El ser negro no es sólo un cuestión de piel, también de alma. Tiene ese componente juguetón, alegre, optimista, y por supuesto, juerguista. Todos hemos sido negros alguna vez en nuestra vida, aunque no nos hayamos percatado. De hecho, habría que reivindicar esta condición con más constancia -los inercios ya lo hacemos-, que el gobierno la haga oficial y se acabe este puto ambiente de aletargamiento en el que vivimos.

Lo negro despierta el alma, las ganas de encaramarte a cualquier bebida y lugar para bailar hasta el infinito y más allá. Uno lleva esperando toda la vida que llegue esta expresión sentimental que le rescate del tedio, que le imprima energía, que le golpee en lo más profundo, que le ponga tontorrón en todos los sentidos, que le inyecte la magia en vena. Y la inyección perfecta es el Imagina Funk, festival funkarra, jazzístico, soulero, bluesero, farandulero, rockero, y hasta si me apuran, experimental.

La búsqueda de la negrura a veces requiere de viajes como el que hizo Julio Verne a la luna. Mi querido Morenito de Aranda y un servidor ponemos marcha rumbo a Jaén un caluroso jueves de mediodía de julio, convencidos que aquellos días van a ser un festivalazo en todos los sentidos. Tras los paisajes insulsos de Castilla la Mancha, traspasamos Despeñaperros y entramos en una nueva dimensión marcada por una ingente cantidad de olivos. Unos kilómetros más y aterrizamos en un albergue enorme, con muy buenos servicios, dónde nos espera mi primo, Juan Ramón Canovaca, director del Imagina Funk, y César Merino, su socio y director artístico. Nos entregan unos chapas que nos acompañaran eternamente, bajo el lema ‘We want the funk’.

Casi sin tiempo para descargar y tras una duchita salimos pitando hacia el Café Jaén, joven espacio promesa de la noche jienense con una arquitectura y decoración espectaculares, entre lo rústico y lo moderno. El local nos ofrecerá una degustación de lo que va a ser el festival: Julián Maeso, ex de Sunday Drivers (entre otras formaciones), tocando su hammond de forma omnipresente, con su chalequillo de cuero y camisa blanca, cual músico acechado por el mal fario de la industria y el público. Pero él, que eso ya lo tiene superado, gime sus canciones sin rencor, con un inglés folkie, entre lo poético y lo reflexivo. El minimalismo de su actuación se contrapone con la usual potencia musical de su banda.

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Julián Maeso, con su hammond, su barbaza y su chalequillo de cuero

Entre tonada y tonada, nos tomamos unas cuantas cañas de más, afectados por el intenso calor de Jaén, y la negrura empieza a aparecer inevitablemente. Maeso acaba su actuación, a pesar del escaso silencio de una parte del público, y conocemos a otro histórico del Imagina Funk, Pedro Peinado. Un chavalín de cincuenta años, más negro que todos nosotros, que se autodefine como un obrero de la guitarra, influenciado por el heavy metal y el jazz pero especialmente por la insistencia de su padre de inculcarle el flamenco desde bien pequeñico. Permítanme decir que los conocimientos de este sabio de la guitarra no tienen nada que envidiar a Paco de Lucía y Camarón.

Hacia la una de la madrugada y con el cuerpo a punto de traspasar el límite hacia lo negro, nos desplazamos a la sala Iroquai, espacio histórico de la farándula jienense. Se puede fumar dentro y te ponen unos tanques de alcohol bastante considerables. Ya se ve a lo que hemos venido. Reflexionamos con Pedro acerca del origen del flamenco, «el jazz de nuestra tierra», según este obrero que levanta musicalmente el país, y observamos atónitos una actuación improvisada. Aparecen dos guitarras españolas, tocadas por Pedro y Maeso, y Sitoh, el fotógrafo oficial del festival, ni corto ni perezoso, alcanza una silla para hacer las percusiones. La sorpresa se engrandece al escuchar como una muchacha aparece de la nada y se sitúa en el escenario en plan cantaora.

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Pedro Peinado, un auténtico obrero de la guitarra

Acabada la capacidad para absorber más alcohol, nos disponemos a volver al albergue. El día siguiente será duro, algo inhumano, que no le deseo ni a mi peor enemigo: ¡Música y fiesta hasta el amanecer! Previa visita a Jaén, una ciudad bastante desconocida y muy recomendable, arrancamos el Seat León para digirirnos a Torres, el pueblo situado en mitad de Sierra Mágina que ha acogido las siete ediciones del Imagina Funk. ¿Adivinan de dónde viene el nombre del festival? Torres, cómo no, está rodeado de olivos, de unas casitas blancas que parecen muy acogedoras y de unas rampas empinadas a más no poder. Menos mal que íbamos en coche.

Antes de llegar a la zona del festival, situada a unos pocos kilómetros del pueblo, en un espacio idílico, nos encontramos con la antítesis de la negrura: un control de drogadicción de la Guardia Civil. Nosotros, que de eso no entendemos mucho, le decimos que nada de nada, que eso de la cocaína y las pastillas es algo del pasado. Unos perritos olisquean las maletas, nos interrogan brevemente («¿qué hacen estos tipos de Tarragona aquí?», se deberían preguntar) y nos dejan marchar. Ahora sí, aparcamos en el hotel reservado, a escasos dos minutos andando del escenario. ¿Pero qué escenario? Pues lo descubro de una forma cómica, hablando con mi prima Maria Ángeles, que me comenta que ha estado en la plaza de toros escuchando las pruebas de sonido.

Ataviados con ropa cómoda y acicalados, sobre las 11 de la noche nos dirigimos a la plaza de toros para deleitarnos con una de las voces más impactantes del panorama musical español: Aurora García, acompañada de sus Betrayers. Pero antes, parada obligatoria en el stand de merchandising, para hacer efectivo uno de lo sueños de cualquier miembro de La Inercia: comprarse un zamarra con el lema ‘Say it loud, I’m black and I’m proud’ (‘Dilo alto, soy negro y esto orgulloso’). Al llegar al foso de la plaza de toros advertimos, en primera instancia, un olor a chocolate bueno, de ese que te ayuda a traspasar hacia lo negro sin ninguna maldad. La efectividad de la Guardia Civil se pone en duda.

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La voz de Aurora es expresiva hasta en las fotografías

Lo segundo que percibimos es una espectacular infraestructura técnica que ofrece un sonido impecable, que emociona por sí solo y que agranda aún más los despliegues vocales de Aurora García. Los coros y la banda le acompañan a la perfección con unos ritmos pausados, en ocasiones, acelerados, en otras, pero que consiguen provocar la catarsis necesaria para llegar a la negrura deseada. El cuerpo no puede dejar de moverse ante temas tan variados (soul, blues, funk, rock, jazz) como What you need, Take me away, Ain’t got no feelings o If yo could be me. La frescura de movimientos de Aurora y sus apelaciones encienden a la masa, deseosa de energía vital.

La siguiente en aparecer en el escenario, también con una fuerza musical notable, es Lisa Kekaula, alma máter de Lisa and the lips, una banda que destaca tanto por el funk gamberro que propone como por una espectacular presencia de la guitarra eléctrica. Esta sí, tiene alma de negra pero también cuerpo, y una voz deslumbrante que se estira y se encoge a su antojo. Que si algo más grave por aquí, que si algo más agudo por allá. No importa, domina los registros. Quizá no se percata tanto que sus constantes llamadas a la fiesta en inglés no tienen el efecto deseado porque gran parte del público no lo entiende, pero vamos, su presencia es imperial. Especialmente fervorosas son sus interpretaciones de Stop the DJ y Mary Xmas, su particular visión de la natividad.

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Lisa Kekaula amenaza al guitarrista para que se levante

Tras más de tres horas de potente bailoteo funkarra, con uno que otro cacharro alcohólico fundido en la garganta, llega el turno de The Hi-Fly Orchestra. A diferencia de sus antecesores, se presentan con un ritmo de jazz, groove, latin y samba más pausado, lo que provoca un cierto letargo en el público. No obstante, poco a poco, van triunfando la negrura de sus composiciones, gracias especialmente, al saxofón, un instrumento hasta cierto punto infravalorado. Su actuación no hace más que demostrar el buen ambiente y la simpatía que reinan en el Imagina Funk.

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The High-Fly Orchestra ofrecieron una actuación más pachanguilla

Personalmente, desconecto parcialmente de la música tras conocer a Teresa, una médica de impresionantes ojos azules, oriunda de Torres, que me destaca el inigualable ambiente que se vive en este festival. Miro para un lado y para el otro y soy incapaz de imaginarme navajazos en un sitio así. Nuestra conversación vital sigue hasta la llegada del último grupo de la noche, Jaén en Julio Band, una formación creada especialmente para tocar en los cinco festivales de música que organiza la provincia durante el mes de julio (además del Imagina, Etnosur, Blues Cazorla, Un Mar de Canciones y Vértigo Estival).

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Dos funkarras disfrutando de los toros desde la barrera

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¡Esa buena fiesta negra!

Nuestro amigo Pedro Peinado es el guitarra de la banda, aunque por encima de todo destaca la vocalista Sonia García, encargada de animar al personal a base de movimientos corporales con intención sexual, combinados con algún que otro aullido musical. Teresa y yo mitificamos su presencia. La banda tenía la difícil tarea de tocar a las 5 de la mañana, pero a la vez, la facilidad de saber que los que quedábamos íbamos a ser fieles hasta el final. Había que cumplir el lema del festival: música hasta el amanecer. Versiones de blues, soul, jazz o rock compusieron la lista de canciones de Jaén en Julio Band, con temas de James Brown, Kool and The Gand o Jackson 5. Es decir, la Motown, lo más negro entro lo negro.

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Nuestra querida Sonia

Con la luna alicaída a un lado y el sol saliendo lentamente por el otro, la banda jienense cerró la primera jornada del festival, que ya había despertado en mí todos esos buenos adjetivos descritos en la introducción. Eran las 6 y media de la mañana. El segundo día, llegaríamos al fondo de la negrura, ejemplificada en el maestro de ceremonias del festival, el rapero Frank T…

Texto: Canogarfunkel  

Fotografias: José Ortega y Amada Santos