Ahí van, con la guitarrita brasas, la borrachera de solos, la americana elegante, liderando el formato clásico de banda, sin inventar nada. Tocan rock adulto, sólido, con clase, ironía; están dispuestos a saltar al ruedo a la mínima, a reivindicar el oficio de artesano de las canciones. Es lo único que saben hacer. No les pidas reinventarse. Es la segunda división del rock en castellano, la que pelea a la contra y briega en salas, y no en los estadios de Calamaros y Bunburys. La clase media que a veces juega Champions; el Villarreal, el Getafe, el Alavés, a la sombra de los grandes.

Ariel Rot, un bonaerense a su Fender Telecaster amarilla pegado, se ha plantado en los 49 tras firmar páginas doradas de la historia de la música, abrazar el éxito masivo y ocupar ahora con naturalidad su parcelita mediática. Rubio canoso, con dos hijos, de sonrisa arrebatadora y con la facultad de frenar a tiempo justo antes de pasar el límite en el que te juegas la vida. Su canción ‘Colgado de la luna’ habla de eso. Algo tan prosaico, si queréis, como haberse metido de todo menos heroína por vía intravenosa. De ahí a mantener el estilo llegada la madurez media un paso.

El resultado como solista es la facturación de discos espléndidos y vigorosos, con sabor a clásico, con olor a guitarra, bajo, batería, teclado y poca cosa más. Hay veces en que el cuerpo me pide esa fórmula, esos tres acordes de los de toda la vida capaces de retorcerte el corazón. Lo bueno conocido. Además, Rot cada vez canta, escribe y compone mejor y huye como un demonio del cliché ‘mi chica se ha ido y yo estoy mal’. Por lo demás, rock, ‘of course’, pero también milonga, bossa, pop, blues.

El granadino José Ignacio Lapido tiene cara de mala hostia y más querencia por los trajes. Un tío cabal, que dirían Los Enemigos. Un tipo feo, fuerte y formal, que diría Loquillo. Otro que incendió el rock de los ochenta con su grupo 091. Pulida aquella intensidad instrumental y profundizada la lírica, ahora batalla por la publicación de cada disco en solitario, joyitas de orfebrería, con letras asequibles, que no hablan de gilipolleces pero tampoco son Neruda. “Nada malo me puede pasar si amanezco a tu lado”, canta Lapido, romántico y eléctrico, eventual autor de baladas sin moñadas.

Ellos, que han tocado el oro unas veces y otras se han despertado en el fango, viven por encima (o al lado) del éxito y el fracaso. La hoguera de la vanidad está apagada, las cenizas en el aire y la guitarra, si ellos quieren, la pueden tocar desenchufada desde el ángulo muerto. El rock furibundo que les espoleó a los ‘veintipocos’ ha sido asimilado por el sistema y ahora es sólo un estilo (minoritario) más. Ellos también se han institucionalizado sin acomodarse porque, ojo, no son estrellas, y la única supervivencia pasa por la carretera, el escenario, un ampli y una Strato. La hoja de ruta: “Ayer, igual que hoy, buscándole el final a una canción que tal vez no acabe”.

Puede explotar la industria discográfica, colgarse Spotify una década o llegar una versión del protools con sonidos de la NASA para un disco de electrónica, que ellos seguirán a lo suyo: cartografiando el corazón, explicando sus vidas, las nuestras, en tres-cuatro minutos. Nada del otro jueves, tanto y tan poco, pero ya se sabe la consigna ‘Rolling’: ‘It’s only rock and roll but I like it’.

raúl