‘El Jose’, el dueño del Pandora’s Box, lo sabe bien, cuando se sienta sobre la barra de su bar, como si estuviera en casa, y nos pone (se pone) un videoclip. Él sabe bien que no toda la Movida fue Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. Él, con OMD en el olimpo de los dioses y The Smiths en la corte real, sabe bien que la nueva ola no fue sólo ‘Quiero ser un bote de Colón y salir anunciado en televisión’, ni Alaska, ni frivolidades al uso, ni fachadas excéntricas para contrarrestar la precariedad instrumental.

‘El Jose’ lo sabe bien, cuando descubre a chavalada aún veinteañera que le devuelve inputs de complicidad si enchufa en su garito ochentero-medieval el clip de ‘De máscaras y enigmas’. El tipo se sorprende si ve que su cliente tiene menos de 30 y reconoce a Alphaville, un grupo independiente surgido en los primeros ochentas, en el albor de aquella agitación musical con epicentro en Madrid y sombra demasiado alargada. Vaya usted a saber qué sería hoy de esta banda, si en la década de los dosmiles Crónicas Marcianas no hubiera sacado tajada de la Movida con sus recopilatorios, donde Alphaville logró colar dos canciones y escapar fugazmente de la marginalidad.

En esas antologías, narcotráfico en época de instituto, a Withor y a mí nos inquietaba aquella propuesta sombría, como de tenebrosa intro de dibujos animados de miedo. ‘De máscaras y enigmas’, la canción, habitó no hace tanto en algún walkman tardío. Luego descubrimos ‘La escalera’, más atmósfera siniestra, Edgar Allan Poe en vena. En los coloridos ochentas, aquel combo madrileño entre el pop frío y el post punk no lo tuvo fácil. No era sencillo ser la tercera acepción: esto es, primero había que matizar que eran los Alphaville españoles, no el grupo contemporáneo alemán; luego, de pasada, que nada tenían que ver aquellos muchachos agrestes con la película homónima de Godard.

Entre las pasteladas de Nacha Pop y la sensiblería ñoño-alcohólica de Los Secretos, poca cabida tenían unos tipos herméticos cargados de referencias literarias y filosóficas, con querencia por lo inexplicable y guiños a personajes turbadores. Joder: imposible vender una canción como ‘Nietzsche (der Geisteskran)’ o los progresivos ocho minutazos de ritmos arábigos electrificados de ‘Stregocia’. Joder: cantaban en alemán y en francés, hablaban de Artaud, y en la canción ‘Nijinsky el loco’, con frases en ruso, homenajeaban a uno de los mejores bailarines de la historia, un soviético que alternaba escenarios con psiquiátricos y murió esquizofrénico.

Tras seis años de pasos erráticos, varios discos que fluían de la locura al dolor y la consciencia de saberse bichos raros, Alphaville se disolvió, y aún no saben muy bien qué pintan entre los grandes éxitos de la sobada edad de oro del pop español. Porque joder: el tema ‘El innombrable’ se sostiene con una batería electrónica y quejíos orgásmicos, ‘El modelo de Pickman’ es un vigoroso desvarío instrumental homenaje a un relato terrorífico de H. P. Lovecraft y tienen en su repertorio ya descatalogado la canción en español de título más kilométrico. Agárrense, que ahí va: ‘Cuando el diablo del silencio tuvo a bien, a 2 de abril, subarrendar su guarida y pernoctó en mis entrañas’, toma ya la criatura, siete impecables minutos culminados con abrasivos solos de guitarra.

Los Alphaville españoles, gente sombría y árida. No les presten nunca dinero

Joder: impensable colocar el temita de marras en algún sitio, ni en Radio 3 un sábado a las cuatro de la mañana, pese a lo cuidado de la producción y a la tremenda eficacia de unos músicos que siempre arroparon con solvencia unos textos con aire a cuento maldito, a ancestral acertijo, a rompecabezas borgiano. Eso, cuando no atizaban con instrumentales asfixiantes.

Alphaville, banda pero también proyecto con ideología, tuvieron su desliz de convencionalidad. Ellos, como Hombres G, el ‘Un, dos, tres’ o Schumacher, también volvieron. Regresaron brevemente en 1994 para grabar ‘Catástrofes del corazón’, un álbum con canciones nuevas y reinterpretaciones muy apreciables de aquellos viejos himnos (sonido actualizado y más orgánico, sin la rémora de las baterías saturadas de los ochenta) que, pese a todo, tampoco en plenos noventa encontraron su sitio. Lovecraft seguía perdido en una madrugada de 1985, buscando la salida de Joy Eslava. Poe preguntaba por el lavabo en el Rockola.

‘El Jose’ lo sabe y, de vez en cuando, alguna noche saca a los Alphaville españoles del banquillo y les da minutos en el Pandora’s Box, si hay suerte y no se pone demasiado pesado con OMD.

raúl