Anda con prisas, pluriempleado en colaboraciones e inmerso en multitud de proyectos (el siguiente, aún cocinándose, es el programa ‘Ortega y Gasset’, a medias con Antonio Gasset, el inolvidable rostro de Días de Cine). Nos concede un buen rato antes de entrar en directo en ‘La ventana’. En el bar junto a Ràdio Barcelona come un bocadillo de tortilla, y nosotros exprimimos hasta el último segundo (firmas incluidas a alguno de sus cuatro libros) a este escritor, humorista y presentador de radio y televisión. Ahí va una de esas entrevistas en las que no se sabe cuándo acaba el fan y empieza el periodista.

Ante todo, felicidades. Estás en un momento muy productivo.

Bueno… Más bien hay que lamentarse. Hacer muchas cosas significa que últimamente pagan muy poco en cada una de ellas. A mí me gustaría dedicarme a una cosa sólo y que pagaran como la suma de todo lo que hago… pero está tan chungo todo…

¿Dónde estás ahora?

En la Ser, en ‘La Ventana’ los lunes, miércoles y viernes. Con Pepa Fernández el fin de semana en Radio Nacional (el magazine matinal ‘No es un día cualquiera’) y después, los domingos por la noche, hago un curso de ciencia en un programa que se llama ‘La noche en vela’. Y luego en el programa de La 2 (el espacio de divulgación artística ‘La mitad invisible’). Se está reemitiendo la primera temporada. Ahora vamos a empezar a grabar la tercera.

¿Cómo afecta a la comunicación en general que se viva tan mal de ella?

Son productos peores porque la gente tiene que hacer varias cosas y no puede centrarse. Luego están las estrellas, claro, que se siguen llevando un pastón. Por ejemplo, José Mota cobrará lo mismo ahora que antes. El resto de los mortales tenemos que diversificarnos en un montón de cosas.

‘El Ortega’ con su libro ‘Cuentos para Ulises’

Venimos de ver a Especialistas Secundarios, que llevan diez años en antena y son unos supervivientes. A ti se te considera muchas veces el cuarto Especialista.

A mí me mola, porque les grabo las cuñas y, además, se lo pido yo. Me dicen: ‘No, que estás muy liado, no hace falta’. Pero me gusta grabarlas porque con ellos es la libertad total. Sé que todo lo que haga lo van a poner. Conozco su rollo, su sentido del humor y, encima, tengo libertad absoluta. Eso no lo puedo hacer en ningún otro sitio y no porque me censuren sino porque cada emisora tiene su registro y su público. En Radio Nacional hay unos oyentes más blancos. En la Ser me puedo pasar un poco más. Con Especialistas, además, puedo hacer lo que sea. Es un desahogo.

Cuando entras en antena en el programa ellos no lo saben. Vas a boicotear, casi. Pasas por allí y te metes en el estudio, ¿no?

Ellos me dijeron: ‘Siempre que quieras entrar, podrás hacerlo. Tienes la puerta abierta’. Y eso mola. No lo hago cada día, sólo cuando llego un poco antes… Ellos nunca saben que voy a venir a ese programa.

¿Las cuñas son improvisadas?

La mayoría sí. Empiezas de una manera y te preguntas ‘¿y ahora cómo acabo yo esto?’. La gracia del personaje, Marco Antonio, es que habla como dudando. Lo mejor es grabarlo sin saber qué va a decir. A lo mejor comienza diciendo que lo que más le gusta en el mundo es la música, pero que por encima de todo están los Especialistas Secundarios. Y luego puede acabar diciendo que ha sufrido en la vida. Todo es muy improvisado.

Algunas de las cuñas del maestro Ortega para Especialistas

Eres una de las personas que mejor defiende el discurso del humor. ¿Por qué se separa el humor como disciplina?

Es rarísimo. Y es un error, porque el humor puede estar de fondo en cualquier historia. Siempre se ha tenido el humor como una parcela. En la radio hablaban de economía, de política… Luego venía la sección de humor y, al acabar, otra vez seguimos siendo serios. Es absurdo. Es como si el humor no fuera algo real, cuando siempre está presente en la vida, cuando hablamos. No entiendo esa división. Por suerte, ahora hay programas que lo mezclan más. Hasta hace poco el humor estaba encarcelado, en una cápsula.

¿Es como una prisión? A ti se te clasifica como humorista, cuando se te podría considerar comunicador o locutor.

A la que haces algo gracioso eres humorista y se olvida todo lo demás. La injusticia más grande que se comete con los humoristas es exigirles que sean distintos cada vez. Eso no ocurre con ningún otro género. Un pintor puede estar haciendo cubismo toda la vida o dibujar señoras gordas como hacía Botero y nadie le dirá nada ni le pedirá que cambie de registro. En cambio, a Faemino y Cansado sí se lo pueden decir. En cualquier otra rama del arte te puedes repetir y se le llama estilo. En el humor eso te llevará a la crítica, te estarán diciendo que caes en la repetición.

Javier Coronas afirma que el humor es un fin en sí mismo. ¿Es un producto, es un medio?

Coincido con él. Es un fin en sí mismo, como la pintura. Es una rama del arte, con la ventaja de que es autónoma pero puede pintar a la vez otras manifestaciones del arte e impregnarlas. Se puede hacer una comedia sólo de humor pero puede estar presente en una tragedia. Es algo muy completo.

¿Qué obra pondrías como ejemplo de ‘obra de arte del humor’?

Alguna película de Woody Allen, como ‘Toma el dinero y corre’ o ‘Hannah y sus hermanas’ y quizás alguna de los Hermanos Marx.

Una pregunta tópica es la de elegir entre la radio y la tele. Una vez dijiste que te quedabas con la televisión, en lugar de decir aquello de que la radio es más libre y de más calidad.

Es una falsedad. A la radio se le perdonan un montón de cosas. En la tele dicen que hay basura y nos olvidamos de que existen cosas chulas. También nos olvidamos de la cantidad de mierda que se emite en la radio, en esa radio que decimos que es maravillosa y mágica. Las primeras veces que empezaron a salir videntes echando las cartas del tarot fue en la radio. Hay una cantidad de radiobasura impresionante. Ocurre igual que con el cine y la literatura. Todo el mundo dice siempre que el libro es mejor que la peli. Pues no: hay literatura que es una puta mierda y cine cojonudo. Prefiero estar viendo La 2 que escuchando muchas radios donde hay un montón de mierda.

Ortega y Gemma Nierga, a punto de arrancar ‘La ventana’

¿Y para trabajar?

Me gustan las dos cosas. En realidad trabajo más a gusto en la radio, porque lo que se me ocurre es lo que hago. No hay intermediarios. En la tele hay más diferencia entre lo que imaginas y lo que se acaba emitiendo.

¿Cómo llegas a un programa como ‘La mitad invisible’?

Me llamó el director de TVE en Catalunya porque había leído algún libro mío donde yo hablaba de arte. Fui como presentador pero poco a poco empecé a aportar mis cosas.

Es como lo que haces de música clásica: hablar de cultura siempre luchando contra la pedantería.

Claro. A mí me gusta mucho explicar cosas. Todos los temas que me interesan, cualquier cosa que sé me gusta contarlo, transmitirlo a los demás.

Quizás por ese lado didáctico conectas con tantas edades: desde los cuentos para Ulises, dirigidos a niños, hasta aquellos gags con gente mayor, en ‘Crónicas marcianas’.

Mi humor trata esos temas que gustan a todo el mundo, da igual la edad que tengas. Son los temas de toda la vida: el amor, la soledad… También es cierto que a quien no le gusta, no le gusta nada. Lo mío es de extremos: o gusta mucho o me ponen a parir… ¡pero de una manera personal! Es acojonante. Dejé de mirar cosas en Internet sobre mí. Por un lado, estaban los fans súperfans y guays; por el otro, la gente que no se conformaba con decir ‘no me gusta’. Te insultan, te odian.

Uno de los sketches de Ortega en ‘Crónicas marcianas’

En una entrevista reciente El Mundo Today nos decían que los comentarios en Internet pueden ser dañinos. ¿Por qué?

Sí, porque todo el mundo se cree con derecho a opinar. Yo no opino de casi nada y nunca lo pondría públicamente… sólo si es algo bueno, quizás. Y, sobre todo, porque nunca te puedes fiar. Hay muchos locutores que van viendo lo que se comenta de ellos en Twitter y Facebook y creen que lo que perciben es una media de lo que ocurre, pero es mentira, porque la mala leche es más impulsiva. Los que están cabreados escriben más. A los que les gusta una cosa tienen un fondo especial… lo oyen, se divierten, y ya está. Además, nunca sabes si detrás hay un enemigo personal que está escribiendo con 20 perfiles. No hay que hacer caso. Antes en la radio se llamaba para preguntar y ahora para opinar.

Los creadores de South Park dicen que meten caña a todo el mundo porque no quieren opinar de casi nada. El humor salva un poco eso: la obligación de opinar.

Empiezo a estar en contra de la gente que tiene las ideas muy claras. El humor es eso: reírte de los que opinan A y B, y de la opinión en general.

Tu humor, en particular, además de coger temas universales, lo que hace es analizarlos desde una lógica híperestricta.

A mí me gusta mucho el realismo. Mucha gente dice que hago humor surrealista y no es verdad. Se confunde fácilmente el surrealismo con lo daliniano, con la cosa rara. A mí me gusta que todo lo que yo recreo pueda ocurrir, aunque sea muy difícil. Si entrevisto a una señora a la que le dieron el premio Nobel pero no puede ir a buscarlo porque a esa misma hora tiene que ir a recoger a su nieto de judo, ¡claro que es muy difícil que pase eso!, pero podría ocurrir. Me gusta que haya una lógica, que todo lo que se diga sea improbable pero pueda suceder.

Es un humor de la razón.

A mí me gusta mucho la lógica y mezclarla un poco con la locura.

En tu caso hay víctima, pero desde la empatía, con un tono conciliador.

El humor con víctima es la burla. No me gusta burlarme. Siempre hay víctimas, pero no debe ser una persona y ni siquiera un grupo de personas. Las víctimas deben ser ideas, o un sentimiento absurdo, o una tendencia de la sociedad, pero nunca se puede personificar. Eso sería burlarse. El humor es otra cosa.

También es una forma de acercarse a según qué cuestiones, como la muerte, uno de tus grandes temas.

Claro. ¡Es que es un tema muy bueno! La gente habla de la muerte con mucho drama o con mucha naturalidad, sin darle importancia. Los temas que me interesan son cuatro. En realidad sólo he hecho un gag en mi vida… o dos. Y los voy repitiendo.

Otro tema recurrente es la familia.

Sí, y el amor, la pareja, el enamoramiento y la exageración. Me gusta mucho hacer gags con exageraciones temporales: gente que lleva mucho tiempo haciendo o esperando algo. Abuelos que miden la circunferencia del mundo o señoras que se despiertan después de llevar un siglo congeladas.

El nuevo libro de Ortega junto a Marc Lobato, sobre Miguel Gila

¿Cómo escogías a los abuelos que sacabas en la tele?

Íbamos a centros de jubilados y yo les decía: ‘Que levanten la mano los que estarían muy ilusionados por participar en la tele y en la radio’. Si había 40 allí, alzaban la mano 35. Los cinco que no habían levantado el brazo eran los buenos. Los otros eran los que intentaban ser graciosos. Los que no querían eran los interesantes, porque eran reacios a salir. Entonces tenías que hablar con ellos y convencerles. Eran los mejores porque no tenían esa vanidad de querer hacer gracia. Yo buscaba ese registro, no a los típicos graciosillos. Pero eso también pasa si busca a jóvenes.

¿Qué filósofo sería mejor humorista?

A mí me gusta mucho Bertrand Russell. Es muy gracioso. También Fernando Savater, de ahora, que tiene mucho sentido del humor. De los antiguos… Sócrates, Epicuro… La filosofía y el humor nacen de la misma cosa: la sorpresa porque todo es raro. Cuando ves todo extraño te puede dar por filosofar o por hacer humor. La poesía y la ciencia también surgen de eso: de la curiosidad, del estupor.

¿Qué tic del humor actual no te gusta?

De los monólogos actuales me molesta el hecho de que estén contados desde la superioridad. Al decir: ‘¿Os habéis dado cuenta de que…?’, en el fondo están diciendo que ‘yo me he dado cuenta pero tú no’. Gila lo hacía al revés: lo contaba desde la inferioridad. Era el pueblerino. Al humor de ahora le sobra prepotencia. Esos monologuistas van de sobrados.

Era hora ya de reivindicar a Gila (Ortega, junto con el periodista Marc Lobato, acaba de publicar el libro ‘Miguel Gila. Vida y obra de un genio’).

Sí, claro. Ahora hace diez años de su muerte. Mucha gente lo está descubriendo ahora, en parte por el anuncio de Campofrío, que nos ha venido muy bien. El otro día, en una radio, hice una broma y me arrepentí. Dije que en ese anuncio, de todos los humoristas que aparecían, el único vivo que había era Gila… aunque creo que hay otros vivos a los que admiro, como Forges. ¿Pero el resto? ¡Muchos están más muertos! Salen Esteso, las hermanas Hurtado… no tengo nada en contra de ellos, pero no hablamos de la misma profesión. Gila tiene más que ver con el teatro y con la literatura que con otra cosa.

¿Cómo está enfocado el libro?

Nos interesaba mucho narrar cómo se formaba un humorista, es decir, cómo un niño que nace acaba convirtiéndose en Gila. Todos los detalles biográficos tienen que ver con su familia, cuando era pequeño, su madre, lo que aprendió de su abuelo… todo lo que le va formando. Pero una vez cumple 25 años no hablamos de su vida personal para nada. Nos centramos en su carrera y pasamos de rollos personales, de si tuvo mujer o amante… porque cada uno hace lo que le da la gana.

Es ya tu cuarto libro. ¿Se reeditarán los dos primeros? (‘Morirse es una mierda’ y ‘Buenos días, Sócrates’).

No tengo ni idea, pero no están en ninguna parte. Molaría hacer uno con todos juntos. Hay muchas cosas del primer libro que no me gustan tanto.

Momento fans en ‘La ventana’

¿Qué admiras de Forges?

Que tiene una capacidad brutal y sobrenatural para detectar la opinión pública. Forges sabe lo que piensa y lo que preocupa a la mayoría de la gente en ese momento. Es una pasada. Tiene una gran capacidad para entender a la gente, para ponerse en la piel de todo el mundo. Hace chistes de enfermeras aunque él no haya sido nunca médico. Él sabe como son. Luego una enfermera coge la viñeta y dice: ‘Es justo eso lo que me pasa’. Además, es muy gracioso. Es más gracioso en viñeta que en persona, lo cual está bien. Y es muy rápido. Tiene un montón de ideas por segundo. Va soltando ideas buenísimas que se pierden, ¡porque tiene tantas!

Forges tiene ese toque apagado o apático, como algunos de tus sketches. ¿El humor tiene que ser contenido?

A mí me gusta que sea contenido, que aparentemente sea serio. El humor que me gusta es de apariencia seria. De esa manera el contraste a raíz de la barbaridad que digas resaltará más. Si ya vas disfrazado, ya se espera que digas una chorrada. Si vas serio y dices una tontería, la sorpresa es mayor.

¿Qué humor de ahora te gusta?

Gomaespuma, Faemino y Cansado, Especialistas Secundarios, Javier Coronas, El Mundo Today… y poca cosa más.

El humor o la cultura pueden ser una herramienta didáctica. En los cuentos para Ulises, por ejemplo, hay educación intelectual y moral. ¿Había esa misión?

El objetivo era hacer un cuento entretenido, que apeteciese escuchar. Pero una vez que te pones no puedes evitar poner tu visión del mundo y dar consejos. Es una mezcla entre hacer algo divertido y útil para un niño… o para quien sea.

Estás metido en una cátedra universitaria de humor, ¿cierto?

En lugar de cátedra, lo han cambiado ahora a instituto, el Instituto Quevedo, que forma parte de la Universidad de Alcalá de Henares. Junto con Forges, Kap y más gente somos miembros del consejo de dirección de ese instituto. Dentro de poco daremos unos premios a humoristas, organizaremos conferencias y montaremos una asignatura de humor en la universidad. Será muy chulo. A mí me encanta… porque yo no he ido a la universidad.

¿Se puede enseñar a hacer humor?

Creo que no. Si estás muy presente cuando hay humor puedes aprender porque el cerebro es muy flexible. Pero no se puede dar una fórmula. ¿Se puede enseñar a pintar un cuadro bonito? Con el humor ocurre lo mismo. Se pueden enseñar técnicas básicas pero luego lo fundamental es tener ideas.

¿Por qué siempre se habla de ‘los límites del humor’? ¿Dónde llega la tragedia que no pueda llegar el humor? 

Es una pregunta complicada… Si se hace correctamente, tanto una cosa como otra no tienen límites. En el humor el límite sería la burla o hacer daño personal. En la tragedia el límite sería no hacer comedia, es decir, no ser falso ni sensiblero. Digamos que en ambos casos el límite sería la falsedad o el mal gusto.

¿Qué nos puedes contar de ‘La noche americana’?

Me quitaron al sexto programa y nunca entenderé por qué, pero además de verdad, porque la audiencia no era mala, era de un 6%, empezó con un 5 y acabó con un 6. No sé. Creo que no gustaba a los jefes, por lo que fuese. Están en su derecho. Y luego está lo que hemos comentado antes de Internet. Entrabas en la web de Cuatro y había cientos de personas que decían: ‘Quiten esta mierda. Es insoportable’. Era una época en la que aún no se había aprendido a relativizar los mensajes. Pero bueno… lo quitaron y ya está, y casi mejor, porque era mucho curro.

Para acabar siempre pedimos que nos recomienden tres canciones.

‘Sevilla’, de Arturo Pareja Obregón, que es medio flamenco. De clásica… cualquier concierto de Brandenburgo de Bach, y algo pop… una de Alejandro Sanz que es buenísima (piensa), ¿cómo se titula?, ¡ah sí!, ‘He sido tan feliz contigo’.

V the Wanderer y raúl

¿Desea saber más?

– Hágase con cualquiera de estos libros: ‘Buenos días, Sócrates’ (si lo encuentra), ‘Morirse es una mierda’ (otro descatalogado), ‘Cuentos para Ulises’ y ‘Miguel Gila. Vida y obra de un genio’.

En Cadena Ser lo encontrará en ‘La ventana’ y, a veces, en ‘Especialistas secundarios’. En RNE lo tiene en ‘No es un día cualquiera’ y en ‘La noche en vela’.

– Escuche también, por ejemplo, ‘La biblioteca‘, una serie para Cadena Ser sin desperdicio.

– Vea ‘La mitad invisible’, en La 2 o en la web de RTVE.

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