Tres canciones,253: La elección de Raúl

MARÍA JESÚS Y SU ACORDEÓN – ABRÁZAME

Suceden durante la semana eventos musicales tan relevantes que, de una manera u otra, tienen que acabar aquí. Sin paños calientes: he entrevistado a María Jesús y su acordeón, a los dos. La profesión se vuelve un poco más cálida cuando un compañero de trabajo viene y te dice: ‘Oye, que me he enterado de que María Jesús está tocando cada día durante este mes en el restaurante El Álamo, de Alcover. Si quieres te puedo conseguir el teléfono’. Ya ven qué gargantas profundas tiene uno. A otros compañeros la oposición les destapa un escándalo político o un contacto les filtra la imputación de un alcalde o la próxima redada antidroga en barrios chungos; a mí me desvelan el folclore subterráneo que nos circunda y se me activa le emocioncilla tonta de la primicia. En cualquier caso, muy cerca de aquí María Jesús ejerce a diario como acordeonista residente para amenizar la sobremesa.

No sé si habrá un caso más evidente en la música popular de ‘one-hit wonder’. Ella lo asume en su argumentario diáfano, feliz y agradecido. Dice que nunca se cansó de tocar ‘El baile de los pajaritos’, que se lo debe todo (carrera incluida) a la canción de marras. Confiesa que no se hizo millonaria con ella. Que no se puede quejar pero que la casa de discos quebró en su momento y ella se quedó sin cobrar buena parte de los royalties. Que los derechos de autor ya no son lo que eran, y arremete contra la SGAE. Asume dónde está su público: en los mayores, en los viajes organizados, en las comidas de restaurante, en el target más blanco del mundo. Actúa cada día en su local de Benidorm (donde guarda alrededor de 20 acordeones), templo del turismo familiar. A algunos les podrá parecer kitsch, y quizás a ello contribuya que tampoco ella haya escapado del uso irónico de su figura: promocionó el Low Cost Festival, una cosa indie rock, con un anuncio. Hasta Bruce Springsteen se presentó hace unos años al ritmo de los pajaritos en un concierto en Benidorm.

María Jesús va camino de ser entrañable, alguien de vida estable y oficio formal, no tan alejado de lo que hacía ya de niña: pasar el plato en bodas, bautizos y en la playa. Ni arruinada ni juguete roto, aunque consciente de que sin aquel pelotazo quizás no estaría donde está ahora. Hablamos, por último, de su instrumento, que aprendió a tocar a base de horas y horas en clase de música. «El acordeón es el novio, el marido, el amante», dice. Luego me da el titular: «No sé si cabrá en la caja… pero me gustaría que me enterraran con un acordeón dentro». No encuentren dobleces en su dicurso, en su historia. ‘El baile de los pajaritos’ será todo lo insoportable que quieran pero me da a mí que, con la clase media dinamitada en España, cumple una función social y cohesionadora, la de sustentar el ocio en determinadas capas de la pirámide poblacional, la de ser un pilar más del estado del bienestar, si aún quedara algo, la de darle color y luz a la pensión salvadora para muchas familias.

(Aunque sea lo de menos, por motivos de soportabilidad acabo recomendando una versión instrumental con acordéon y piano de ‘Abrázame’, que a mí se me antoja una rareza en el repertorio, improbable en el show de María Jesús. Me gusta imaginármela como contrapunto crepuscular y triste en los bises, siempre racaneada y servida sólo para los auditorios más selectos).