“Que un lapón te muerda en los huevos. Eso sí es forma de morir”. Pues no le falta razón al bueno de Frank Drebin. Ya que morir es un acto tan grandilocuente y sacralizado, mejor será abandonar este mundo como Dios manda, nunca mejor dicho. Y como todos nosotros (que no olvidemos fantaseamos con una muerte dramática) no siempre tenemos un lapón a mano, será mejor ir pensando en alternativas, no sea que el milenarismo se retrase aún más de lo esperado.

De entre todas las muertes -no siempre tan lúgubres como se visten- de las estrellas del rock, mi favorita siempre ha sido la de John Bonham, admirado batería de Led Zeppelin. Cuenta la leyenda que el camarada inglés empezó a beber por aquello de matar las horas, como quien rellena con desgana un sudoku en el comedor de su casa, y cuando se dio cuenta el animal había engullido 40 pelotos de vodka con naranja. Luego, se ahogó. Sin tiempo para resacas.

 El bueno de John Bonham, dándole caña a las baquetas

Lo que me fascina de esta historia es su falta de épica, rozando la antianécdota. En un mundillo que tiende a la evangelización constante de sus personajes, en el que cualquier suceso se glorifica instantáneamente y en el que existe un panteón reservado para unos pocos elegidos, la muerte de Bonham tiene un punto mundano, tan costumbrista, tan de ‘a uno en mi barrio le pasó lo mismo’, que yo no puedo hacer más que admirarlo por su obra… pero también por su muerte.

Porque aquí no hablamos -y entiendan que todas estas líneas hay que relativizarlas- de un gran drama personal. Bonham no tenía tendencias autodestructivas y su estudio psicológico no determinaba que fuera proclive al suicidio. No fue una tragedia griega. Ni una rendición desesperada ante una imbatible adversidad. No. Es la historia de un hombre que empezó a beber vodka y cómo no tenía nada mejor que hacer, siguió bebiendo. Ni más ni menos. Es tal la simpleza. Y con tan poca mística.

Otro punto que me obsesiona de las últimas horas del amigo Bonham es la concreción que existe sobre su muerte: 40 vodkas con naranja en menos de 12 horas. Porque si bien es cierto que en algunas versiones se habla de vodka sin aditivos, e incluso se asegura que la ingesta se realizó en menos de 10 horas, lo que es intocable, lo que cualquier fanático que existe sobre la faz de la Tierra asume como verídico, es que fueron 40 los cubatas, ni uno más ni uno menos.

Y digo yo, ¿quién estuvo todas esas horas contando los cubatas que se bebía Bonham? ¿Él mismo los iba anotando en una libreta? ¿Es probable que el 40 se utilice para redondear, pero en realidad fueran 38 o 43? Si es así, ¿por qué nadie dice ‘alrededor’ de 40 cubatas y todo el mundo habla de 40 como si fuera una verdad universal? Si realmente estaba solo en casa, ¿cómo se ha llegado a la conclusión de que fueron 40 cubatas? Y… ¿cómo puede un hombre con 35 cubatas en el cuerpo tener el pulso suficiente como para servirse el treintaiseisavo?

John Bonham murió en 1980 a los 32 años de edad. Estaba en la morada de Jimmy Page y falleció ahogado en su propio vómito (por lo cual podemos considerar que o bien murió por el alcohol, o bien por dormir en una postura inadecuada sabiendo que el riesgo de vomitar era alto. ¿Verdad?). Es un hombre recordado, admirado y respetado. Y nadie podrá echarle en cara jamás que su forma de morir fue indigna. Ni los habitantes de la Laponia, ni siquiera el mismísimo Frank Drebin.

Withor