Más de cinco millones de parados. Familias que se quedan en la calle en beneficio de un banquero. Jóvenes con talento que emigran en masa en búsqueda de oportunidades. Griterío, juergas, morbo e imbecilidad televisiva. Hundimiento para los que se esfuerzan y elevación hasta los altares de aquel que roba, engaña, se enriquece, se acuesta con el famosito de turno y se enorgullece de poner su cara de tonto delante de la masa. Ínfimo espíritu crítico y de solidaridad.

Tijeretazos propios de una clase de plástica de segundo de primaria, eso sí, con la excusa que los servicios van a tener la misma calidad. Abandono del que quiere progresar intelectualmente. Por mis huevos. El derecho al pataleo pero no al cambio. Y nosotros, mientras tanto, lo único que debatimos y atacamos con ferviente pasión es una crítica humorística de unos putos muñecos hacia unos deportistas que, supongo, nos darán de comer cada día, nos procurarán un trabajo vitalicio y una pensión y evitaran que pillemos cáncer (entiendo que esta última expresión ofenda, mis disculpas por adelantado, pero mi enervación supera límites insospechados).

Nuestros deportistas más laureados, participando en ‘Operación Triunfo’

No es que mi ataque sea exclusivo a la actitud adoptada en España por las parodias de los guiñoles de Canal + Francia. Es que es la gota que colma el vaso. El ardor acumulado en el estómago durante los últimos años ha salido disparado contra ciertos valores del españolito medio, como el patriotismo desmesurado, la incapacidad para mirar más allá del propio ombligo y reconocer méritos ajenos o la ceguera ante un sistema social y económico injusto. Unas ideas concebidas desde una clase dominante que trata a la masa como una piara de cerdos cuya única función en la vida es tragarse toda la mierda que pueda, eso sí,  presentable y bien empaquetada, que no moleste en la garganta, para después devolver ese alimento en forma de chorizos, de héroes indiscutidos a los que hay que venerar y defender hasta la muerte. Disfruto con los deportistas españoles, pero demasiadas veces me pregunto qué sentido tiene ésta especie de religión.

Es el poder social del deporte en España, del corazoneo, del yo puedo más que tú, de la envidia por el que se lo curra o del que te arguye con actitud de padre que la fiesta se ha acabado y tú, desgraciado, no has cogido ningún caramelo de la piñata. Uno no puede más. No sabe si enrolarse en el primer barco que pasa por su ciudad para desembarcar en una isla desierta o directamente radicalizar su postura e iniciar la quema indiscriminada. Y no me digan que esto también sucede en otros países, supuestamente civilizados. Me relajo. Cojamos el ejemplo de Gran Bretaña. Si, mucho ‘God save the Queen’, selección de rugby y de fútbol. Pero después gozan de un humor abierto a cualquier tipo de sátira. Los políticos tienen que ser capaces de reírse de ellos mismos y de explicar chistes sobre cualquier asunto nacional. En caso contrario, no se comen un rosco. Esto da como resultado espléndidos programas televisivos de humor y crítica social, com ‘Spaced’, ‘Little Britain’, ‘Black Mirror’, ‘The hour’ o ‘The office’.

Sigamos con el ejemplo de Francia, nuestro actual archienemigo. Que sí, son todo lo chauvinistas que quieras. Pero sus guiñoles no dejan títere con cabeza, a pesar del griterío de la ultraderecha nacionalista. Como buen ejemplo sirva el gag realizado a Richard Virenque, maestro de la  montaña ya fallecido, después del escándalo del equipo Festina. Aparecía éste con su eterno maillot de puntos rojos, picado por un mosquito que salía disparado en ese momento hacia el amazonas brasileño, destruyendo fauna y flora. Acabemos con España: una portada de la revista El Jueves con los príncipes coiteando es censurada y cuando se satirizan ciertos tabús, atacando a héroes deportivos, se alza el grito al cielo y la masa se turna enfurecida.

Y claro, a la clase dominante de la opinión pública, es decir, a los políticos y a los medios de comunicación, no les queda otro remedio que intentar calmar a una fiera mal educada por sus propias manos. En caso contrario, seria absurdo y surrealista entender una serie de actitudes que a simple vista son ridículas. Dos ministros del gobierno de España convierten en asunto de estado la parodia, se enfrentan a unos muñecos y pedirán explicaciones a Francia; toda una vicepresidenta, después de meternos por el culo, en forma de supositorio, una estupendísima reforma laboral, dedica unas palabras al asunto para cerrar una rueda de prensa; el mismísimo Rajoy, el hombre invisible, invita a Nadal a un almuerzo de urgencia para debatir el tema; el diario por Internet más leído de España se indigna constantemente y hecha leña al fuego; los del otro extremo ideológico se preguntan por qué cuando un equipo de fútbol catalán fue acusado de lo mismo las reacciones fueron entonces tibias, y ya hasta el joven insensato o el abuelo pasado de vueltas tienen credibilidad para opinar sobre los guiñoles en alarmantes productos televisivos, que dedican escasos diez minutos del informativo a la realidad social, de los cuales ocho a sucesos y curiosidades, y cincuenta minutos más al pescuezo de Cristiano Ronaldo o Messi.

Cuando el humor toca ciertas sensibilidades y crea debate vamos por buen camino. Es su función, aunque también deberíamos ser capaces de discernir la sátira y la ironía de la realidad. Pero, claro, si no nos reímos de nosotros mismos, qué vamos a esperar cuando supuestamente atacan a nuestra patria a través de unas figuras tan españolas, llenas de pundonor, sangre y cojones de toro. ¡Ay! Espera, que quizá no me había dado cuenta: puede que el episodio de los guiñoles sea una estrategia de Merkozy para reírse del vecino del sur de Europa y endiñarle a traición una bonita política económica de restricción del gasto y del déficit público. ‘Sí, eso, que se entretengan con tonterías’, pensarán. Pan y circo. País de pandereta.

CanoGarfunkel