El colmo del retraso en hacer listas con lo mejor del año es incluir ya canciones del siguiente, del actual. Compenso la impresentable tardanza, creo, habiendo colocado bastantes novedades, por pura arbitrariedad y no con ánimos de dejarnos gobernar por la inmediatez, siempre despreciada aquí con sano olimpismo. En la selección no hay ciencia ni estadísticas ni algoritmos ni patrones claros ni grandes revelaciones, pero aquí van un año más algunos temas transitados con gusto y empeño.

 

LOS ENEMIGOS – SIETE MIL CANCIONES (2020)


Hay veces en que logras vencer la pereza y el prejuicio y te atreves a meterle mano al altar sagrado de aquel grupo de hace unos años, que te marcó, que lo dejó y que volvió, aunque fuera por dinero, y que lo dejó y que volvió a volver de nuevo, aunque fuera para pagar la hipoteca. Así que es justo aislar al mito y reconocer este látigo eléctrico de ‘power pop’ que te sobresalta un poco a deshoras, cuando es fácil dar por acabados a Los Enemigos o uno es escéptico y sabe que no podrán recuperar antiguos niveles de emoción ni trascendencia. A mí, pese a eso, esto me sabe a single inmediato, vigoroso, melódico y con gancho, a verso preciso y precioso, algo onírico, de Josele Santiago, a quien admiro cada vez más, no solo en la música, sino en esa forma de estar en el mundo que consiste (acaso en madurar) en ir despojándose de ruido y artificio, en prescindir, en depurarse y en ir ganando parcelas de libertades. La canción habla del futuro y de sentirse incomprendido y descastado, hasta abrumado; yo, sin saberlo, me he adelantado al pasado de 2019 y empiezo con, oh rabiosa actualidad, una canción de 2020, la que más he escuchado este año.

 

NOVEDADES CARMINHA – DE VUELTA DE TODO (2016)

«Ahora eres un triste / ya nada te emociona / todo lo que te enseño / ya lo viste en Barcelona», dice esta letra, necesaria queja que acaba a gritos contra el postureo, retrato ligero de la postmodernidad snob y de esos problemas generacionales del primer mundo tardojuvenil: el amigo que se muda de ciudad y luego, sabiéndose guays, parroquiano de los bares de molar, vuelve a provincias resabiado y descreído, incapaz de vibrar con nada, aturdido por la liquidez baumaniana. Me gusta ese prisma satírico de Novedades Carminha, falsamente cazurros, asalvajados, rudos, con gracia desgranando ese costumbrismo que les circunda. Todos vivimos en el fino equilibrio de la cultura elevada y la masa, a todos nos ha atormentado alguna vez situarnos en un lado, derrapar en el otro, fingir en ambos; todos nos hemos dado rabia alguna vez por exceso de intensidades (de ahí que, como una terapia, despachemos regularmente nuestro antídoto de ‘lo puto normal’); así que los gallegos Novedades Carminha, punkis de espíritu pero poprockeros en las formas, le ponen mofa a la cosa de las filias urbanitas exageradas, entre la filosofía de Los Punsetes y Pantomima Full.

 

LADYTRON – PAPER HIGHWAYS (2019)

No sé si están a la altura de los temazos de antaño que nos marcaron a unos cuantos, pero se mantienen en plena forma en esa recreación de electropop distópico, findelmundista a veces, oscuro casi siempre. Es algo así como el apocalipsis sintetizado, sí, pero en esta canción con un estribillo centelleante y cierto desorden deliberado en las estrofas. Reverberaciones, entre lo industrial y lo tremendamente bailable, acaban de perfilar este tema al que he ido volviendo cícliamente, acaso para celebrar el final a los ocho años sin publicar de los de Liverpool (interrumpidos en 2019), que con el tiempo se han vuelto más complejos y poliédricos, no tan festivos y acaso más tenebrosos e inquietantes en ese muro de synth-pop tan marca de la casa. También me gusta esa imagen de tipos fríos y distantes.

 

HIJOS DEL TRUENO – HABANERA SIN RAYOS (2019)

Un Godzilla destruyendo el puerto de Barcelona a los pies de Montjuïc y un pulpo ciego arramblando con la estatua de Colón mientras sonríe y da palmas. Estas imágenes locas resumen bien la razón de ser de Hijos del Trueno, una superbanda (ojo, no es de metal, aunque por el nombre lo parezca) nacida de los extintos Tarántula (de allí salió hace más de una década Joe Crepúsculo) y con antiguos componentes de Manos de Topo. Musicalmente, folclore, a veces bruto y siempre bastardo, con un punto de rock de antro decadente pero lejos de la lacra del mestizaje de la Ciudad Condal. ‘Sorprendentes adelantos’ es su primer álbum y de ahí se extrae ‘Habanera sin rayos’, una canción más poética y lenta, un dueto de Vicente Leone (así se llama el cantante y líder) con Maria Arnal. Más allá del trasnoche y el lamento habitual de la Barcelona echada a perder por el progreso y la masificación turística, aquí, frente al cartón piedra imperante y el espíritu de franquicia, se bebe del arrabal y se reivindica el rollo portuario, los bares genuinos en extinción, la periferia fea, la explanada polvorienta, los descampados y los polígonos industriales. Suelo identificarme con todas esas cosas.

 

MEDIAPUNTA – FANTASMAS (2019)

Hay un subgénero perfilado que se cuela casi siempre en estas listas hasta erigirse ya en categoría: el de aquellos grupos sin pretensiones que me hubiera gustado tener, en esas nostalgias de baja intensidad y poco recorrido; le hubiéramos dado discurso, proyecto, títulos, letras, temática, poses en las fotos, titulares en las entrevistas y hasta habríamos decidido cómo serían las portadas de los discos, sin necesidad siquiera, como un Bartleby, de grabar nunca nada ni haber cogido jamás una guitarra (y a veces pienso, con algo de orgullo, que La inercia pudo ser y es algo conectado a esa pulsión). Mediapunta, banda novel zaragozana con solo un EP, puede entroncar con algo de eso: garaje deslavazado y puerco, del de toda la vida, algarabía festiva, tontería, vociferio y esa facultad a veces necesaria de la inmediatez y la liviandad. Me siguen gustando estas propuestas descargadas de solemnidad, entre lo precario y lo adictivo. El tema arranca con un irrenunciable, callejero y retórico ‘¿Qué quieres? ¿Llevarte una hostia?’, una invitación tosca a la reyerta, a la peleílla de baja estofa; sé que todo esto no me cambiará la vida pero comulgo con esa suerte de chistes mínimos o de antianécdotas elevadas a música.

 

LA BIEN QUERIDA – DINAMITA (2017)

Una maravilla orquestada, una balada enorme con hechuras clásicas envuelta en cuerdas que, además de ser la mejor canción de la carrera de La Bien Querida, me ha sobrecogido como pocas en los últimos años, como una delicia de precisión y belleza, aunque quede feo decir cosas tan gruesas de forma tan brusca. Honda, tensa y redonda, habla de seguir la senda peligrosa, de encender mechas, de volverse loco, de vestirse de fiesta y de perder la cuenta, de arriesgarse. Un buceo emocional para saberse en un punto de inflexión, tomar consciencia de la transcendencia («siento como si toda mi vida me hubiera estado conduciendo a este preciso momento») e invitar, con una bocanada de optimismo, a romper las normas y a meterse en líos.

 

THE LIMIÑANAS – THE GIFT (2018)

Descubrí a The Limiñanas cuando entrevisté a Iván Martínez, un variopinto músico de Valls que compone con juguetes y que toca con gente como Pau Riba, Albert Pla o Pascal Comelade. Iván, que también es actor y no tiene tele, fue integrante de Don Simón y Telefunken o en su día de la formación inicial de Harrison Ford Fiesta, y últimamente se ha convertido en un miembro más para los conciertos de The Limiñanas, un reputado matrimonio (Marie a la batería y Lionel a la guitarra) de Perpiñán que gira sobre todo por Francia, pero también por España y otros países europeos. En ‘The Gift’ cuentan con el bajo siempre ilustre de Peter Hook. Hay aires post-punk pero también una melodía magnética y tarareable, además de esos aires a ‘chanson’ y ese sabor inevitable a The Velvet Underground. Es fácil descubrirme embelesado por cadencias así.

 

DON PATRICIO – COMUNICADO DE PRENSA (2019)

En mi casa tengo enmarcado un Bejo, un cuadro de un rapero canario. Valió 15 euros pero hace un año puso a subasta en eBay uno de sus lienzos, una lámina de A-4 a rotulador, que partía de 0,10 euros y en tres horas llegó a los 125.00 euros; en parte fue una broma insospechada que cundió en el runrún digital, entre las acusaciones de montaje (él lo negó), el troleo y el juego con la impredecibilidad más loca del arte. Bejo, que firma su obra siempre con un pene infantil, ilustra la hornada de música urbana que, sin un disco físico en la calle, triunfa en la red millenial a base de escuchas y millones de visualizaciones, con un rap nada cipotudo ni al uso, sino puramente hedonista y festivo, ligerísimo y tontorrón. Aquí pongo a Don Patricio, su compañero de aventuras en el trío Locoplaya, un tipo con pintas de profesor de matemáticas pero que habla de amoríos banales, de vicisitudes en la playa, de cómo le persigue la prensa y del ralentí insular. Es quizás el gran placer culpable, la vergüenza ajena que engancha.

 

LEÓN BENAVENTE – HABITACIÓN 615 (2016)

León Benavente me parecen algo propensos a la irregularidad, carnaza de putonormalismo, pero también creo que han crecido en cada nuevo disco y que saben firmar joyitas, sobre todo si se alejan de aquellos gritos rebeldes de insatisfacción social y desencanto que marcaron sus inicios. Aquí sobresalen en este experimento que me llamó la atención siempre por lo que tiene de juego: ubicada al final del segundo álbum, ‘Habitación 615’ es una canción de letra literal en extremo, un tema recitado y narrativo, a modo de diario de la visita del grupo a México para tocar. Es más ‘spoken word’ que hip hop a cargo del cantante, Abraham Boba, que compone una guía cotidiana de acciones prosaicas e hiperrealistas (volar durante 20 horas, coger un taxi, alojarse en el hotel, hacer entrevistas de promoción) que fotografiaron muy bien aquel final de gira recorriendo el Distrito Federal pero que denotan mucho más. Sin metáforas ni giros, se permea el agotamiento físico y mental y la no siempre fácil digestión del crecimiento del grupo, pero también las dudas, las renuncias, el temblor del éxito, el vacío y el vértigo de los días.

 

NIÑO DE ELCHE – RUMBA Y BOMBA DE DOLORES FLORES (2018)

Admito que me decepcionó un poco saber que esto era una versión de Lola Flores y no original, pero me sigue fascinando este divertimento del excesivo Niño de Elche; le reconozco la gallardía, aplaudo más sus intenciones y su filosofía de la heterodoxia y la investigación que la música en general, algo desmesurada, de ida de olla inabarcable, a veces pecadora por esa voluntad de escandalizar a toda costa, por la rareza porque sí. O dicho de otro modo, al hilo de ese conocido rasero de la crítica cultural: que no sabes si es para darle una paliza o un abrazo. Pero aquí, entre efectos, organillos y cosas un poco techno, Francisco Contreras versiona a su manera ‘La bomba gitana’, cuenta atrás incluida para la explosión, y la convierte en una fiesta casi interactiva donde va preguntando a todos quién ha tirado la bomba, como en un interrogatorio. El resultado es loco pero asequible y disfrutable en su jolgorio de vanguardia, sin necesidad de más referencias cruzadas ni de las teorizaciones del Niño de Elche y los debates de apropiacionismo que genera soliviantando, en ese cansino juego del purismo, a los flamencos.

 

PIRATAS – HOY SALES (2008)

De Iván Ferreiro me satura la sobreexposición, la militancia en la cuadrilla del indie, la colaboracionitis y las cartas sobre la mesa; por eso cada vez me gusta menos él y echo más en falta a Piratas, a su velo enigmático y hermético, de tipos raros, de gallegos retraídos y tristes de perfil bajo. Me pongo a veces las canciones más retorcidas y esquivas pero también las de más desparrame instrumental, porque me conectan con ese lado árido de la banda que he ido encontrando también en reediciones y alguna rareza, a la sombra de los singles más populares. Es el caso de ‘Hoy sales’, ruidista y barroco inédito publicado en la caja recopilatorio ‘Disco duro’, con el grupo ya disuelto. Puede ser un ejemplo de todo ello, que me encanta, quizás en contraposición con lo que lamento ahora con Ferreiro, citando para ello a Xavi Sancho, en un artículo en Icon, que define con humor el actual gesto del cantante, «totalmente integrado en el ecosistema canalla que lee ‘Mongolia’ y llena la zona vip del Wizink Centre cada vez que actúa Coque Malla, creyéndose subversivo de plató de Atresmedia». Para huir de todo eso y del empalagamiento vocal de Ferreiro (abierto a todas las etiquetas, y con más éxito que su grupo), vuelvo a los fogonazos más crípticos de Piratas y rememoro el golpeo de su descubrimiento, quizás asociado a esa sensación específica de saber poco de algo para disfrutarlo más.

 

LORDS OF THE NEW CHURCH – RUSSIAN ROULETTE (1982)

Las cosas muy de género también están bien. He aquí esta banda setentera y ochentera, padres y escuela sónica de tantos grupos post punk. Más melódicos y más sombríos que el punk, estos señores de la nueva iglesia no suenan a nada nuevo que no hayamos escuchado antes: sonido siniestro, a rebufo del alza del estilo en los primeros 80, y maneras contundentes, con aires a underground propiamente dicho (a sótano directamente) y a sala pequeña de Nueva York atiborrada de cuatro gatos bailando hits que nunca lo fueron. No conozco mucho más que esta canción, que arranca con el zumbido de un helicóptero en Vietnam, que habla de Coppola y de ‘Apocalypse Now’, estrenada tres años antes, para fijar aún más la fotografía del momento.

 

FERNANDO ALFARO – LA ETERNIDAD (2017)

Fernando Alfaro ha perfilado con el paso de los años una mirada clínica y acotada a su tristeza, hasta hacerla más llevadera, hasta alcanzar una añoranza serena, con resquicios al humor y a la ligereza. Ahora ha vuelto a reunir a Chucho y ese estribillo y nuevo título (‘Corazón roto y brillante’) lo puede corroborar. Voy siguiendo sin mucho orden su carrera en solitario, donde ha despojado su lírica de aquellos referentes bíblicos de otro tiempo para hacerla más terrenal. Capaz de retorcer el mensaje con arrebatos de rabia y de ser el campeón del mundo de los atormentados, el albaceteño también ha sabido facturar pop de altura, sin renunciar a glosar nuestras catástrofes del alma, y alumbrando delicias insólitas como esta, una especie de confesión doméstica de amor eterno: «Me quiero quedar aquí contigo / La eternidad / En un segundo / No morir jamás / Y no ir al medico jamás / Ni al hospital». Alarido hermoso de Alfaro, gurú al que Nacho Vegas preguntó hace años en una canción: «¿Hay algo que pueda hacer para purgar mis pecados? Él tuvo a bien responderme con el más bello ladrido que jamás oyó perruzo malherido».

 

LAGARTIJA NICK – BUENOS DÍAS HIROSHIMA (2019)

Como si nos fuéramos a la mierda, esos silbidos del inicio de la canción suenan a proyectiles cayendo. Y así todo el rato, más de seis minutos del despliegue habitual de Lagartija Nick, tejiendo apocalipsis, y uno imaginando los momentos previos del Enola Gay sobrevolando Hiroshima en aquel amanecer, antes de soltar la Little Boy. «Miro el mapa de tu suerte / doy la orden de tu destrucción. Buenos días Hiroshima / soy un sol dentro en otro sol / soy la sombra de la noche / átomos bailando en tu honor», dice la letra, sin efectismos y con la gravedad justa, con una furia eléctrica contenida y hasta cierta sobriedad en el verbo, sin lamentos ni sentimientos de más. La banda granadina ha hecho un disco entero, ‘Los cielos cabizbajos’, dedicado a la barbarie, a los escenarios del horror de las ciudades bombardeadas; tampoco es, por supuesto, un canto sensiblero a la paz, sino un retrato agrio de algunos episodios de la historia bélica más negra. También tiene algo de crítica a los poderes que juegan con el gran ajedrez del mundo. Vale, quizás no es la canción ideal para un ‘morning show’ ni para empezar la semana pero yo la escuché mucho el año pasado.