntuales juntos. Mejor si lo hacemos sin los lugares comunes de ahí arriba.