Y el día llegó, amigos de La Inercia. Tras un capítulo especial supuestamente interactivo, pero que no deja de ser más que una propuesta de “si quieres puedes saltar a la página 54”, Black Mirror se ha derrumbado en esta quinta temporada. Ya se veía venir la catástrofe desde la cuarta entrega, con capítulos excepcionales como Metalhead, Black Museum o USS Callister, pero otros perfectamente encuadrados en la categoría de lo puto normal como Hang the DJ o Arkangel. Cocodrile, por su parte, ni siquiera llegaba al nivel normalero.

Amigo, si no dispone de tiempo para la lectura, le brindo una breve audiocrítica en tono de humor sobre el primer capítulo de la quinta temporada, Striking Vipers:

Recuperando la narración, Charlie Brooker traza tres historias intimistas que bien podrían servir para engordar las listas de aquellos films insulsos nominados a los Oscars. La estética es correcta pero queda muy lejos de la originalidad de otras temporadas, con escenarios que atemorizaban por ser factibles en un futuro no tan lejano. Cuatro son, según este humilde inercio, los grandes errores cometidos por Black Mirror en esta quinta temporada.

El primero y quizá más preocupante es la falta de imaginación de Brooker a la hora de representar nuevas distopías tecnológicas. Guiones demasiado centrados en la introspección humana provocan que las reglas ficcionales sean excesivamente obvias para lo que como sociedad estamos viviendo. La inmersión en realidad virtual propuesta por Striking Vipers, la existencia de una red social que nos espía en Smithereens o la configuración de un robot que calca la personalidad de la protagonista en Rachel, Jack y Ashley Too son conceptos ya explotados por humanos en el presente. No sólo en otros productos audiovisuales, sino en las propias industrias tecnológicas.

«¡Oiga pero que yo sólo quiero confesarme con el Marc Zuckerberg de turno!», debe pensar para si mismo Andrew Scott.

En segundo lugar, ya que Black Mirror se centra en historias intimistas, vamos a evaluarlas. El resultado no puede ser más desfavorable: tópico tras tópico. Dos señores que descubren una nueva identidad sexual a través de un videojuego y se acaban liberando, en un giro final poco creíble. Un cuarentón amargado con la vida que quiere confesar a un Mark Zuckerberg ficcional los peligros de consultar el móvil mientras se conduce (ese acto provocó un accidente en el que murió su ex mujer). O una joven diva del pop, secuestrada por su tía, que busca la autenticidad artística. Son arcos narrativos muy comunes en la industria de Hollywood.

Amigo, si quiere una argumentación ampliada sobre el capítulo Striking Vipers, le recomiendo esta videocrítica:

La tercera cuestión que provoca el desastre es la perspectiva ideológica adoptada por Brooker. En Striking Vipers, se refuerzan los estereotipos de mujer encargada de la familia y machos alfa que se sensibilizan pero mejor que no lo sepa nadie. Además, el punto de vista respecto al sexo virtual y el encaje en una familia tradicional es controvertido: ahora resulta que la mujer lo acepta a cambio de que ella pueda irse de parranda con el primero que le venga en gana. Eso sí, a cierta hora en casa que el bebé reclama comida.

En Smitheerens, todo parte de un Macguffin absurdo. Que alguien haya tenido un accidente de tráfico por mirar el móvil cuando no tocaba no puede dar pie a la demonización automática de cualquier red social y menos a que el protagonista se convierta en un secuestrador. En el clímax, Brooker nos descubre a un personaje que acepta la responsabilidad individual de su acción. Pero como la maléfica empresa no podía salir indemne nos brinda un giro final ambiguo: los usuarios de la red social comparten la fotografía del protagonista y el secuestrado sin que sepamos quién ha muerto. Será que no hay decenas de críticas más argumentadas contra Facebook o todas las redes sociales.

Rachel, Jack y Ashley Too, por su parte, gira alrededor de una máxima coelhiana de lo más mentirosa en el mundo actual: si quieres y te lo propones, lo consigues. Como si por arte de magia uno pensara en vivir en una mansión de 500 metros cuadrados y al día siguiente se cumpliera el sueño. Se trata de uno de los argumentos más explotados por el cine hollywoodiense y que en este capítulo se refuerza hasta la saciedad. Parece que se va a romper el estereotipo pero no, la moraleja lo refuerza. Esa diva del pop deja el estilo musical mojigato que le ha encumbrado y dedica su alma al rock más duro. ¡Eso sí es auténtico!

¿Y si en realidad Miley Cyrus está también harta de ser una diva del pop facilón y quiere ser una estrella del rock?

El último gran error de Brooker es no haberle sabido imprimir tensión narrativa a todo el metraje. ¿Dónde han quedado esos capítulos de 45 o 50 minutos, con la historia bien condensada? Las tres entregas de la quinta temporada superan la hora de largo, contienen escenas aburridas que ralentizan el ritmo sin sentido y cuando llega el momento culmen, nos dan tan igual los personajes que ya es imposible empatizar. Comparen el bostezo provocado por Striking Vipers, Smithereens y Rachel, Jack y Ashley Too con la taquicardia de Metalhead o Shut up and dance. Black Mirror se ha convencionalizado, ¿Quizá por explotar la vaca cuando no queda más leche, por motivos puramente económicos?

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