Allá por 2009, El Columpio Asesino desplegó en la sala Zero un directo furioso, frenético, un arsenal músico-nuclear que arrasó conmigo y con todo el que se puso por delante. Ayer la sala Zero, El Columpio y yo volvimos a alinearnos en un vivo muy similar al anterior del que, sin embargo, salí frío, incluso desanimado. ¿Por qué? Investiguemos.

En primer lugar, recupero el texto de Raúl para el Diari de Tarragona (Raúl Cosano, 2009, 35), en el que afirma: «en directo, no vale la más mínima concesión. Suenan demoledores, explosivos y, por momentos, hipnóticos». Sin demasiados datos concluyentes, suscribo lo dicho. El Columpio fabrica un trance compuesto de rugidos y decibelios que invita a la euforia descontrolada. Hecho uno: ayer tocaron tan bien como siempre.

Segundo dato: tal vez no sea el inercio más adecuado para hablarles de un acto así. En esta santa casa hay devoción por la banda, rozando el yihadismo; yo tan sólo les tengo simpatía. Fui al primer vivo bastante virgen y encontré un tren de mercancías sonoro, un artificio de hora y pico hilado casi como una sinfonía tormentosa (como si ‘Metal Machine Music’ hubiera sido música). Ruido, gritos, llum, foc, destrucció, y lo disfruté como tal.

Luego buceé en su discografía y me enamoré de cortes concretos y de un sonido que iba depurándose poco a poco, hasta llegar al solidísimo ‘Diamantes’. Tampoco ayuda que El Columpio que más me gusta a mí apenas tenga cabida en sus vivos: adoro sus temas exoplanetarios, lejanos, de armonías imposibles y largos crescendos emocionales. ‘La muerte de un trompetista’ y ‘No tienes que decirme nada’, pongamos.

‘Diamantes’ era la novedad de la noche, el motivo para el reencuentro. Y es, a la vez, el principal problema de la banda. Verán: el nuevo álbum está tan depurado, tan crecido, que el muro de sonido uniforme y continuo ya no es tal. Ahora El Columpio hace algo nuevo: canciones. Más allá de armonías marciales, de berridos y tronadas, se reconocen en sus nuevas composiciones unos principios, unos finales, unas estructuras. Un saber ir de un sitio al otro con soltura.

Ahora tenemos que casar esas dos bandas, la de ‘Ye ye yee’ y ‘Perlas’. Pero me han malacostumbrado: la simple tormenta no me basta. La primera mitad del concierto, la balística, se me hizo asfixiante por momentos. Influía otro obstáculo: en el concierto anterior, éramos cuatro gatos entregadísimos; ayer la Zero se convertía en camión de ganado. El calor y la masificación revelaban la ineludible condición de sótano del espacio. El sonido se repartía mal por la sala y nos empujó a una búsqueda constante: aquí sólo oíamos la batería, allí la gente hablando en la barra, más allá todo se mezclaba en un caos indistinguible. A la cuarta, más o menos bien.

Una vez ubicados, pudimos escuchar a los de Pamplona meterle mano a su criatura más reciente y deleitarnos con ‘Perlas’, la mencionada ‘Diamantes’, ‘Dime que nunca lo has pensado’ o ‘Cisne de cristal’, el tema más redondo de la noche. ‘Toro’ cerró el setlist base (faltaban los bises) y demostró ser una adrenalítica pieza de escenarios: su desmelene tontorrón a lo Fabio McNamara, sus rupturas constantes y su bien cuadrada energía instrumental la hacen himno instantáneo.

El Columpio demoledor, explosivo e hipnótico estaba ahí, sí, pero enmudecido tras un muro de masa, indigesto rebote sonoro y personalidad múltiple. Desde mi lejanía, pude ver una fiesta animadísima a la que no se me dejaba entrar. Los muy fans enloquecerían con ‘La marca en nuestra frente es la de Caín’, ‘Vamos’ o ‘Floto’. Yo, ahí, bien, captando desde el banquillo.

No se equivoquen: fue un buen concierto. La banda del obrero Álbaro no es igual de buena que en 2009, es mejor. Tal vez por ello ya no basta con lo de antes. O tal vez sea que El Columpio ya me contó todo lo que tenía que decir en nuestro anterior encuentro. O tal vez me esté haciendo viejo y las incomodidades de un concierto así empiecen a pesar más que las virtudes. Yo qué sé. Quizá debería meterme a crítico de visitas guiadas a monasterios (¿les he contado que una vez hice de traductor en una?). Ayer vi una banda que se debatía entre hacer canciones o ruido, encajada en un espacio, musical y físico, que se les había quedado pequeño. Lo que sé es que al salir, El Columpio Asesino me gustaban un poco menos. Tales son los peligros de las segundas visitas. Qué coño, es una pena.

V the Wanderer