En nuestro ímpetu colectivo de ir pillando perspectiva y empezar ya a detectar los iconos de los años noventa, encontramos en plena década la figura de Juan Antonio Canta, un cantautor cordobés que publicó en 1996 su único disco. Le recordarán: era el tipo trajeado y con guitarra acústica, con pintas muy Elvis Costello, que saltó a la fama cantando ‘El rap de los 40 limones’ rodeado de chicas a lo ‘mamachicho’ de la mano de su paisano Pepe Navarro en ‘Esta noche cruzamos el Mississipi’.

· ¿Quién era? Juan Antonio Canta

· ¿Qué hacía? Cantautor y poeta

· ¿Por qué mola? Por introvertido enterrado bajo la fama más absurda

· ¿Desea saber más? Lean su biografía en La Fonoteca

Un Ziggy Stardust, una Norma Desmond, un caso más de ‘rise and fall’ que no soportó la banalización de su obra, el baño de popularidad y la incomprensión de todo un país, que se quedaba con aquel estribillo de ‘un limón y medio limón’ y obviaba el resto de la interesantísima y absurda letra, con culturetas referencias a Tales de Mileto, al carbón o a la reproducción por esporas. Que una canción fagotice a un grupo, a toda una trayectoria, es habitual en la música popular; pero ya no lo es tanto que la gente te pida en los conciertos la misma maldita canción, que tu repertorio se reduzca a un tema cuya versión más famosa no estaba ni en el disco (se grabó después, supongo que por imposición del circo mediático en el que triunfaba y, en cierto modo, fracasaba) y que acabes tan hasta los cojones que te deprimas y te ahorques, ya en el absoluto olvido, un día de Nochevieja (¿fue el primer juguete roto de la telebasura en este país, antes de Pepe Carroll y Santi Acosta?).

Quitarse de en medio le convirtió en músico de culto y, aunque daría rabia ensalzarlo por ello más de lo merecido, en su disco ‘Las increíbles aventuras de Juan Antonio Canta’ hay canciones reivindicables. Alguien que escribe y canta “Si yo fuera inglés, negro y maricón, triunfaría en esto de la canción” merece la pena. Es un fragmento de una de sus canciones con el grupo que tuvo antes de empezar carrera en solitario. Se llamaban Pabellón Psiquiátrico y publicaron cuatro discos.

Su único trabajo como solista se grabó en un garaje de Córdoba, tenía como portada un dibujo del artista sentado en la taza del váter, junto a su guitarra de palo y un Casio. El disco suena oscuro, podrido, maquetero, apenas sostenido con guitarra, contrabajo, ¿kazoo? y alguna programación. La gran joya es la entrañable ‘Copla del viudo del submarino’, (versionada hace unos años por La Cabra Mecánica), donde se le da la vuelta a la tortilla: es la mujer quien se va a la guerra, perece ahogada en la marina y el hombre se lamenta durante el resto de su vida comiendo ‘pescaíto’ frito para homenajearla: “Cada vez que pelo una gamba recuerdo su forma de besar”.

Maravillosa en su simpleza es ‘Te quiero’, resumen del discurso de ‘soy un fracaso, no tengo dinero pero te quiero. Es todo lo que tengo’ y con un guiño misógino por ahí: «Si no tengo más que este camisa y muchas ganas de darte una paliza». Atención al ritmillo Casio en 1’22’’, una de esas demos de los órganos (blancos o negros) que todos hemos tenido en casa.

La canción más divertida del disco es ‘Johnny Mc’n’roe’, un surreal batiburrillo de rimas tontas a cargo de Severiano Ballesteros, Fermín Cacho o Tony Rominger, unos referentes, a decir verdad, también muy noventeros. Todo suena árido, difícil, rudimentario y poco serio. Quiero mencionar brevemente el estribillo sexual de ‘Balada del adúltero’, en búsqueda de compasión tras la canita al aire: “Y le hice el amor como un toro robusto / fue por no hacerle el feo / estaba pensando en ti”.

En Juan Antonio Canta, conviven el romanticismo, el humor y la ingenuidad, nada nuevo bajo el sol de la canción de autor. Tampoco se atisban ‘tics’ especialmente sórdidos, ni una predisposición al tormento que dejara entrever el fatal desenlace. Sólo los limones y sus mitades, aunque ahora vuelvo a escuchar esa danza. “Yo necesito algo bonito en lo que creer y las personas ya me han hecho tantas cosas malas”, canta. Al fin y al cabo, el tío de la canción tenía en los limones a sus mejores amigos.

raúl