Sale barato afirmar que toda la música es igual y que está todo inventado pero luego, con un poco de esfuerzo, encuentra uno cosas que son puro desconcierto. Por eso no pierdo ocasión de investigar instrumentos extraños y estilos exóticos, catar músicas del mundo, ampliar fronteras y toda esa vaina. La sorpresa está garantizada, como poco, en lo técnico y lo sonoro, y casi siempre acabo enganchado. Esa perra inquietud ha hecho que lleve días escuchando gorgojos y ruidos guturales de un país que bien pudiera no existir.

Porque a ver quién de ustedes sabe poner Tuvá en el mapa o decirme su capital. No, Tuvá no sale en las noticias ni en el Trivial Pursuit, pero es el epicentro de la movida difónica, que es una cosa y existe. Esta república siberiana de 300.000 habitantes (capital: Kyzyl) sirve de hogar al xöömei o khöömei, variante de canto difónico que jamás usaría como despertador. El khöömei es una ancestral técnica que permite emitir varias notas y sonidos a la vez, cantando desde el fondo de la garganta con vibraciones graves y rasposas mientras la parte superior del aparato fonador imita a un alegre pajarillo.

Conocí este arte al entrevistar al maestro Antonio Enzan Olías y me la redescubre Adrián G. Troncoso tras cascarse un concierto entero de Huun-Huur-Tu, grupo estrella de la escena tuvense. Dice Troncoso que lleva un par de horas intentando imitarlos (son las 2 de la mañana) y lo creo: es imposible no preguntarse si esto es verdad o una inmensa broma a costa de los catetos occidentales. Yo no lo intento pero sí escucho con atención a la formación esteparia, que además leo que tiene casi 20 discos, 20 años de trayectoria y ha colaborado con gente como Frank Zappa o el Kronos Quartet. Porque mucho jijí y mucho jajá con las voces de cazalla, pero en dos o tres temas ya me descubro adicto a esas extrañas armonías, a sus aires chamánicos, fríos, al rústico sonido de instrumentos impronunciables como el igil, el khomus, el doshpuluur o el dünggür .

 

De Huun-Huur-Tu (la referencia, los Pavarotti de lo suyo, los John Williams del folk tuvense) paso a Alash Ensemble, Tarbagan o Shu’De. Desde mi total desconocimiento me asombran todos y casi juraría que me están expulsando los demonios del cuerpo. El eco, las resonancias interminables, las bajísimas y calmantes notas me llevan a las estepas infinitas, a esos vacíos inmensos al oeste del sol capaces de volvernos locos sólo con mirarlos. Me agarra la misma clase de hipnosis de, por ejemplo, Kooyanisqatsi o un buen solo de shakuhachi. La música me devuelve una de sus caras que más me fascinan: la del viaje y el descubrimiento.

Huun-Huur-Tu. Saludos desde Tuva.

Vuelvo a Huun-Huur-Tu y veo que, además de cambiar de formación varias veces, también se han atrevido con experimentos y saltos de estilo. Lo mismo te meten aquí una guitarra eléctrica que les da por hacer un disco electrónico. Yo, que a estas alturas ya me he vuelto un purista del khöömei, veo con simpatía las guitarras pero marco ahí la línea con aire gruñón y me digo que los experimentos, con gaseosa. Se empieza por romper nuestras sagradas tradiciones y se acaba haciéndole arreglos a Coldplay.

Aún así, la jugada de maridar tradición y maravillas de la modernidad da frutos bien resultones. Ahí está Yat-Kha, banda liderada por Albert Kuvezin, vocalista y guitarrista de Huun-Huur-Tu (de nuevo), a la que Wikipedia clasifica como «folk/rock/electro/post punk». Cosa dura, moderna, mucho más radiable y fácil de digerir que todo lo anterior pero sin perder el misterio chamánico de sus orígenes. Troncoso (que ya se ha convertido en la mayor autoridad huunhuurtiana de Europa) me recomienda un tema perturbador, ‘Neve-haya (The Legend of Mankurt)‘, que versa sobre una macabra leyenda de la estepa: los mankurt, hombres a los que se les cubría la cabeza con un saco hecho de piel de camello que poco a poco iba encogiéndose, apretándoles la sesera y arrebatándoles la memoria y la cordura. Muy bonita.

Yat-Kha con Albert Kuvezin al frente.

La música de Yat-Kha es cruda, con toques de misticismo y poética pero dominada por una contundencia y una malignidad propias de nuestro siglo. O a lo mejor es mi mirada de sucio e ignorante occidental, que aún asocia esas voces guturales con gritos del mismísimo averno. Sea como fuere, Yat-Kha defienden una suerte de khöömei-rock-post punk-industrial con hechuras de música moderna, estructuras reconocibles y duraciones ajustadas a la que sólo le faltan estribillos para entrar en alguna lista de éxitos (posiblemente, de algún canal de desequilibrados oscurantistas, pero lista al fin y al cabo). ‘Tuva-rock’, por poner, bien podría ser de Rammstein. Esa vocación internacional se demuestra con sus títulos, todos ellos bilingües en tuvense e inglés: ‘Camel-rock’, ‘Tuvan girls’ o, mi favorito, ‘In the endless black steppe’.

 

Y así, enganchado a ‘The Ways of Nomad‘ (el muy recomendable «grandes éxitos» de la formación) me creo cantidad de abierto y entendido, un gesanz del Asia Central, y abogo por las músicas étnicas, el mestizaje y mierdas así. Hasta que Troncoso (¡estate quieto!) me envía una versión khöömeizada de ‘Love Will Tear Us Apart’, que ubico entre el miedo, la resaca de Tom Waits tras fumarse un par de tabacaleras al completo y la risa grande. Una vez más, se jodió la mística. Si ya he dicho que los experimentos con gaseosa, leñe, y el khöömei clasicón e inadulterado, como ha sido toda la puta vida.

V the Wanderer