Uno de los aspectos más difíciles de analizar en una ficción es su tono, quizá porque es lo más difícil de reducir a elementos estructurales, quizá porque nos obliga a arriesgarnos con los adjetivos. El tono es siempre elusivo y a la vez dominante, la fuerza casi invisible que separa la ficción del ensayo, el activismo o la opinión. Es lo que hace que, a veces, una adaptación nos parezca fallida por muy literal que sea: todo está ahí pero desentona. Y en el caso de Ihatovo Monogatari, es la causa de que el juego merezca ser jugado. Ihatovo Monogatari es una obra maestra del tono.

Ya desde su arranque, con un tren que avanza en la noche acompañado de la evocadora banda sonora de Tawada Tsusaka (una de las mejores compuestas para Super Famicom), el juego se define por sus texturas emocionales. El tren llega a la estación de Ihatovo y el viajero al que controlamos decide apearse y pasar allí una temporada. No sabemos nada de él, de sus motivaciones u objetivos, y con esto el relato ya va entonando. Hay algo aquí que subraya tanto lo acogedor como lo transitorio, la calma como la melancolía. El resto del juego (que se puede completar en un par de horas, pero que nos invita a demorarnos), lo pasaremos explorando Ihatovo y sus alrededores, conociendo a sus habitantes y buscando, sin combates ni otros obstáculos tradicionales de videojuego, los diarios perdidos del escritor Miyazawa Kenji.

Ihatovo Monogatari es, sí, un juego sobre este escritor, adorado en Japón por historias como Gauche el violoncelista o El tren nocturno de la vía láctea (aquí lo ha traducido, entre otros, Satori), pero no es una adaptación al uso. Cada capítulo se centra en un cuento suyo, pero todo se empasta mediante elementos unificadores: el viajero anónimo (vestido con abrigo largo y gorro: una imagen fuertemente asociada con el propio Miyazawa), la ciudad de Ihatovo (lugar ficticio en el que Miyazawa ambientaba muchos de sus relatos) y sus habitantes y el propio escritor, del que todo el mundo habla pero nunca vemos. Más que sus tramas, Ihatovo Monogatari adapta el universo de Miyazawa, sus ideas y sus estéticas. Su tono.

Miyazawa es uno de esos autores infantiles, como Ende, que se disfrutan de adulto por la calidad de su voz y la hondura de sus temas. Lejos de relatos didácticos y moralistas, su obra interroga nuestros vicios y virtudes sin simplificaciones. Ecologista, pacifista, internacionalista (era, por ejemplo, defensor del Esperanto), científico de formación y budista en sus creencias, Miyazawa presenta un mundo en el que todo está conectado, en el que nada se resuelve fácilmente, donde la crueldad y la catástrofe están tan presentes como el altruismo y la calidez. Con sus hechuras de proto-walking simulator y slow gaming, el mayor logro de Ihatovo Monogatari no está en sus elementos formales o de contenido, sino en saber capturar el espíritu de un escritor y hacernos viajar, durante unas horas, a su visión del mundo.

(Nota: Ihatovo Monogatari no salió de Japón por motivos evidentes, pero en 2018 un grupo de fans lo tradujo al inglés y recientemente otros lo han traducido al castellano. Aquí lo hemos jugado en inglés, mediante emulador, y es una versión más que operativa.)