Si algo bueno nos ha traído internet es la democratización de la chorrada, la tontería como alivio al horror vacui. Porque no me lo negarán: el mejor remedio para el mundo moderno es enchufarse al YouTube y reírse de (no «con») lo primero que se nos cruce. Ahí tienen a Papá Topo. Esto es sádico y vengativo, sí; ahora todos somos el gracioso de la clase, ese colega cabrón que humilla constantemente. Gracias a internet podemos no sólo reírnos para sobrevivir, sino exorcizar horrores como la banda sonora de Sonic R.

El asunto mezcla un poco de todo lo que más me gusta: música, videojuegos, leyendas urbanas, subcultura y un punto de metalenguaje. El centro de gravedad es Sonic R, un juego de carreras para la extinta y fracasadísima Saturn de Sega lanzado allá por el 97, una porquería de pésimo control, un juegacho que vivía de licencia.

Sonic R padecía de esa sobresaturación de personajes que acaban teniendo muchas franquícias longevas. Héroe, villano, sidekick, rival heróico, love interest, versión maligna del héroe (en este caso, robótica)… y así ad nauseum. De esta cadena nace Tails Doll, la versión evil/robo de Tails (el zorro inocentón y repelente que tanto nos gustaba dejar atrás en Sonic 2). Mientras Metal Sonic aún molaba a pesar de lo obvio, Tails Doll es dejadez pura: un siniestro osito de peluche que flota arrastrado por una antena. Como un cadáver llevado por la corriente.

Carne de tómbola

Es innegable que las primeras 3D fueron un erial estético, así que muchas veces se recurría a la capacidad del CD para compensar con música currada. Pasábamos de los pitidos 16bit a bandas sonoras con instrumentos reales (¡y voces!) que además podíamos escuchar en cualquier minicadena. Así, Sonic R nos machacaba constantemente con una selección de pegajosísimos temas dancepop compuestos para la ocasión, como si eso fuera a arreglar todo lo demás.

Sonic R, el album, es un puñado de descartes de Aqua mezclados con cucharadas soperas de feelgoodmusic, bases con exceso de protagonismo, sonidos de politono y letras simplonas. Todo es plano, alegrísimo, inofensivo. Más allá de su obvia desconexión con el contenido al que acompañan, temas como «Living in the city» o «Supersonic racing» duelen por su capacidad para pegarse a nuestra corteza cerebral como un chicle remasticado.

Lo triste es que detrás hay claros ejemplos de currantes musicales: el autor, Richard Jacques, ha firmado un buen número de acompañamientos «serios» (Mass Effect, Headhunter) y la cantante, TJ Davis, ha hecho coros para Gary Numan, Blur y forma parte de una banda-tributo a Abba. El lado mileurista de la música.

En su momento jugué bastante a este despropósito. Un amigo, Jose, lo tenía, el pobre. A base de repetición los cortes del CD se me grabaron a fuego, tanto que aún recuerdo algún que otro estribillo. (Nota para Fito: los videojuegos son más eficaces que las radiofórmulas.) Y once años después tanta felicidad me sigue incitando a quemar cosas o  a vomitar sobre bebés. (¿Tal vez sea esta música el verdadero punk?)

Un tema en especial me persigue cual furia mitológica: «Can you feel the sunshine», abominación que rivaliza en espanto con, ¿adivinan?, «Walking on sunshine».

Parece que no soy el único. Algún damnificado cachondo la tomó con Sonic R, Tails Doll y el mencionado tema  inventándose una tremenda leyenda urbana: un niño muere mientras juega a la consola y su madre encuentra el cadáver (con el horror congelado en su rostro), mientras del televisor sale una y otra vez la maldita frase, «can you feel the sunshine». Más tarde, un pariente descubre que lo último que había hecho el infante fue desbloquear al demoníaco zorro de peluche.

Las versiones se han multiplicado y poblado la fértil tierra de la red (incluso hay quien ubica a Miyamoto en una lucha contra este demonio), pero todas coinciden en lo mismo: jugar con Tails Doll mata, y su firma es la infame canción, cual remake gamer de «The Ring». El montaje es lúcido, sanote y me da envidia: siempre he querido inventar mi propia leyenda urbana. Y encima convierte a la traumatizante obra en diana de mofas, en meme explotable. El exorcismo del que hablaba. Jo.

De todos modos, no nos engañemos: no hay nada que hacer contra la verdadera maldición de Tails Doll. La misma maldición, por otra parte, que lanza siempre este tipo de música. Y es que cuando chocheen, les destierren a una residencia y no sean capaces de recordar ni su nombre, aún habrá una pequeña parcela de su cerebro en la que seguirá repitiendose una y otra vez el mantra infernal. ¿Sienten ya la luz del sol?

V the Wanderer

PS: Deduzco en mi investigación que ni Jacques ni la tal TJ se avergüenzan demasiado de todo esto, como indica una acustiquísima versión del tema maldito interpretada hace poco más de un año en el festival Summer of Sonic. Vaya huevos.